2003-11-24.LA RAZON.PATRIA DE LA MEMORIA AGT

Publicado: 2003-11-24 · Medio: LA RAZON

Ver texto extraído
PATRIA DE LA MEMORIA 
LA RAZÓN. LUNES 24 DE NOVIEMBRE DE 2003
ANTONIO GARCÍA TREVIJANO 
Terminada la guerra mundial, Denis de Rougemont atribuyó a Europa el privilegio mental de ser «patria de la memoria del mundo». Esta creencia estaba entonces justificada. La historia universal, concebida como acción humana en la geografía planetaria o como recuerdo de acontecimientos trascendentes al mundo, había sido una creación europea. Y la descomunal empresa política de desmemoriar a los pueblos de Europa continental aún no había comenzado. 
   Desde Tucídides a Toynbee, historiadores europeos intentaron responder a la necesidad de ordenar la memoria del pasado del mundo, a fin de que su presente pudiera comprenderse y su futuro adivinarse. En la infinita variedad de hechos locales, que ningún saber enciclopédico puede abarcar, hay similitudes y paralelismos en fenómenos de épocas distintas y civilizaciones diferentes. La historia parecía un proceso contradictorio cuyo sentido (ascendente, decadente o cíclico) estaba inscrito en las causas espirituales o materiales que lo producían. Hitler y Stalin ahogaron en mares de sangre esta ilusión. La sociedad más culta del mundo civilizado, y el pueblo más esperanzado en su tierra prometida, retrocedieron a la barbarie por voluntad nacionalista de poder. La filosofía de la historia era literatura. El progreso, acumulación egoísta de dinero, ciencia y poder. 
   Tras sus queridas dictaduras, millones de europeos no habrían soportado su existencia social sin ser absueltos de su crimen colectivo. No porque estuvieran arrepentidos, o accedidos a una repentina conciencia moral, sino porque habían sido derrotados. La auténtica liberación del pasado requería una nueva clase gobernante que instaurara la genuina democracia, restaurara un sentimiento de piedad hacia la patria, difundiera la verdad hasta la última aldea y confesara la culpa colectiva de la obediencia debida. Pero vencedores y vencidos siguieron el fácil camino de la falsedad. 
   Nüremberg liberó de culpa, con doce ejecuciones ejemplares, a la militancia del holocausto, la mortandad bélica y la ruina de Europa. Truman y Stalin carecían de grandeza estadista. Adenauer y De Gasperi, de talento imaginativo. Restauraron el espíritu de Weimar. En vez de un partido estatal, varios. En lugar de elecciones libres, listas de partidos. Acudieron a la fantasía de que las dictaduras no habían tenido partidarios, sino opositores reprimidos. Salvo en Francia y Yugoslavia, la resistencia quedó marginada del poder. Los idólatras del Estado se hicieron «patriotas constitucionales». La obediencia debida disculpó el crimen colectivo. 
   El restablecimiento de la salud mental, sin confesión de culpa colectiva, exigía como terapia el olvido del crimen. No del olvido que el tiempo acarrea. Era necesaria una sistemática voluntad de olvido, un pacto de silencio sobre el pasado inmediato. La memoria de la historia reciente, prueba de insolidaridad, pasaba a ser cuestión de mal gusto social, de falta de tacto personal, de rencor individual. El nuevo valor del consenso político hacía arcaicas las decisiones democráticas. A diferencia del consenso social, basado en la automatización de la memoria cortés, el consenso político exige la eliminación consciente de la memoria histórica. Por cortesía al presente, el consenso político convierte en principio de convivencia la descortesía hacia la historia. Los españoles hemos vivido esta bastardía constitucional en la Transición. 
   Europa no puede ser patria de la memoria del mundo porque ya no lo es de la memoria de sí misma. Lo sigue siendo para los pueblos africanos y asiáticos que colonizó en el pasado. La historia de la India está en Gran Bretaña, como la de Argelia en Francia y la de Guinea en España. Pero la patria de la memoria del último siglo del mundo está hoy en EE UU. El único pueblo europeo que conserva la memoria de sí mismo es el inglés. Si la potencia de Europa es franco-alemana, la memoria de su espíritu está refugiada en Inglaterra.