2015-10-16.LOS DIAS ALCIONICOS.TRANSTERRADOS.LOS ESPAÑOLES Y SUS EXILIOS 1

Publicado: 2015-10-16 · Medio: LOS DIAS ALCIONICOS

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21/2/2021

los días alciónicos : Transterrados. Los españoles y sus exilios I

Transterrados. Los españoles y sus exilios I

Desde	aquel	primer	momento	tuve	la	impresión	de	no	haber	dejado	la	tierra	patria	por	una	tierra	extranjera,	sino	más	bien	de
haberme	trasladado	de	una	tierra	patria	a	otra
José Gaos

El	exilio	no	tiene	 in
Adolfo Sánchez Vázquez

1, El exilio es una constante en la historia de Españ a. Tanto que José Luis Abellán –autor que utilizaremos casi como falsilla en
este ensayo- llega a decir que es estructural, y aun constitucional, de la nacionalidad españ ola: se han dado demasiados exilios
como para pensar que son algo coyuntural. Desde la unidad de los reinos de Castilla y Aragó n, y el paralelo surgimiento de la
Inquisició n, las oleadas de emigraciones forzadas son innú meras. Por motivos religiosos o polı́ticos, desde los moriscos hasta
la ú ltima dictadura, cientos de miles de españ oles han tenido que irse para evitar la muerte.
Abellán considera que la Inquisició n fue nefasta no por sus ejecuciones, que por supuesto fueron abyectas si bien en menor
cuantı́a de lo que se podrı́a suponer, sino por la mentalidad que con iguraron. Una mentalidad de delació n, de homogeneidad
más  aparente  que  sincera,  y  de  exterminio  del  disidente  y  de  las  minorı́as  más  activas.  El  Santo  O icio  fue  perdiendo  poder
hasta su desmantelamiento al comienzo del siglo XIX, que sin embargo siguió  siendo un siglo “inquisitorial”. La identi icació n
de polı́tica y religió n dio a los debates ideoló gicos del momento una base teoló gica que solo podı́a dirimirse, una vez más, con
la aniquilació n: si el liberalismo era una fuerza diabó lica, sus voceros eran agentes del mal y debı́an ser muertos o expulsados.
Los  afrancesados  primero,  los  liberales  después  y  en   lujo  constante,  tuvieron  que  elegir  entre  cadalso  o  huida.  Vicente
Llorens escribió  un inolvidable texto sobre estos exilios decimonó nicos; y las Cartas	sobre	España de  Blanco-White  quedan
como el testimonio personal más iluminador (sobre todo después del estudio que Juan Goytisolo le dedicó  al autor sevillano,
donde era inevitable ver los paralelismos, el isomor ismo si se quiere decir ası́, entre aquél exilio y el del franquismo, y por
extensió n con todos).
El “largo siglo XIX españ ol” terminó  con la Guerra Civil (1936-1939) y otra masa de exiliados. Las cifras bailan segú n quien las
cuente -la oscilació n va de 200.000 a 500.000-. Lo cierto es que incluso tirando a lo bajo, sigue siendo la mayor emigració n

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forzosa de la historia del paı́s. Además supuso un desgarro en el mapa intelectual españ ol: en las caravanas que marchaban
vencidas hacia la frontera francesa se iban también muchos de los mejores pensadores, ingenieros, artistas y cientı́ icos de la
época.
Y al fondo se replicaba otro fenó meno también sempiterno, el del “exilio interior”: los que se quedan guardar silencio, tal vez
se atormentan, algo sin duda les inquieta: si se han ido los mejores, podrı́amos pensar entonces que se han quedado los peores.
Muchos autores han buscado en los exilios la explicació n de la docilidad de los españ oles ante los poderes tiránicos. Antonio
Garcı́a-Trevijano,  por  ejemplo,  explica  la  servidumbre  voluntaria  españ ola,  entre  otros  factores,  por  la  selecció n  natural
invertida  que  suponen  los  exilios.  Durante  quinientos  añ os  los  más  valientes  y  brillantes  se  han  tenido  que  ir.  Luego  ha
permanecido lo peor, la morralla genética más servil.
El exilio pregunta no solo por los que se van, sino por la mayorı́a que no lo hace ¿En qué lugar quedan los que se quedan? El
exiliado es el espejo en el que es mejor no mirarse, pues devuelve la imagen de un feló n. Y eso intranquiliza. Los que se quedan
pre ieren  ignorar  o  despreciar  a  los  que  se  van.  Y  los  que  se  van  acaban  despreciando  a  los  que  se  quedan,  por  mucho  que
éstos  intenten  hacerse  perdonar.  Como  aquella  vez  en  que  José  Luis  Aranguren  trató   de  explicar  en  una  conferencia  ante  el
exilio  parisino  que  él  era  también  uno  de  ellos,  un  exiliado  “pero  interior”,  y  la  audiencia  le  tributó   el  peor  desprecio:
abandonar la sala en pleno ante tal aseveració n.

2, Pero  si  bien  el  exilio  es  una  constante,  cada  uno  tiene  sus  caracterı́sticas.  Volviendo  al  exilio  tras  la  Guerra  Civil,  y  más
concreto  al  de  los   iló sofos,  tendremos  que  buscar  propiedades  que  lo  particularizan.  Para  ello  hay  que  buscar  un  origen
comú n, y éste resulta evidente: los pensadores españ oles, incluso los que lo niegan con vehemencia, han bebido de la  ilosofı́a
orteguiana.
José Ortega y Gasset es el gran pope nacional de la  ilosofı́a y navegó  por la primera mitad del siglo XX españ ol ya desde una
temprana madurez intelectual. A su cobijo crecieron todos los jó venes  iló sofos a los que les tocó  perder la guerra. Y en su
 ilosofı́a de la circunstancia, que todos mamaron, vemos la explicació n de por qué pensaron el exilio de manera tan personal y
honda.
“Filosofı́a de la salvació n, de salvació n de circunstancias” que dirá Leopoldo Zea prologando a José Gaos.
El  “Yo  soy  yo  y  mi  circunstancia,  y  si  no  la  salvo  a  ella  no  me  salvo  yo”  que  Ortega  escribiera  en  las  Meditaciones	 del
Quijotehace  cien  añ os  justos,  quedó   marcado  en  generaciones  de  españ oles.  Españ a  es  la  circunstancia  que  hay  que  pensar
hasta la extenuació n para poder salvarla y el tiempo en que se vive el alimento nutricio: “la reabsorció n de la circunstancia es
el destino concreto del hombre”. Arrojados fuera de ella, quedan huérfanos hasta encontrar una nueva circunstancia: un nuevo
paı́s,  como  hacen  unos;  o  el  exilio  mismo,  la  no-circunstancia  como  circunstancia,  como  hacen  otros.  Los  primeros,  que
optaron  por  incorporarse  a  un  paı́s  nuevo,  seguirán  con  su  empeñ o  salvador  en  los  paı́ses  de  acogida  o  fracasarán  en  su
intento  de  readaptarse,  sin  poder  o  querer  romper  con  Españ a.  Los  segundos  vivirán  en  un  no-lugar  permanente,  en  un
“pensamiento delirante” que dirá Abellán, y en casos como el de Eugenio Imaz terminarán en suicidio. 	

3, Centrémonos  entonces  en  distintas  tipologı́as  del  exilio  postbélico.  Nada  mejor  que  recurrir  al  texto  “El  exiliado”,  en  Los
buenaventurados, de una insigne representante del mismo, Marı́a Zambrano. La pensadora enumera tres arquetipos o “pasos
del  exilio”:  el  refugiado,  el  desterrado  y  el  exiliado.  Y  a  decir  verdad,  solo  desarrolla  el  ú ltimo,  dejando  el  texto,  como  es
habitual en ella, en una especie de atisbo de genialidad –su pluma es soberbia, como siempre- que tampoco acaba de cuajar.
José  Luis  Abellán,  más  cerebral  aunque  menos  lı́rico,  desarrolla  y  pone  ejemplos  a  la  tipologı́a  zambraniana  en  su  libro	 El
exilio	como	constante	y	como	categoría, siendo un complemento necesario para dotar de más sustancia a la enumeració n.
Dice Marı́a Zambrano: “El refugiado se ve acogido más o menos amorosamente en un lugar donde se le hace hueco, que se le
ofrece y aú n concede, y en el más hiriente de los casos, donde se lo tolera”. Hay una voluntad de incorporarse en el refugiado,
de empadronarse en una nueva circunstancia, que no le hace sentirse nunca abandonado, como le sucede al exiliado. Abellán
nos dice que José Gaos es paradigma de esta variante, y el transterrado su consecuencia ló gica. Una vez que es aceptado en
una patria de destino, hay una desdramatizació n. La vida sigue y la labor que se inició  en el origen se puede continuar en el
lugar de adopció n donde si se habla españ ol todo es mucho más fácil y la asimilació n puede ser casi sú bita.
Veremos la  igura del refugiado convertido en transterrado más adelante, in	extenso.
Para el desterrado, empero, no hay consuelo posible, nada puede sustituir a la tierra madre. “El encontrarse en el destierro no
hace sentir el exilio, sino ante todo la expulsió n” dice Marı́a Zambrano.
El propio Ortega y Gasset será el mejor ejemplo de este arquetipo, añ ade Abellán.

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Ortega  no  pudo  vivir  sin  su  circunstancia  españ ola.  Se  fue  cuando  no  le  quedó   más  remedio  y  merodeó   en  torno  al  paı́s
durante añ os, esperando ansioso poder volver fı́sicamente de donde no se fue nunca mentalmente. Ortega es ése desterrado
que se siente incapacitado para adaptarse a otros ritmos y olores, y no puede concebirse en un paisaje que no sea el suyo.
“El desterrado, al perder su tierra, se queda aterrado (en su sentido originario: sin tierra)” escribe Adolfo Sánchez Vázquez en
su memoria del exilio. Ortega, podemos decir, vivió  “aterrado” sus casi diez añ os de exilio.
Aunque por supuesto estas tipologı́as son vaporosas y permeables, tal vez solo muletas para ir tirando, podrı́amos forzarlas
un  poco  más  y  decir  que,  con  excepciones,  el  refugiado-transterrado  suele  ser  más  bien  el  españ ol  en  América  Latina  y  el
desterrado el españ ol que se marcha a otros paı́ses europeos.
Y si se nos disculpa el aparte contemporáneo, el sentimiento de destierro es el que seguramente prima entre los emigrantes
post  2007  españ oles  hoy.  En  los  pubs  de  Londres,  en  las  tabernas  de  Berlı́n,  abundan  los  españ oles  que  no  consiguen  cortar
lazos con Españ a y siguen con sus cantinelas patrias añ os después, sin aprender el idioma local, juntándose con compatriotas
para ver el derbi de la Liga, comer jamó n serrano enviado por la madre de alguno, y hablar y reı́r con estruendo. Ven en su
situació n  algo  eventual,  y  miran  con  ahı́nco  internet  en  busca  de  las  noticias  milagrosas  que  hablen  de  recuperació n
econó mica y de la posibilidad de volver.
El exiliado es la tercera categorı́a en la que se ubica Marı́a Zambrano, y sobre la que ha meditado más.
No es vano se pasó  45 añ os de exilio, convirtiendo el desarraigo en su patria. Su biografı́a es la antı́tesis de Gaos, que al cabo
de  un  añ o  allı́  ya  pidió   la  nacionalidad  mexicana.  Zambrano  pasó   por  México,  Cuba,  Puerto  Rico,  Italia  y  Suiza,  haciendo
amigos y amores, y deshaciéndolos al poco.
Escribió  varios textos sobre el exilio; dos durante el mismo: “Hacia el nuevo mundo” en Delirio	y	Destino (1953) y	Carta	sobre
el	exilio (1961); y tres más una vez reinstalada es Españ a: "El exilio, alba interrumpida" (1980), "Amo mi exilio" (1989) y el ya
mencionado “El exiliado” en Los	buenaventurados (1990).
En el primero narra su experiencia en el barco que la sacó  de Españ a, y habla del destierro como su nueva condició n. En el
segundo describe al exiliado como despojado de lugar, casi en un sentido existencialista. Y luego en los tres textos que escribió
de  vuelta,  cuando  los  exiliados  tenı́an  cierto  prestigio,  reconoce  que  a  veces  no  sabe  por  qué  ha  vuelto,  ya  que  el  exilio  se
habı́a convertido en su naturaleza.
Y  en  el  ú ltimo  de  sus  escritos,  en  Los	 buenaventurados,  establece  la  tipologı́a  que  estamos  viendo.  Ella  es  la  mejor
representante de la tercera  igura, la del exilio –seguimos con Abellán en esto-. Por supuesto el término es el más abarcador
de los tres, pero Zambrano le da una especi icidad muy interesante. Para ella el exiliado tiene algo de peregrinaje continuo, de
desnudamiento gradual hasta el despojo como condició n. Los exiliados asumen de tal manera el vagar eterno que aun cuando
vuelven a Españ a, siguen sintiéndose exiliados. “El  in del exilio y el exilio sin  in” que dirá Sánchez Vázquez en su intento de
tornar en la Transició n.
Marı́a Zambrano pasó  penurias, se negó  a ser avalada por ningú n partido polı́tico y mereció  todos los homenajes que recibió  a
la vuelta. Pero su mı́stica del exilio adolece, creemos, de un exceso y paradó jico intelectualismo que hace que sea la menos
verosı́mil  de  las  tres   iguras.  Un  refugiado  intenta  transterrarse,  o  no  lo  consigue  y  se  queda  desterrado.  Pero  elegir  el
nomadismo voluntariamente es un poco el lujo de quien no tiene hijos a su cargo, posee grandes capacidades vitales o carece
de una carrera profesional estable. Intelectualizar la indigencia, lo que inevitablemente es legitimarla, suena un poco a quien
no la vive realmente ¿Por qué no se quedó  en Puerto Rico y se vinculó  al proceso polı́tico del paı́s, como parece que hubiera
sido posible?¿Por qué abandonar, sin necesidad de hacerlo, tantos posibles arraigos? Tal vez hay algo de irresponsabilidad en
su “dejarse la capa al huir de la seducció n de una patria que se le ofrece”. El exilio en Marı́a Zambrano, y esto es algo que ella
no  niega,  tiene  algo  que  trasciende  lo  polı́tico  o  lo  econó mico,  y  se  adentra  en  las  interioridades  de  una  persona  herida  y
complicada.

4, Tras otear los exilios, queremos centrarnos en José Gaos y el término que acuñ ó  de “transterrado”.
José Gaos nació  en Asturias en el 1900. Joven se topó  con el Curso	de	Filoso ía	Elemental,  de  Jaime  Balmes,  en  cuyo   inal  se
alumbraba  una  inquietud  que  Gaos  arrastrará  toda  su  vida  intelectual:  la  radical  historicidad  de  la  Filosofı́a,  incapaz  de
desarrollar corpus teó ricos independientes de su contexto. Tras vivir en Valencia un tiempo, marcha a Madrid en 1921 para
estudiar Filosofı́a y letras en la Universidad Central. Allı́ conocerá a Zubiri, Garcı́a Morente, y sobre todo a Ortega y Gasset, del
que se convertirá en uno de sus discı́pulos más queridos. Con el tiempo la relació n entre ambos conoció  ciertas tensiones, que
con la Guerra Civil se volvieron muy profundas –si bien Gaos siempre reconocerá a Ortega como maestro.
Gaos se a ilió  al PSOE en los añ os treinta y mantuvo su lealtad a la II Repú blica durante toda la contienda. Aprovechando la
generosa polı́tica con los españ oles vencidos del presidente mexicano Lázaro Cárdenas, Gaos se exilió  en México, de donde ya

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casi no salió . Allı́ le abrieron todas las puertas y su incorporació n a la vida académica fue inmediata y fructı́fera. Jamás volvió
a Españ a, ni a pesar de los indultos que el Régimen franquista empezó  a conceder a partir de los añ os cincuenta.
Murió  en 1969, convertido en un importantı́simo y querido  iló sofo mexicano. 	

5, Más allá del prestigio, la voluntad o incluso la suerte que Gaos pudiera tener para ser tan gratamente aceptado en México,
hay un adecuació n del sistema gaosiano al momento polı́tico de México que hicieron el acoplamiento especialmente fértil y
productivo para ambas partes.
Volvemos al tema del circunstancialismo de Ortega, ahora asimilado y matizado por Gaos.
La idea de la circunstancia de Ortega no parece, de hecho, muy original: con otros nombres o sin ninguno estaba en la mente
de los intelectuales hispánicos desde hacı́a siglos. La brillantez fue que supo explicitar y justi icar lo que antes no estaba tan
excelentemente explicitado y justi icado.
Antes  de  que  Gaos  cruzara  el  Atlántico,  la  idea  de  circunstancia  tenı́a  aceptació n  en  ambos  márgenes.  En  Españ a,  le
Generació n  del  14  lo  veı́a  como  base  del  compromiso  con  el  paı́s;  en  México,  la  Revolució n  Mexicana  habı́a  originado  un
nuevo nacionalismo que buscará en ella una variante  ilosó  ica. En los dos casos se pide a la  ilosofı́a que deje de ser universal
y se concentre en las coyunturas histó ricas: la  ilosofı́a enraizada en su tiempo y su paı́s.
Para  Gaos,  por  extensió n,  defender  la  posibilidad  de  hacer   ilosofı́a  en  españ ol  era  parte  de  su  circunstancialismo;  y  en
consecuencia  defender  a  Ortega  –el  máximo  representante  del  pensamiento  en  este  idioma-  se  convirtió   en  una  causa  que
superaba la lealtad personal para adentrarse en un objetivo más profundo: la salvació n de las naciones hispánicas en general,
condenadas  al  segundo  plano,  en  parte,  por  sus  supuestas  de iciencias  culturales.  Si  hay  un  pensamiento  a  la  altura  hay
solució n, y el de Ortega lo está.
Y  con  esta  preocupació n  por  el  pensamiento  españ ol  y  en  españ ol,  por  la  historicidad  del  mismo  pensamiento,  Gaos  quiere
hacer  a  la   ilosofı́a  preguntarse  por  la   ilosofı́a  y  su  historicidad-  sin  dejar  nada  en  el  camino,  integrando  los  pensamientos
nacionales que previamente habrı́an de ser estudiados (Es interesante có mo ver Gaos in luyó  aquı́ a Leopoldo Zea, que a su
vez marcó  a los postcolonialistas latinoamericanos: la sombra de Ortega es alargadı́sima y a veces asombrosa).
El complejo por la dependencia pasada puede llevar a un reniego total del pasado, pero esto es un imposible. Para Gaos y sus
continuadores, el empeñ o por hacer en América Latina -o América Españ ola como dirı́a él- una  ilosofı́a que obvie la historia
latinoamericana,  lo  que  aconteció   y  lo  que  se  pensó   previamente,  es  directamente  un  empeñ o  “utó pico”.  No  hay  manera  de
escapar  de  la  propia  condició n,  por  mucho  que  se  intente,  y  convertirse  y  pensar  como  francés  o  un  estadounidense.  El
pensamiento es regional, no universal.

6, “El  concepto  de  circunstancia  se  articula  en  Ortega  con  el  de  perspectiva”  nos  recuerda  Julián  Marı́as.  “El  punto  de  vista
crea el panorama” dirá el propio Ortega.
En Gaos, si México es la circunstancia, el transterrado es la perspectiva.
Los exiliados llegan a América y quieren entender. No solo la realidad sino có mo la ven ellos, quiénes son, desde dó nde hablan.
Nunca  se  olvidan  de  quién  mira,  de  ellos  mismos.  Los  textos  de  Gaos  sobre  el  transterrado  se  pueden  entretejer  con  los  de
Ortega sobre el Espectador, que la perspectiva desde la que hablaba el maestro, y todo parecerı́a seguir una secuencia ló gica.
Cada perspectiva se orienta sobre la realidad, no sobre el conocimiento. La realidad tiene tantos matices como personas. Y si
damos  hegemonı́a  a  una  visió n  concreta,  si  erigimos  un  ojo  de  dios,  nos  equivocamos.  La  realidad  funciona  con  la
multiplicidad de perspectivas. No hay un intelecto árbitro universal.
Y  aquı́,  una  vez  más,  los  caminos  de  Ortega  son  inescrutables.  Cuando  Eduardo  Nicol,  otro  españ ol  transterrado  en  México,
intentó   distanciarse  de  Gaos  y  del  orteguismo,  lo  hará  denunciándolos  como  nacionalismo  españ ol  y  oponiéndole  un
universalismo  racionalista  ateniense.  Contrariamente  a  lo  que  se  podrı́a  suponer,  los  mexicanos  Leopoldo  Zea  y  Samuel
Ramos, los grandes pensadores nacionales del momento, tomarán partido por los supuestos acerbos cachupines: las muchas
visiones, o la perspectiva españ ola frente al canon occidentalista, es más fácilmente mexicanizable que una razó n universal,
que indefectiblemente subalternizará, antes o después, cualquier interpretació n mexicana del mundo. 	

7,  Antes  de  arrojarnos  a  los  textos  de  Gaos  sobre  el  transterramiento,  centrémonos  en  la  exposició n  que  hace  José  Luis
Abellán del mismo concepto.
Abellán vuelve mucho sobre los mismos temas y reescribe constantemente sus libros, o mejor, su opus de  varios  volú menes
sobre la historia del pensamiento españ ol (que afortunadamente está libremente disponible en la biblioteca digital Saavedra
Fajardo). Sobre el exilio escribió  un libro en el 67 que la censura no permitió  que se publicara completo. Luego coordinó  una

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obra  colectiva  en  los  setenta.  Y  sobre  todo  son  fundamentales  los  dos  que  más  hemos  manejado: El	 exilio	 como	 constante	 y
como	categoría (Biblioteca Nueva, 2001) y El	exilio	 ilosó ico	en	América.	Los	transterrados	de	1939 (FCE, 1998).
En  el  primero  se  compilan  interesantı́simos  artı́culos  sobre  distintos  autores,  como  Machado,  Zambrano  o  los  exiliados
vascos,  ası́  como  re lexiones  más  genéricas  sobre  el  exilio.  El  segundo,  revisita  al  estudio  primigenio  del  67  -pero  ya  sin
mordaza y con más medios-, es un libro unitario, brillante y fértil, donde se repasan a una serie de autores casi desconocidos
para  el  pú blico  actual,  y  que  se  prologa  con  una  disertació n  imprescindible  sobre  esta  variante  del  exilio  que  es  el
transterramiento.
Abellán  se  remonta  al  mundillo   ilosó  ico  españ ol  de  los  añ os  inmediatamente  anteriores  a  la  guerra  civil.  Para  él,  Españ a
habı́a conseguido un nivel, por  in, equiparable al europeo, con unos pensadores a la altura de sus pares continentales. En ello
tuvo mucho que ver el krausismo del siglo XIX y la incorporació n de initiva de las fuentes germánicas. Ortega imperaba sin
oposició n  y  en  torno  a  él  se  aglutinaba  la  Escuela  de  Madrid  (Garcı́a  Morente,  Zubiri,  Marı́as,  Gaos,…)  disuelta  con  la
contienda. En Barcelona se con iguraba al tiempo otra escuela, menos vertebrada, más enraizada en un principio autó ctono
del sentido comú n o seny. Abellán reproduce un texto sobre la misma de Nicol, uno de sus representantes, donde asegura que
ellos no leyeron a Ortega. Pero basta conocer a Ferrater Mora, Eugenio D´ors, o incluso los diarios de Josep Pla, para saber que
Ortega era muy estudiado también en Cataluñ a.
A estas dos escuelas de Madrid y Barcelona, que básicamente responden a las dos ú nicas ciudades españ olas donde se podı́a
estudiar  Filosofı́a  y  Letras,  habrı́a  que  añ adir,  nos  recuerda  Abellán,  a  los  pensadores  marxistas  o  especialmente  singulares,
como  a  los  que  llama  del  “pensamiento  delirante”:  Marı́a  Zambrano,  José  Bergamı́n,  Eugenio  Imaz  y  otros  (la  etiqueta  es
con lictiva,  nos  tememos:  Marı́a  Zambrano  hace  del  exilio  algo  delirante,  pero  no  todo  su  pensamiento  lo  es;  Eugenio  Imaz
acabará mal, pero sus libros son sensatos; José Bergamı́n empero sı́ parece ajustarse al cali icativo…)
Tras la derrota de la II Repú blica viene el exilio y con él la escisió n entre los que quedan y los que se van. Ninguno de los dos
grupos  tiene  una  posició n  envidiable,  por  cierto.  De  los  que  se  van,  que  son  los  que  estudiamos  aquı́,  destaca  la  calidad
intelectual;  hay  2  premios  nobel,  por  ejemplo.  Hay  otro  dato  importante,  y  es  que  muchos  eligen  América.  Lo  hacen  por  el
idioma y porque adivinan una nueva guerra en Europa, que pre ieren evitarse.
La polı́tica de Lázaro Cárdenas favorecerá la emigració n de los españ oles a México, y pensadores de todas las ó rbitas se irán
para  allá.  Se  les  facilitará  la  nacionalidad  mexicana  inmediatamente,  y  pronto  se  creó   La  Casa  de  Españ a  en  México  (1938)
para facilitar su integració n profesional. En agradecimiento las mayorı́a de los republicanos españ oles darán lo mejor de sı́ al
paı́s de acogida: se convierten en transterrados.
Para estos españ oles, América (y México más en concreto) se convierte en un nuevo descubrimiento donde podrán vivir sin
traumas  sus  valores  republicanos  hispánicos.  América  es  el  futuro  españ ol,  de  lo  españ ol,  que  en  su  propia  tierra  de  origen
está agonizando.
Aunque  a  decir  verdad,  desde  el  39  hasta  la  II  Guerra  Mundial,  muchos  de  los  españ oles  siguen  viendo  el  exilio  como  algo
transitorio.  La  victoria  aliada  podrı́a  suponer  el   in  de  Franco  y  la  posibilidad  de  volver.  Adolfo  Sánchez  Vázquez,  en
susRecuerdos	y	re lexiones	sobre	el	exilio, dice que hasta  inales de los añ os cincuenta, en que la visita de Einsenhower legitima
de initivamente la dictadura, el 70 o el 80% de los exiliados españ oles en México hubiera vuelto si hubiera podido (Sánchez
Vázquez tiene algo de némesis de Gaos y volveremos sobre él). 	

	8, Retomando a Abellán, llegamos a seis puntos que, él cree, resumen un poco las caracterı́sticas del exilio  ilosó  ico españ ol.

I) Instalació n generalizada en paı́ses de habla españ ola: los pensadores, a diferencia de otros profesionales,
necesitan de la lengua y un contexto cultural en el que ubicarse. Hay muy pocos casos de pensadores que eligieran
Estados Unidos, por ejemplo; Ferrater Mora lo hizo, pero le adornaba la extrañ a cualidad en un españ ol de tener
facilidad para los idiomas.

II) Paulatina despolitizació n con la llegada a América: los ardores juveniles se van disipando con los añ os. La
dedicació n académica y la di icultad de tener una actividad pú blica por ser forasteros, sostiene Abellán, les aleja
del activismo más vehemente.

III) Aceptació n del liberalismo: como secuela del punto anterior, los exiliados españ oles van orientándose a un
liberalismo moderado que no da para grandes histrionismos. Añ adimos nosotros algo que Abellán extrañ amente no
menciona, la particularidad del régimen mexicano, corrupto pero no tiránico, tramposo pero respetador de la
libertad de expresió n, que no exigió  nunca una oposició n militante, un compromiso ineludible como habı́a sido la
defensa de la Repú blica (serı́a interesante ver qué hicieron los exiliados españ oles en otras repú blicas
latinoamericanas con dictaduras, pero eso sobrepasa a este trabajo).

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IV) Idealizació n de la cultura españ ola: muchos de ellos “descubren” Españ a en América, convierten la defensa del
legado españ ol en uno de los propó sitos de sus vidas. Aprehender una Españ a ideal les ayuda a superar la pérdida
de la Españ a real.

V) La presencia de la Institució n Libre de Enseñ anza: no tan evidente como la de Ortega, todo lo que representó
este vestigio del krausismo marcó  a la generació n de exiliados, directa o indirectamente, como a Marı́a Zambrano,
que fue profesora de la Residencia de Señ oritas.

VI) Carácter fundacional y misionero: Abellán remonta a marzo de 1939, cuando se funda la Junta de Cultura
Españ ola, esta idea. Bajo la presidencia de José Bergamı́n se quiere “asegurar la propia  isonomı́a espiritual de la
cultura españ ola”. Se fundaron librerı́as y revistas, institutos y editoriales. Los ejemplos que da Abellán son
muchos, y sabemos que no son todos. Básicamente, los exiliados españ oles desataron su pasió n por la cultura en
América y aportaron una gran contribució n al mundo hispánico.

9, En Confesiones	de	un	transterrado, de 1963, José Gaos recordará có mo nació  el término de transterrado: “En todo caso, y en
una  comida  que  nos  dieron  los  profesores  de  Filosofı́a  y  Letras  a  los  compañ eros  españ oles  incorporados  a  la  Universidad
Nacional, obligado a hablar, y queriendo expresar có mo no me sentı́a en México “desterrado”, sino…, se me vino a las mientes
y a la voz la palabra “transterrado”, que sin duda resultó  ajustada a la idea que habı́a querido expresar con sinceridad, y debı́a
de  ser  la  de  una  realidad  no  solo  auténtica,  sino  más  que  puramente  personal,  pues  hizo  fortuna:  desde  entonces  la  he
encontrado utilizada varias veces y no solo en México no solos españ oles y mexicanos”.
El neologismo tiene sustancia y se debe sin duda a un brote de genial inventiva. Aurelia Valero Pie, en un artı́culo insuperable
sobre  el  tema,  "Metáforas  del  exilio":  José  Gaos  y  su  experiencia  del  “transtierro”,  explica  bien  el  hallazgo:  “La   lexibilidad
lingü ı́stica y el poder de imaginació n se unieron para procrear una metáfora, concebida a partir de un juego de signi icados.
Mediante el trueque de un simple pre ijo, la negació n se transformó  en continuidad, el despojo en superació n, la carencia en
movimiento”.
José  Gaos  tiene  una  obra  in inita,  recopilada  en  nueve  tomos  hasta  la  fecha  de  sus Obras	Completas.  Al  tema  del  exilio  y  su
visió n  del  transterrado  no  le  dedica  sin  embargo  mucho.  A  decir  de  verdad  esto  es  de  agradecer:  si  hubiera  estirado  su
concepto  en  libros  y  artı́culos,  tal  vez  hubiera  quedado  como  algo  cansino,  autorreferencial  y  pedante.  Esta  ası́  es  su  justa
medida y de ahı́ su fuerza, es la leve voz del “yo” de un  iló sofo que ha creado una  ilosofı́a sistémica que le supera y sobre la
que pensarán generaciones de estudiosos.
Que  sepamos,  hay  tres  textos  especı́ icos  de  Gaos  sobre  el  tema  (habla  del  exilio  en  sus  Confesiones	 profesionales,  pero  no
como “transterrado”) y los tres están compilados en el tomo VIII de sus Obras	Completas, que vienen con en el ya mencionado
e imprescindible pró logo de Leopoldo Zea.
-El  primero  se  llama  “Los  ´transterrados´  españ oles  en  la   ilosofı́a  de  México”,  y  apareció   en  1949  en  el  nú mero  36  de
laFiloso ía	y	Letras.	Revista	de	la	Universidad	de	México.
El artı́culo, no especialmente extenso, presenta la historia de los  iló sofos exiliados españ oles, nombrando a los más célebres;
su primera impresió n de México, también có mo “descubrieron” un paı́s tan similar a Españ a, có mo fueron tan bien aceptados
por el Gobierno y la facilidad con la que pudieron proyectar su lealtad cı́vica republicana de Españ a a México.
Ya en el tı́tulo vemos que “transterrados” aparece en plural. Es un término afortunado porque señ ala una experiencia colectiva
que  vivieron  mú ltiples  individuos  en  un  momento  determinado.  Por  supuesto  ahora  podemos  usar  el  término  a  discreció n,
pero igual a costa de desencallarlo.
¿Fue el españ ol Rafael Barrett, por ejemplo, un transterrado cuando emigró  al Paraguay a principios del siglo XX tras pelearse
con un aristó crata? Aparentemente cumple las condiciones: se casó  con una paraguaya y tuvo hijos, se vinculó  a la polı́tica
nacional,  formó   parte  de  la  élite  intelectual  de  Asunció n  durante  añ os…y  sin  embargo,  lo  hizo  solo  y  en  unas  situaciones
diferentes a las del 39.
También  vemos  en  el  artı́culo  la  mayor  limitació n  del  concepto  de  transterramiento  gaosiano:  está  tan  enfocado  al  mundo
intelectual,  o  meramente  académico,  a  la  alta  cultura,  que  a  veces  dudamos  si  puede  ser  aplicable  a  la  tropa  de  exiliados
campesinos o trabajadores manuales. M. Romero Samper, en La	oposición	durante	el	franquismo,  sostiene  que  precisamente
estos  exiliados  son  lo  que  se  transterraron  de  verdad:  los  españ oles  que  se  hicieron  taxistas,  bedeles,  o  mecánicos,  los  que

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dejaron  sus  preocupaciones  polı́ticas  hispano-mexicanas  a  un  lado,  y  se  integraron  plenamente  en  el  paı́s  de  adopció n,
echando raı́ces en él.
-Un  segundo  texto  es  la  conferencia  de  1963, Confesiones	 de	 un	 transterrado,  donde  explica  más  personalmente,  y  con  más
perspectiva,  có mo  vivió   el  exilio.  Hecho  dramático  que  cuenta  que  vivió   con  treinta  y  ocho  añ os,  por  cierto,  algo  que  es
importante mencionar: para que el traslado a otro paı́s pueda considerarse transtierro hay que estar ya formado como adulto.
Un niñ o o adolescente no experimentan el contraste igual que alguien maduro.
Además  se  ilustra  aquı́  la  piedra  basal  del  transterrado  y  que  le  opone  a  las  otras  dos   iguras  de  exilio  que  hemos  visto:  su
voluntad de instalarse de modo de initivo. Gaos cuenta que hubo una idea circunstancial que se planteó , que tal vez no iba a
quedarse mucho tiempo, pero que hubo otra idea más general que prevaleció : “E  sta fue la idea de que puede vivirse en plan
provisional o en plan de initivo, pero que en plan provisional no se hace nunca nada que valga la pena, por lo que mejor es
ponerse siempre en plan de initivo: ponerse en plan de initivo es ponerse en camino de hacer lo más y mejor que se pueda,
exponiéndose, tan solo, a no llegar a hacerlo; pero ponerse en plan provisional es ponerse pura y simplemente en plan de no
hacer nada que valga la pena, repito, y hasta de no hacer nada a secas”.
Ası́ que es transterrado tiene voluntad de permanencia, lo que no necesariamente le obliga a quedarse. El transterrado vive
como si fuera a quedarse; el desterrado como si fuera a volver y el exiliado como si no fuera ni a quedarse ni a volver.
Gaos  dice  que  para  a incarse  fue  fundamental  la  lengua,  y  llega  a  decir  que  en  México  se  sintió   más  integrado  de  lo  que  se
hubiera  sentido  en  Barcelona,  donde  el  idioma  local  le  era  desconocido.  Pronto  se  sintió   empatriado:  “Desde  aquél  primer
momento tuve la impresió n de no haber dejado la tierra patria por una tierra extranjera, sino más bien de haberme trasladado
de un tierra de la patria a otra”.
Y la segunda parte de la conferencia de Gaos se centra en papel de Españ a en el mundo hispánico. Es una parte interesantı́sima
donde dice que el Imperio no fue españ ol sino monárquico cató lico y que tiranizaba por igual en ambos lados del Atlántico.
Una vez que se ha descolonizado América, hace falta descolonizar la penı́nsula: “Españ a es el ú ltimo paı́s hispanoamericano
que queda por independizar del pasado imperial comú n, convirtiéndose en una repú blica pareja de las americanas”. Le sigue
una defensa de la igualdad de todos los ciudadanos de las naciones de habla españ ola, y una apologı́a de los nuevos emigrantes
españ oles, que tras las independencias, ya van como iguales y en paz a América.
Leı́do  hoy,  vemos  un  exceso  de  optimismo  en  Gaos,  y  sentimos  su  “commonwealth”  hispánica  –y  aun  ibérica-  como  un
imposible  por  la  conjunció n  de  intereses  entre  el  poder  global  y  las  castas  nacionales,  que  siempre  preferirán  los
compartimentos estancos. Pero desde luego no deja de emocionar su sueñ o panhispánico.
-El ú ltimo escrito de Gaos sobre el tema, “La adaptació n de un españ ol a la sociedad hispanoamericana” pertenece a 1966, y
apareció   signi icativamente  en  la  Revista	 de	 Occidente,  cuando  cierto  antiespañ olismo  suyo  se  habı́a  templado  y  ya  habı́a
accedido  a  volver  a  colaborar  con  medios  españ oles  (durante  muchos  añ os  no  quiso  hacerlo  por  si  aquello  servı́a  para
legitimar, de alguna manera, el franquismo).
Que la audiencia ahora es peninsular es claro. Anteriormente explicaba a mexicanos có mo era ser españ ol entre ellos, ahora
describe a españ oles có mo es ser uno de ellos entre mexicanos.
El texto habla de la adaptació n y de có mo ésta una experiencia personal en la que se puede fracasar, y desarrolla una idea que
merece que le prestemos atenció n: la idealizació n polı́tica de México y el régimen del PRI.
José  Gaos  insiste,  como  hace  en  los  otros  textos,  en  que  la  Repú blica  de  México  representa  una  culminació n  de  los  ideales
republicanos de los españ oles. La historia de amor de Gaos con el PRI es muy diciente de cierta ofuscació n del transterrado.
Se tiende a idealizar el sistema polı́tico que le ha aceptado, sin ver sus fallas. Difı́cilmente Gaos o los republicanos españ oles
hubieran sido ası́ de condescendientes con un PRI españ ol.
En  el  mencionado  artı́culo  Aurelia  Valero  Pie  se  habla  bastante  de  este  hecho.  Gaos  se  consagró   a  México  sin  ver  sus
imperfecciones. En 1958 escribe al entonces candidato presidencial Ló pez Mateos una carta llena de genu lexiones. Además,
su  distanciamiento  afectivo  de  los  españ oles,  a  los  que  ve  como  un  pueblo  cobarde  por  tolerar  a  Franco,  es  bastante  más
severo que el que siente hacia los mexicanos, sobre cuya connivencia con la corrupció n y el clientelismo del PRI no dice nada.
Solo en los ú ltimos añ os, ante los cambios industrializadores y brutales del Distrito Federal, nos dice Valero Pie, empezará a
sentirse  exiliado  en  México.  Escribe  algunos  textos  criticando  la  deshumanizació n  capitalina,  aunque  “sin  que  la  decepció n
que resintió  por México fuera tan radical como la que lo condujo a alejarse de Españ a” (Valero Pie).

10,  Parece  que  los  intelectuales  mexicanos  sintieron  y  sienten  aprecio  por  estos  forasteros  que  fueron  a  darles  otra
perspectiva  de  su  tierra  –que  por  supuesto  nunca  fue  impositiva.  Como  los  hispanistas  anglosajones  en  Españ a  o  escritores
centroeuropeos en Estados Unidos, las visiones foráneas bienintencionadas de un paı́s siempre pueden ayudar a mejorarlo.

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Hay paı́ses, como Colombia por ejemplo, cuya idiosincrasia ha di icultado el asentamiento de extranjeros en su suelo –se dice
que es el paı́s de América Latina que menos inmigrantes ha recibido durante todo el siglo XX- y en consecuencia casi no ha
tenido testigos externos.
En su Breviario	arbitrario	de	Literatura	Colombiana, Juan Gustavo Cobo Borda dice: “(…) resulta pertinente preguntarse có mo
en  un  paı́s  como  Colombia,  cali icado  por  Alfonso  Ló pez  Michelsen,  en  su  libro Esbozos	y	atisbos (1980),  como  “el  Tı́bet  de
Suramérica”, la carencia de corrientes migratorias nos han aislado, aú n más, vedándonos la existencia de miradas ajenas sobre
nosotros mismos.
Esto  lo  digo  pensando  no  tanto  en  fenó menos  colectivos,  como  la  inmigració n  españ ola  a  raı́z  de  la  guerra  civil,  que
contribuyó   tanto  en  México  como  en  Buenos  Aires  a  sentar  las  bases  de  una  industrial  cultural  –editoriales,  revistas,
traductores-, sino al hecho de que estos transterrados – el hermoso nombre con que en México se los designa- han ofrecido
vı́as  de  acceso  de  singular  originalidad,  aun  en  sus  desfases,  para  la  compresió n  de  fenó menos  latinoamericanos  y  han
mantenido en constante actividad vasos comunicantes entre la cultura europea y la latinoamericana”.
Ası́ que, sin necesidad de explayaros más, salvo opiniones de puristas, demagogos o resentidos, que seguro que alguno hay, no
hay  objeció n  autó ctona  de  peso  hacia  los  transterrados.  Es  más,  cuando  faltan,  se  les  extrañ a,  los  más  lú cidos  de  entre  los
americanos, les extrañ an.
Y,  añ adiremos  desde  Españ a,  ojalá  muchos  mexicanos  se  transterraran  hoy  aquı́  para  dar  vida  a  la  Antropologı́a  españ ola,
disciplina sin pulso comparada con la de allı́.

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