2002-10-16.LA RAZON.RAZÓN DEL ARTE MARTIN MIGUEL RUBIO
Publicado: 2002-10-16 · Medio: LA RAZON
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RAZÓN DEL ARTE LA RAZÓN. MIÉRCOLES 16 DE OCTUBRE DE 2002 MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN Nuestro maestro García-Trevijano nos decía el 3 de octubre, en su columna «La década decisiva», en el marco de su desveladora y genial investigación crítica sobre el Arte y sus límites ontológicos, que «los mundos de la guerra fría, la postmodernidad y el pensamiento único no han tenido quien los pinte». En efecto, los muralistas cretenses nos transmiten el amor al mar y la talasocracia en que se fundaba el mundo minoico. Los ceramistas micénicos nos descubren el amor por la caza que sentía la nobleza aquea. La hydría o cántaro del pintor de Cleofrades es testimonio fidedigno de la brutalidad y la falta de compasión que tuvieron los griegos en la destrucción de Troya, que seiscientos años después de esta aterradora imagen plástica inmortalizará Virgilo en el Libro II de su Eneida. Cresilao realizó el famoso retrato con yelmo de un Pericles exquisitamente equilibrado, encarnación primera de la Democracia y el racionalismo político. La estatua ecuestre del eternamente joven Alejandro Magno, expuesta en el Museo Nacional de Nápoles, nos enseña con el ímpetu amenazador del brazo derecho del jinete que el lógos koinós o razón común de la tradicional pólis griega, gestada durante la Edad Oscura, se ha interiorizado, y que de las multitudes de la Democracia «agórica» se ha pasado a la soledad triste ¬véase los ojos del responsable Alejandro¬ de los palacios del Imperio y de los reinos helenísticos. El busto del niño César, tan lleno de encantador donaire, perfectamente refleja la esmerada educación a la que la aristocracia republicana sometía a sus vástagos, y en sus grandes ojos soñadores preveemos un futuro que se asentará en las estrellas. El precioso e imponente busto de Adriano (¿o quizás Marco Aurelio?), empotrado en la espadaña de la iglesia de San Pedro, en Quintana del Marco, en León, refleja con su relevante presencia cómo el salto a la Edad Media cristiana no fue una ruptura total con un mundo anterior, que todo el Medievo, de San Isidoro hacia adelante, lo va a sentir y «recordar» como un paraíso radiante. La Santa Clara pintada por Giotto, que podemos contemplar en la Capilla Bardi, de la Santa Croce, de Florencia, sujetando una rama de lirios con la diestra, con un bellísimo rostro ladeado cuyo insinuante esplendor nos inquieta e interroga, potenciada su deslumbrante belleza por un velo celoso y riguroso que le cubre la cabeza, se nos presenta con unos ojos verdes tranquilos, perdidos de iluminismo, irónicos y sabios que otean el Humanismo venidero. El triángulo de su rostro visible, enmarcado por los ojos y la barbilla, nos permite conjeturar que es una mujer hermosísima, prototipo de la belleza renacentista. Con «El Triunfo de la Muerte», de Brueghel, en donde ya sólo quedan muertos «cruzados» que matan y entierran a los vivos, y sus esqueléticas y repugnantes manos aprietan los senos de las vivas, la alegría del Humanismo ha acabado: comienza el Barroco y la Contrarreforma de Felipe II. Ingres, en su magnífica obra «Monsieur Bertin L´Aîne», enfatiza con las grandes manos (manazas) del retratado la toma del Estado por la burguesía, hija que fuera de la arrolladora libertad de la Revolución girondina, y la mundivisión burguesa del Estado entre Luis Felipe de Orleans y Napoleón III. Un Estado en que la razón y la ley de presupuestos son sus pilares básicos, casi únicos. El Estado como la razón suprema burocratizada de la burguesía revolucionaria (en sus cabellos se mantiene la Revolución). Pues bien, las obras «maestras» de la pintura «moderna» del siglo XX, si han representado algo, ha sido la locura estética y el autismo. Apenas Max Beckmann («es muy fuerte» ¬dijo lacónico Picasso de este genio alemán¬) ha sabido llevar con un arte supremo a sus grandiosos cuadros el horror de las dos Guerras Mundiales y el totalitarismo del Estado. La noche es una anticipación profética del infierno que hubieron de conocer las gentes de Europa y, en especial, de su propio país. Y quizás «Los argonautas» se conviertan en el futuro en el único pecio valioso del gran naufragio artístico del siglo XX. La haplolalia o hapaxepia del «arte» abstracto es aún mayor que el esquematismo expresivo de la pintura rupestre, y su intento plasmador del mundo ha sido un esfuerzo inútil, porque para ello ya teníamos la escritura en cualquiera de sus tres gamas, semasiográfica, silabográfica y alfabética.