1999-09-20.LA RAZON.POESÍA ACTUAL AGT
Publicado: 1999-09-20 · Medio: LA RAZON
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POESÍA ACTUAL LA RAZÓN. LUNES 20 DE SEPTIEMBRE DE 1999 ANTONIO GARCÍA TREVIJANO No recuerdo otra época de mi vida donde se haya celebrado tanto la poesía. A juzgar por los premios y homenajes que se dan a los atletas y los poetas, se diría que en España, tras la chabacana «movida», brilla más que el Sol la luz natural de Grecia. Qué más quisiera yo, admirado Martín-Miguel, que cantar epinicios como Píndaro. Cómo no voy a lamentar, amigo Carlos París, la bastardía en el deporte, aunque no comparta tus románticas quejas por los avances técnicos en material deportivo y estilo de los saltadores de altura. Sólo me admira lo que es en sí admirable, y trato de explicar, más a mí mismo que a los otros, el sentido de lo que es socialmente explicable. Me ocupé en aquel artículo, hablando de los dioses en Sevilla, sobre el sentido del atletismo para la especie humana. Hoy quería hacer lo mismo con la poesía. A la que los medios de información, y este diario en particular, dedican una atención constante y esmerada. Pero, al concentrarme en el tema, creyendo que tenía algo interesante que dilucidar, me doy cuenta de mi indigencia. Personas sensibles y cultas, a quienes debo momentos únicos de comprensión espiritual y permanente sentimiento de amistad, me dicen que la novela y el teatro están muertos, y la poesía viva. Tal vez sea verdad. Mi juicio no es de fiar. Por debajo del nivel marcado por los genios universales de la literatura, en mi acervo sentimental e intuitivo no encuentro, a pesar de los continuados esfuerzos que realizo para buscarlo, el abanico de matices de sensibilidad que, a otros mejor dotados, permite discernir la mayor o menor calidad de la poesía en la segunda mitad de este siglo. Casi toda me parece mediocre o artificial. Me aburre o me irrita. Seguramente porque he tenido la desdicha de no haberme educado para presentir desde la infancia todas las modalidades del sentimiento poético. La educación religiosa, la cultura de la burguesía profesional y la guerra civil determinaron, como en tantos infantes de mi generación, mis primeras lecturas serias: Libros Sagrados, Odisea, Eneida, Divina Comedia, Quijote, Hamlet, Lazarillo de Tormes, Gargantúa, Gil Bias, el Señor de Bembibre, Lohengrin, el Anillo del Nibelungo y alguna más. Sólo el Antiguo Testamento, aprendido de memoria entre los 6 y 9 años, y la Odisea, a los 12, impresionaron profundamente mi imaginación infantil. Hasta el punto de que luego no he podido sentir ya la emoción de la belleza poética más que en mitología o religión, en la épica o la tragedia. Estoy convencido de que el sentimiento de la poesía, como el del amor, se predetermina con las vivencias de la infancia. Quien no ha leído poesía lírica, versos o rimas, de niño; quien no ha sido impresionado en su primera juventud por el juego de sonoridades o evocaciones que la combinación de palabras puras permite; quien no ha sido transportado de emoción intelectual en su adolescencia por la luz refringente de ciertas formas abstractas del lenguaje, carentes de contenido sensorial, moral o ideológico; quizás pueda comprenderlas de hombre, quedar incluso encantado con ellas, pero difícilmente sentirlas. Sólo la sensibilidad de un poeta precoz, y preciso como el talento de un músico o un matemático, presiente y siente la enjundia de la poesía lírica o abstracta. Por ejemplo, Valéry presiente a su amigo Mallarmé en el ideograma «Coup de dés». Mientras que mi ansia de conocer el sentido de lo que dice, aun admirando con frialdad su forma tipográfica y un tanto algebraica de decirlo, pone mis virtualidades de lector en la esforzada tarea de entenderlo, sin gozarlo. Consciente de que los más altos placeres son los que más cuestan, doy crédito a la buena crítica que valora la poesía actual. Pero parece raro que la cúspide de la expresión artística esté floreciendo, cuando las raíces y las ramas populares del arte literario -cuento, novela y teatro- hace tiempo que crecen marchitas.