2003-12-11.LA RAZON.MI DOMICILIO INTELECTUAL AGT
Publicado: 2003-12-11 · Medio: LA RAZON
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MI DOMICILIO INTELECTUAL LA RAZÓN. JUEVES 11 DE DICIEMBRE DE 2003 ANTONIO GARCÍA TREVIJANO El nobel de Literatura de este año, el surafricano Coetzee, ha emitido dos juicios sobre sí mismo que, pese a su clara y distinta formulación, no están exentos de la incoherencia que oscurece y confunde con frecuencia la conciencia de los grandes escritores. Esta incoherencia suele derivar de la propia genialidad artística. «Soy un producto de la expansión europea desde 1600 a nuestros días porque mi domicilio intelectual es evidentemente europeo, no africano». Pero lo evidente aquí es la contradicción entre los sentimientos primarios del escritor y su libertad de espíritu, entre su inconsciente y su razón. Tal contradicción despierta precisamente mi interés por su obra literaria. El análisis completo de esta compleja frase llevaría demasiado lejos de mi objetivo. Pues sólo trato de acercar esa extravagancia a la experiencia de muchos españoles durante el régimen franquista y de los que continúan sintiéndose extraños o exiliados, como yo, en su propia patria. Como no tengo vocación para la literatura de ficción, y sí para la del pensamiento sobre el sentido de la vida y de la política, he podido darme el placer moral de resolver este tipo de contradicciones vitales, sin necesidad de reprimir mis sentimientos instintivos. Cosa que ni un genio excepcional podría permitirse sin merma de su inspiración artística. Aunque sean verdaderas las dos oraciones de la frase de Coetzee, su unión por la partícula «porque» produce un juicio falso. La verdad está en lo contrario de lo que dice. El escritor surafricano no es un producto europeo «porque» su domicilio intelectual esté en Europa, sino que ha fijado aquí su residencia mental porque él es un producto intelectual europeo. Sus dos errores surgen de la reconfortante creencia de no haber sido racista desde siempre en su nación racista, y de seguir siendo antirracista para siempre en un contexto cultural antirracista. La intención de separarse del racismo constituyente de su patria nativa, cosa que le honra moralmente, le hace caer en el desliz histórico de arrancar su ascendencia cultural europea solamente desde 1600, como si los primeros colonos «afrikaner» no hubieran sido fruto de la expansión colonial europea. Y además, comete la imprudencia de olvidar que, al decir «hasta nuestros días», se está considerando «resultado» del más espantoso de los racismos nacionalistas europeos, lo que le deshonra intelectualmente. Ignoro la biografía de este hombre interesante. En ella se encontrará, sin duda, la explicación concreta de sus incoherencias. En ningún momento he simpatizado con la impiedad profunda hacia el pasado de los que dicen sentirse extranjeros en su propia nación, tan distinta de la compasión por su país de los que se saben extraños al miserable consenso que se adueña de su patria. El cosmopolita del XVIII y el ciudadano del mundo del XX encarnaban un deseo de extraterritorialidad cultural sin instinto, que no implicaba rechazo del suelo natal. Con mayor congruencia, el doble sentimiento del emigrante o exiliado armoniza la noble lealtad al país de acogida y la nostalgia o morriña de sus lares patrios. No creo en la sinceridad de los que dicen sentirse extranjeros en su patria. Todos hemos tenido una infancia que ha recibido idioma y letras, paisajes y compañeros que, con amor o desafecto, distinción o vulgaridad, son inagotables fuentes de la imaginación adulta, no porque hayan sido las mejores sino por ser irrepetibles. Esa simpatía natural no se puede encontrar luego ni en el más afín de los domicilios intelectuales. Una expresión metafórica que elude la residencia de la vida. Pero ser extraño en su pueblo es la condición natural de los que, pensando por sí mismos y no separando conducta y pensamiento, se encuentran inmersos en la falsedad de algún consenso político. Esa sinrazón de la locura normal que brota de los miedos imaginarios y la demagogia sin memoria del oportunismo.