1996-11-11.EL MUNDO.ME EQUIVOQUÉ AGT

Publicado: 1996-11-11 · Medio: EL MUNDO

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ME EQUIVOQUÉ
EL MUNDO. LUNES 11 DE NOVIEMBRE DE 1996
ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO
La hilaridad de Aznar deja ver, mucho más de lo que él desearía, la pasión dominante en su carácter y el fondo de su pensamiento. La manera frívola de huir de una realidad desagradable para él, al ser interrogado sobre algo que evidencia su falta de sentido moral o de la libertad, carece del elegante distanciamiento que la ironía da al sentido del humor. Pocos españoles tienen este precioso don tan común en los pueblos anglosajones. Aquí reímos siempre de algo o por algo en lo que no estamos involucrados. No alcanzamos la sutileza de reír de uno mismo para ridiculizar lo ajeno. La inoportuna risa de Aznar nos desconcierta porque no procede de la ironía ni de una situación risible. No es risa inglesa ni española. Cuando ríe sin hablar, parece mohín para dar la buena impresión de que siempre está en estado de «gracia» o de humor optimista. Cuando habla riendo, parece risa floja para desatar los nervios que la inhabilidad de su elocuencia no puede liberar. Se ríe sin saber cómo ni por qué. Pero su risa no es vital ni ofensiva o confiada, sino suspicazmente defensiva, como la de ciertos niños tímidos y sin pudor, pillados en falta. 
Esta forma de reír sin causa produce en los demás menos simpatía que compasión y más inquietud que tranquilidad. Pero en un jefe de Gobierno, la risa sin causa o, mejor dicho, la risa por causa de llanto, que es exactamente la risa impúdica de Aznar, denota mayor amargura por la frustración disimulada con la risa, que sincera alegría por el retorno al sentido de la realidad; y menor impertinencia social que frialdad moral y timidez. O sea, todos los ingredientes del narcisismo infantil. Dada la forma de subir a la jefatura de un partido sin ideales, es casi imposible que una persona moralmente madura llegue a ser jefe de Gobierno en el Estado de partidos. La inmadurez de Aznar, manifestada cada vez que ríe -y no para de reírse- puede ser tan autoritaria como la cínica marchitez de González, aunque más peligrosa en ciertas cuestiones por su falta de sentido de  juzgar por su risa, la célebre frialdad de Aznar no proviene de la fortaleza de un carácter dominador de las pasiones, sino de la debilidad de su temperamento, de la ausencia de pasiones calurosas como las de libertad y amistad. Tiene la frialdad de un niño egoísta. Pero con el juego del Estado en sus manos. 
Nunca escribo sobre personas. Pero cuando vi en televisión que Aznar repetía una y otra vez, muerto de risa por el rechazo de su proyecto de Ley de Secretos Oficiales, «me equivoqué, me equivoqué, mire bien como se lo digo: me-e-qui-vo-qué» (trazando la corta frase con su mano siempre en el aire para que se leyera como un titular de prensa), sentí que algo gravemente perturbado se escondía bajo esa forma casi chulesca de reconocer una falta. Y comprendí en el acto que la expresión «me equivoqué», aunque era lógicamente equivalente en insolencia a  llamando error a los asesinatos de los GAL, encerraba una significación de orden psicológico que debía desentrañar para comprender qué tipo de persona nos gobierna. Lo demás era bien sencillo. Aznar reconoce que se ha equivocado en lo único que podía equivocarse. No sobre sí mismo, sino sobre los demás. No en haber intentado recortar la libertad de expresión en materia decisiva, cosa de la que no se duele ni arrepiente, sino en haber desconocido la realidad del mundo que gobierna. Se equivocó porque creyó que los medios de comunicación y el poder judicial eran tan insensibles como él a la libertad de expresión. La risa por causa de llanto revela el carácter infantil de un autoritarismo espasmódico y la naturaleza reaccionaria de un pensamiento oculto.