2002-04-11.LA RAZON.LA INGENUIDAD EN LAS BELLAS ARTES MARTIN MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Publicado: 2002-04-11 · Medio: LA RAZON
Ver texto extraído
LA INGENUIDAD EN LAS BELLAS ARTES LA RAZON. 11 ABRIL 2002 PÁG. 24 MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN Desde que hace ya muchos años me sintiera vivamente impresionado por las esplendentes páginas de Teoría del arte griego, de José Camón Aznar, no volví a sentir tal conmoción estética hasta que me topé con el libro de arte aún inédito de Antonio García Trevijano, profundo conocedor y gozador de esa materia, además de eximio pensador político. Y, desde luego, el arte en Trevijano no es un mero violín de Ingres. Yo, al menos, no he leído páginas tan bellas, apasionadas y profundas sobre el Arte como las de este amigo. Así, el pasado lunes, 11 de marzo, nos sorprendía el maestro en esta sección hablando de la ingenuidad del genuino artista a la hora de analizar (disolver) el mundo para luego sintetizarlo en la obra de arte. El artículo se titulaba «Más leales que los reyes». Y entre otras cosas lúcidas, se afirmaba: «El problema del talento creador reside en la selección de los materiales que todo análisis de la experiencia ha de separar y en la originalidad de la nueva síntesis que todo propósito estético debe unir». Sólo eso es creación: dar muerte a la vida mortal disolviéndola, para luego eternizarla de algún modo cosiendo sus retales fundamentales. Los ojos ingenuos del artista, libres de cualquier prejuicio y temor servil, rompen con inconsciencia infantil la realidad, y seleccionan los trozos imprescindibles y necesarios para transparentar la vida interior de su obra, cuya impresión de plenitud deviene de la sabia y consciente fusión de esos trozos elementales. Y es esa síntesis compuesta de los elementos primordiales lo que produce la pureza edénica de la obra maestra, una nueva creación de vida sempiterna. El arte clásico (Policleto, Mirón... ¡Donatello!) no se basa en la reproducción de accidentes o notas ambientales y accesorios, sino en la captación de la esencia de la proporción y el movimiento. Prestancia canónica en un movimiento arquetípico. Toda ingenuidad presupone una curiosidad con humor siempre en espera de lo maravilloso. Y la perfección de toda verdadera obra maestra extingue cualquier interpretación sobre sí mima que no se base en la pura admiración ingenua y edénica de su propia y singularísima belleza. Como dice Trevijano: «Los amantes de la belleza y los que esperan ser conmovidos por la expresión de las grandes realizaciones artísticas han de acercarse a ellas, y contemplarlas, con la ingenuidad silenciosa de los cortesanos cuando sus reyes hablan». La variabilidad de los gustos y de las civilizaciones no pueden resolver con su incesante fluir de teorías el enigma hermético de expresión de belleza. Por su pura esencialidad la obra clásica representa siempre la humanidad, y ésta en aquélla se reconoce. La tragedia personal me ha hecho entender muy bien a Trevijano cuando sostiene que el proceso creador tiene dos tiempos: la descomposición de la realidad y la composición de la misma a partir de los trozos esenciales de la previa disolución («la esencia es lo que era el ser» Aristóteles). El artista asesina previamente a la realidad mortal la muerte implica disolución y luego la crea «clásica» e inmortal a partir de sus partes más definitorias. Desde hace ya muchos años tenía la extrañísima sensación de que cada vez que caía extasiado ante las fotografías de las grandes obras de Policleto (el Diadumeno, el Doríforo, el Heracles, el Efebo de Westmacott), mi imaginación conmocionada vinculaba no sabía entonces por qué mis sensaciones al terrible mito literario del Frankenstein de Lady Shelley. Hoy ya he resuelto el enigma que me angustiaba. El arte de Policleto nace de la previa disolución de la vida a fin de eternizarla «de algún modo». El propio Policleto, que teorizó sobre su propia obra clásica en su Canon, lo sabía sin duda. La serenidad de la expresión clásica no está conseguida por una olímpica superación de las inquietudes humanas, sino por una imposibilidad de conflicto entre su ser y su destino. Su serenidad se basa en su perfección. Sus formas se han estabilizado en la calma infinita de una vida imperecedera. También el Dr. Frankenstein quiso exponer la más noble humanidad, aunque su propósito quedase fallido en el mundo de la Ciencia por un limpio fracaso. Pero hoy el «Arte» sólo da fracasos sucios, feos y serviles, y la belleza está prohibida. Hoy el «Arte» es Arco, y la generosidad de Anson ininteligible por excesiva.