2002-06-29.LA RAZON.LA DEMAGOGIA COMO ORATORIA FORENSE RUBIO ESTEBAN

Publicado: 2002-06-29 · Medio: LA RAZON

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LA DEMAGOGIA COMO ORATORIA FORENSE 
LA RAZON 29 JUNIO 2002 
MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN 
La retórica nació de procesos civiles a la propiedad. Hacia el año 485 a.C., dos tiranos sicilianos, Gelón y Hierón, decretaron deportaciones, traslados de población y expropiaciones para poblar Siracusa y adjudicar lotes a sus mercenarios: cuando fueron destituidos por una revolución democrática y se quiso volver al ante quo, se produjeron muchos procesos de carácter civil, pues los derechos de propiedad no estaban claros. Estos procesos judiciales seguían una metodología nueva: movilizaban gigantescos jurados populares de centenares e incluso millares de ciudadanos ante los cuales, para convencer, había que ser «elocuente». Empédocles de Agrigento, Corax y Tisias fueron los primeros sistematizadores de la Retórica con el fin de enseñar a sus «clientes» a ser elocuentes ante los océanos de jurados populares. Este artefacto apelativo, anciliario de la elocuencia, pasó rápidamente al Ática (después de las Guerras Médicas) gracias a las reclamaciones de la casta comerciante que pleiteaba tanto en Siracusa como en Atenas: el artilugio de la Retórica es ya ateniense desde la mitad del siglo V a. C.
   Viene esto a cuento a que se debe constatar que el primer tipo de oratoria es la del tipo «genus forense» o «iudiciale», y fue de los fontanares de ésta de la que salió el «genus deliberativum» u oratoria política. Lisias fue antes que Demóstenes e Isócrates, como Hortensio fue antes que Cicerón. No podía ser de otra manera. Y es absolutamente cierto el aserto de García Trevijano cuando desde estas mismas páginas nos señala que la demagogia política no es más que un subgénero de la oratoria forense. El drama judicial (rasgarse las túnicas, presentar a los hijos pequeños llorosos, desnudamientos provocadores, heridas horribles, vestidos ensangrentados, etcétera) se hace demagogia política.
   Más aún, estoy convencido de que existió en Grecia una oratoria forense muchos siglos antes de que la misma se comenzase a sistematizar por escrito, como un archivo de trucos del lenguaje. Cuando los dioses homéricos argumentan ante el altitonante Zeus de que su hijo mortal, Sarpedón, debía morir en los campos de Troya, porque otros hijos mortales de otros dioses ya habían perecido, y éstos habían aceptado su destino, estos dioses olímpicos están ya utilizando una depurada retórica forense que hace claudicar al propio Zeus («Y los hermanos Sueño y Muerte, hermanos mellizos, bien presto / dejáronlo allá en la Lucia anchurosa en su pueblo opulento»). 
   La técnica oratoria aprendida en los ejercicios de las «controversiae» empañó el discurso político de demagogia. Los clásicos sentían verdadero entusiasmo por la belleza, y el pueblo escuchaba extasiado, aplaudía con fervor a los oradores brillantes y participaba en las disputas estéticas entre las diferentes tendencias y estilos de la retórica. El asunto o «res» solía ceder ante la belleza formal o «verba» de la composición del discurso. El resplandor de la belleza de la «dispositio» y «elocutio» aminoraba la importancia de la «inventio». La demagogia implícitamente es un homenaje que el discurso político brinda a la belleza de la palabrería, por hueca que sea ésta. El estilo «asianista» de muchos discursos forenses desembocó en el océano público tiñéndolo de demagogia. El Estado español es hoy una demagogia institucionalizada sin demagogos, una retórica vana sin «inventio», pero también sin belleza. Apenas Fraga o Julio Anguita merecen el nombre de demagogos. El Estado como demagogia impide que ningún particular lo supere. La ficción absoluta que nos cobija hace imposible la ficción creadora; sólo mentirosos de torpes y feos motivos. La demagogia ha dejado de ser un término derogatorio aplicado a un líder popular que exhorta a los instintos más bajos de las masas mediante el recurso a las pasiones y los prejuicios, sino que se ha convertido en la ideología de este modelo de Estado. Las hermosas prácticas seductoras del logógrafo clásico, que tenían como única meta la salvación del delincuente particular, se han convertido en la coartada institucional con que a todo poder político se le excusan sus crímenes, abusos o caprichos.