1999-12-30.LA RAZON.JULIO ANGUITA JOAQUIN NAVARRO

Publicado: 1999-12-30 · Medio: LA RAZON

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JULIO ANGUITA 
LA RAZÓN, 30 DICIEMBRE 1999 
JOAQUÍN NAVARRO 
Es difícil no entenderse con Julio Anguita en el modo de estar dignamente en el mundo. Comparto su capacidad de indignación ante cualquier iniquidad y su desprecio por la exhibición de vulgaridad con que día a día nos obsequian los psicofantes de turno. Participo hasta el límite de su actitud de que todo diálogo que merezca la pena -o la gloria- exige precisión de palabras y conceptos, rigor de razonamiento, buena fe intelectual y lealtad a la verdad. Como dice nuestro común amigo Antonio García Trevijano, el talento tiene siempre necesidad de dialogar, aunque sea consigo mismo. La necedad no. Decía el Eclesiastés: «Los ojos del necio vagan erráticos sobre la faz de la tierra». Ojos erráticos, almas bizcas y conciencias zambas que apenas son otra cosa que la antesala del vacío, la frivolidad o la embestida. Hay modos morales y culturales de dar sentido a la vida personal y compartirlos en su raíz y en su médula es lo propio de la amistad. Cuando también se comparten los fines y los métodos de lucha por la libertad política, la igualdad social y la fraternidad última entre ciudadanas y ciudadanos iguales y libres se está ante la realidad del que, además de amigo, es compañero, camarada o, si se prefiere -Julio lo prefiere- conmilitón, compañero en la misma lucha o en igual trinchera.
    «Hasta aquí he podido llegar». Es lo que dijo Julio cuando lo encaminaban de nuevo, con el corazón maltrecho, hacia el quirófano. Muchos lo interpretaron como el anuncio de una claudicación, como ese «no puedo más y aquí me quedo» que tanto dolía a José Agustín Goytisolo. Pero no era así. Hasta allí había podido llegar de esa manera. No sólo con las manos vacías de tanto dar sin tener -que es lo propio de un comunista decente- sino con la sangre permanentemente aborrascada y en continuo combate con ese negro muro de codicia, iniquidad y opresión, casi muerte y casi piedra, de la mentira universal que nos atraca cada mañana con los despojos del pensamiento único, de la globalización de la miseria y de la riqueza oligárquica. Nadie puede vivir desviviéndose, a no ser que recurra, como los grandes fariseos, a la prótesis anímica de cualquier mitología supersticiosa. Como nadie puede morir desmuriéndose. La riqueza moral y democrática de las personas que, por pensar con su propia cabeza, no tienen que mendigar su libertad a nadie no puede prodigarse ni malversarse en contiendas politiqueras donde la frivolidad y el encanallamiento triunfan fatalmente sobre la precisión, el rigor y la dignidad. «El corazón es agua/ que te acaricia y canta;/ el corazón es puerta/ que se abre y se cierra», decía Miguel Hernández. Cuando el corazón de un viejo gladiador se convierte en aguardiente seco y desbordado, puede cerrarse de un portazo para no abrirse más. No se debe despreciar el polvo del que se está hecho, el polvo que habla, siente y quiere. Saint-Just lo despreciaba y desafiaba a sus enemigos a que le arrancasen «esta vida independiente que me otorgué ante los siglos y los cielos». No hay vida independiente sin el polvo que alienta y que te crea. La ceniza nunca tiene sentido. El polvo enamorado puede tenerlo. Sobre todo si es el de un hombre tan radicalmente libre como Julio Anguita.
    Lo recuerdo más íntimamente que nunca en este fin de año y de milenio. Cuando convalece de sus heridas. Cuando los doce hachazos de la media noche terminen de cortar el árbol de este siglo maldito que se acaba entre orgías de sangre y asesinatos en masa en tantas partes del mundo, cuando muchos tenemos el temor de que las piedras talladas para construir el edificio de la libertad sólo sirvan para seguir levantando tumbas, hay que exigirle a Julio Anguita presencia y asistencia entre nosotros como una necesidad del espíritu y como un lujo de sus amigos. Blando con las espigas y duro con las espuelas. Como debe ser.