1999-04-12.LA RAZON.GUERRA ENTRE CONCIENCIAS AGT
Publicado: 1999-04-12 · Medio: LA RAZON
Ver texto extraído
GUERRA ENTRE CONCIENCIAS LA RAZÓN. LUNES 12 DE ABRIL DE 1999 ANTONIO GARCÍA TREVIJANO Antes de ayer, la guerra del Golfo. Ayer, la de Bosnia, Hoy, la de Serbia, Sin guerra fría, sin peligro cercano, magníficas y sucesivas guerras de espectáculo directo y de vivencia lejana. Guerras justas, santas, humanitarias, juiciosas, planificadas, desarrolladas. Guerras sin ganancia política, ni botín. Guerras ideales, altruistas, pródigas. Guerras de prevención, de condena, de ejecución indolora. Guerras limpias, sin campos de batalla, sin muertos propios, sin retaguardia. Guerras cristianas. En fin, guerras de conciencia ante el televisor, para que todos podamos tomar partido y participar moralmente en ellas, mientras sorbemos un licor o saboreamos una chocolatina. Sí, guerras íntimas y, por eso, obscenas. Pero, ¿entre las conciencias de quién? De una parte, bien armada y pertrechada, la conciencia universal. La de todos, la nuestra. No la mía. La que define el bien y el mal. La del imperio, La de Washington. La de Bruselas. La de los Gobiernos. La de Occidente. La conciencia humana de Dios. La que pone paz y orden en el mundo. La de los que tienen voz. La del saber. La del bienestar. La que crece y progresa. La civilizada. La culta. La indudable. La dueña. La que traza fronteras. La que deteriora la Naturaleza. La oportuna. La del consenso. La que intimida a la disidencia. La que se corrompe. La que bombardea por amor. La que razona y no imagina. La de la cordura. La de la fama. La legítima. La bien educada. La conveniente. La oficial. La propaganda. La aparente, La del poder. Es decir, la buena conciencia. O sea, la del jefe Clinton, la del subjefe Blair, la del edecán de armas. De otra parte, mal armada y mísera, la conciencia personal de los poderosos. La íntima. La desvariada. La singular. La que ignora, la que ambiciona, la que asesina, la que tortura. La genocida, la que miente, la que difama, la que deprava. La inoportuna, la que desordena el mundo. La muda. La escondida. La inconfesada. La del «malser» para bienestar. La del instinto de depredación. La que fantansea sin imaginar. La satánica. La cruel. La maldita. La perversa. La loca. La soberbia. La corruptora. La bárbara. La desinformada. La soñadora del mando. La ilegítima. La del caos. La maleducada. La afanosa. La sádica. La insensible. La de la barbarie. La sepultada bajo las ruinas de los bombardeos cívicos. La real. La secreta. Es decir, la mala conciencia. O sea, la del jefe Clinton, la del subjefe Blair, la del edecán de armas. El incierto resultado de esta batalla de dos conciencias, más interna que la de una guerra civil, no depende de la primacía entre la conciencia pública o la privada de los que animan la muerte en Washington, Londres, Bruselas o Belgrado. En esos poderosos no hay diferencias de carácter o de ambición que los distingan. Todos pertenecen a la misma clase narcisista de políticos. Todos tienen la misma buena y mala conciencia. La duración de la guerra depende de la capacidad de discernimiento de la opinión europea y norteamericana, no sobre la verdad nublada con las bombas de humo moral que los medios lanzan sin cesar contra las conciencias gobernadas. Las vuestras. Un sola foto de Milosevic, estrechando la mano del líder de la autonomía de Kosovo, ha bastado para destruir en un minuto el pretexto altruista de esta guerra. La vista del tren de escapados del peligro, lleno de hombres en edad de combatir, desmiente que estaban siendo asesinados o recluidos en campos de concentración. Lo cual no impide creer en el martirio real o en la insoportable discriminación que sufren, o que temen sufrir, los yugoslavos de Kosovo. En España, diezmada con falsas culturas de autonomía o genuinas ambiciones de separación, no existe conciencia unitaria capaz de comprender la naturaleza nacionalista del desgarramiento yugoslavo. Y ni siquiera hay guerra en las conciencias aberrantes de los políticos. La conciencia de la verdad, yace intimidada.