1997-02-24.EL MUNDO.FINAL DEL ESTÍO AGT

Publicado: 1997-02-24 · Medio: EL MUNDO

Ver texto extraído
FINAL DEL ESTÍO 
EL MUNDO. LUNES, 24 DE FEBRERO DE 1997
ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO 
La experiencia vivida en el Palacio de Congresos, donde cuatro oradores radicalmente diferentes en su forma de hablar tenían el mismo propósito -iniciar un movimiento de apoyo de la sociedad civil a la independencia y dignidad de la justicia-, me hizo pensar en la extrañeza que produce el discurso político, desde que las técnicas de persuasión electoral, la innovación de Goebbels y la dominación de los Parlamentos por la disciplina de partido, lo sustituyeron con alocuciones de propaganda. Todo el que habla en público puede ser elocuente, si tiene energía para comunicar a su controlada palabra ese tipo de entusiasmo o de indignación que contagia al que  elocuencia no es el arte de hablar bien, pero sí el de hacer participar a los oyentes en la misma emoción que, real o simulada, embarga al orador a causa de la creencia o acción que animan su discurso. La oratoria política no tiene reglas diferentes de la preceptiva forense, eclesial, teatral, militar o académica. En la libertad total de palabra está la diferencia entre la oratoria política y las alocuciones sujetas a la disciplina del alegato, del sermón, del monólogo, de la arenga, de la conferencia y de la propaganda. 
El arte de la retórica fue inventado en Siracusa cuando, muerto Hierón (.d.C.), cae la tiranía y adviene la libertad de palabra. La oratoria siciliana, maravillosa mezcla de casuística forense y persuasión emocional, antecedió a la retórica sofista. Esa célebre escuela, por afán de lucimiento personal, añadió la pulcritud en la dicción, la sonoridad al final de la frase y el aprovechamiento de la oportunidad (cairós). La oratoria moderna comenzó con el verbo de Lutero. Y los tenores de la Revolución suplantaron el razonamiento lógico con la composición de imágenes de esperanza y temor, a imitación de los sermones de las guerras de religión. La retórica anglosajona acudió al egoísmo temperado con la destructiva ironía del humor. Y la positivista, madre del discurso tecnocrático, consagró el valor persuasivo del dato científico o estadístico. La disciplina de la dictadura y la del consenso de la transición, han impedido en España que las generaciones actuales sepan lo que es un discurso político, y su diferencia con el alegato tecnocrático, la conferencia de interés público, la plática del sentido común, la abstrusa cháchara parlamentaria, la propaganda de gobierno o de partido y el mitin electoral. 
Como si estuviera ante un solo orador en cuatro fases distintas de un mismo y continuado discurso, el auditorio del Palacio de Congresos pasó sucesivamente por diferentes estados de ánimo: de la atenta admiración de una conferencia, a la explosiva adhesión a un discurso siciliano; y del tranquilizador reposo en una prudente plática, a la intensa esperanza final en una acción liberadora y dignificadora de la justicia, basada en ese sólo y mismo discurso apasionado de la «demagogia de la razón». La oratoria siciliana se planta ante el auditorio como ante un jurado, y aplica los adjetivos emocionales directamente a hechos veraces, sin prejuicios ideológicos. Por eso no es demagógica. Mientras que la oratoria apasionada de la razón, considerando evidente la veracidad fáctica, trata a los oyentes como a un intelectual colectivo que entra en posesión de las explicaciones causales a través de las emociones de desprecio o de entusiasmo levantadas por las ideas políticas y las expresiones estéticas, sin recurrir jamás a las pasiones innobles, con vulgar demagogia. Yo disfruté con las fases que me precedieron como con la lluvia y los truenos que anuncian el final del estío.