2000-10-13.LA ESTRELLA DIGITAL.EN PELIGRO DE EXTINCIÓN JOAQUIN NAVARRO
Publicado: 2000-10-13 · Medio: LA ESTRELLA DIGITAL
Ver texto extraído
EN PELIGRO DE EXTINCIÓN JOAQUÍN NAVARRO ESTEVAN LA ESTRELLA DIGITAL, 13 OCTUBRE 2000 Los calvos han tenido mala prensa y padecido peor leche. La sentencia quevediana "más vale muerto que calvo" los ha perseguido como su sombra al zorro que es muy corrido. Don Francisco redondeaba la crueldad de su sentencia con otra aún más vitriólica: "Calvo es el señor que no tiene pelo donde tiene la calva". Sólo cabía el consuelo de pensar que el genio de El Buscón y de los Sueños arremetió también sañudamente contra estrábicos y zambos: "Vizcos de piernas y zambos de ojos". Al parecer, don Luis de Góngora no era ajeno a tales invectivas. Don Francisco lo consideraba inaccesible al honor y tan cabrón que su cuna fue construida con madera de cuerno. Cabrón tan consentido y doméstico que, en palabras de Horacio, "tenía heno en los cuernos". Algunos calvos exhiben su cabeza con orgullo helénico. No por resignación o fatalismo, sino por la vanidad que les causa pensar que, en definitiva, su calvicie puede imputarse al exceso de testosterona. El problema es que no son escasas las mujeres progresivamente calvas, si bien lo son por las sienes, como si los pulsos cabalgasen en exceso sobre los folículos pilosos de las féminas vehementes ya fronterizas con la menopausia (que es promesa de inmensos placeres aún ignotos cuando se tiene la cintura de pulsera), como ofreciendo su sien al tiro de gracia de garrochas desbordadas por ubérrimas fuentes seminales. Calvas famosas han sido Isabel I de Inglaterra y doña Germana de Foix. La primera consiguió ligar a claros varones linajudos, como el mismísimo Felipe II. Y la segunda casóse en segundas nupcias con Fernando el Católico, que hubo de realizar sutiles maniobras para penetrar en el cuerpo boteriano de doña Germana, que llegó a ser trasladada en carreta. Por cierto, que nuestro admirado Raúl del Pozo recompuso la historia casando a doña Germana con Carlos I, cosa que éste no hubiese consentido ni aún estando por medio el reino de Navarra. Tampoco es cuestión baladí que no haya gitanos calvos, siendo así que los nietos de los faraones no tienen precisamente fama de comportamiento sexual desfalleciente. Pero cada calvo claudicante encuentra la mejor explicación posible a su decalvación natural. En último término, se puede ser calvo porque a uno le da la realísima gana o porque, si se tercia, la calvicie le sale a cada quidam de la pértiga urogenital, como aquel colega de quien diversas comadres o comadrejas decían que estaba cancerado y cuando alguien le preguntó perversamente cómo se encontraba, respondió con la tosquedad de un Viriato cualquiera: "Tengo cáncer en la punta de... la espada". Algo lejanamente similar le ocurrió a cierto portavoz socialista en el Parlamento andaluz: "Es que al hablar de estas cosas –dijo emocionado– los pelos se me ponen de punta". Como tenía la cabeza cual bola de billar, los circunstantes explotaron de risa, a lo que el buen diputado replicó muy serio: "A cada uno se le pone de punta lo que puede". El mensaje fue escuchado con respeto. Una cosa es ser calvo y otra muy distinta capón. Además, hace ya muchos siglos que los calvos o los arteramente decalvados no podían reinar. Creo que fue Wamba el que hubo de retirarse del trono, camino de un monasterio, después de ser decalvado a traición y sobre seguro. A lo que se ve, Dios no discriminaba, tampoco entonces, a los calvos. Pero sí, a veces, a los pelados. Nadie sabe por qué una larga cabellera pudo ser interpretada como símbolo de poder o de fuerza. Aquello de Sansón que, recuperada la cresta pilosa, derribó los muros del templo muriendo con diez mil filisteos (no se sabe si había calvos entre ellos) me fascinaba en mi niñez, allá por los tiempos del hombre de Atapuerca. Todavía los toreros, al retirarse (suelen retirarse alrededor de diez veces cada uno) se cortan la coleta. La de la cabeza. Leo en la prensa que el minoxidil y el finasteride –los mejores remedios conocidos para contener la calvicie o luchar contra ella, ganando milímetros al albero– tienen mejor efecto en calvicies de coronilla que en las de frente. Estoy convencido de que es una repudiable discriminación contra los calvos universales en favor de los simplemente tonsurados (nunca sabré por qué decalvan esa zona a los que se hacen funcionarios de Dios). Algunos calvos dicen con desenvoltura que se dejan la frente o que son tan valientes que no se esconden en bosques pilosos y furtivos. Otros aseguran que su calvicie se debe a que les escupió cuando niños una salamanquesa. Cuando mi hijo Joaquín estaba en la hermosa y terrible edad de preguntarlo todo me interrogaba con frecuencia por qué se me había caído el pelo. Le contaba muchas fábulas, pero la más repetida era que un enorme huracán me lo arrancó de raíz y se lo llevó al mar. Joaquín insistía: "¿A dónde, a la Concha o a Ondarreta?" (siempre llamaba así a la playa de Ondarreta). Tenía que decirle que ya debía estar por Irlanda, cubriendo centollas y brujas. Poco antes de que Gabriel Celaya decidiera marcharse para siempre dándonos un portazo en las narices, lo visitamos Pura y yo con frecuencia en la clínica. Llevaba los pies desnudos, aunque a veces lo sentaban. Le regalamos unas zapatillas (juntamente con unos bombones de licor que Gabriel calificó de "buenisísimos") y me puse de rodillas para ponérselas. Se quedó observando atentamente mi gran albero frontal y dijo: "Nunca te he visto tan calvo como ahora". A pesar de la probada nobleza de la calva, hay mucho calvo vergonzante que echa mano de implantes, trasplantes, pelucas, bisoñés y demás parafernalia. Como dicen mis amigos García Trevijano y Sainz de Robles –ambos son calvos magistrales y soberbios donde los haya–, hay que desconfiar de los calvos llorosos y fugitivos. ¡Pobres calvos clandestinos, llenos de gorras, ungüentos y desastres pseudopilosos! Piensan más en sus perdidas unidades foliculares que en este mundo traidor que nos acoge tan malamente. Mucho más en los genes y proteínas sospechosos de inducir la calvicie que en los cinco costados por los que nos vamos muriendo implacablemente. Habrán llorado de descosuelo al leer la conclusión del estudio de Francescutti y Ruipérez: "Nadie sabe cómo funciona el folículo piloso". Añadiéndo: "los calvos son una especie en peligro de extinción". Como los bucardos y los arcángeles pícnicos. No hay derecho.