1997-02-15.ABC.EL UNIVERSAL DE CARACAS.PURGATORIO GUSTAVO VILLAPALOS
Publicado: 1997-02-15 · Medio: ABC
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PURGATORIO ABC/EL UNIVERSAL CARACAS, 15 FEBRERO 1997 GUSTAVO VILLAPALOS Alfred de Musset escribió que 'el mal del siglo tiene que ver con dos cosas: lo que era ya no es y lo que será no es todavía'. En ese estado de deletérea delicuescencia asistimos al desgaste de los materiales duros sobre los que se edificaban creencias y esperanzas para dar a nuestra vida eficacia, plenitud, felicidad. Melancólicos vemos retroceder nuestro presente familiar que pertenece ya al pasado de nuestros sueños. Como en la liturgia del 'potlach', incineramos el carnaval de las grandes esperanzas: modelos de crecimiento, de pleno empleo, de justicia, de participación, todo arde. Pero, simultáneamente, prospera como una especie sin competidores en el ecosistema político, la democracia o, al menos, la invocación universal a su nombre venerable. Pero uno de los síntomas más definitivos de decadencia es la malversación de las palabras. Si la primera víctima de una guerra es la verdad, las primeras bajas de una encrucijada histórica, de una crisis axial, son los diccionarios. Determinar de qué hablamos cuando hablamos de democracia es, pues, una tarea necesaria. La multivocidad del término es la excusa para su negación y el pretexto para contrabandear como esencia lo que es mero fenómeno. Acerca de ambas cosas, del puro concepto y de su impostura, García-Trevijano ha publicado un libro orbicular y neto. Los espíritus delicados pueden condonar lo interjectivo del título 'Frente a la Gran Mentira' a cuenta de la finura de su discurso. En medio de la democracia confusa por la variedad de sus modelos doctrinarios y la variopinta realidad de su ejercicio, de lo que se trata es de rescatar el venerable Grial Democrático de entre la maraña de mistificaciones que lo ocultan. Tras la máscara de la plenitud se oculta la estafa de la apariencia. Podemos definir la democracia por tres principios institucionales: en primer lugar, como un conjunto de reglas que establecen quién está autorizado a tomar decisiones colectivas y según qué procedimientos; en segundo lugar, diciendo que un régimen es más democrático cuanto mayor número de personas participan, directa o indirectamente, en la toma de decisiones; por último, subrayando que las elecciones que haya que hacer deben ser reales. Pero la realidad de nuestra 'politeya' es bien diferente; las grandes organizaciones, partidos y sindicatos, pesan cada vez más sobre la vida política, lo cual jibariza al pueblo, supuesto soberano, los intereses particulares no desaparecen ante la voluntad general y las oligarquías se mantienen. Para fundamentar la democracia hay que distinguir el Estado, la sociedad política y la sociedad civil. Si se confunde el Estado con la sociedad política, pronto se ve llevado uno a subordinar la multiplicidad de los intereses sociales a la acción unificadora del Estado. Y a la inversa, si confundimos la sociedad política con la sociedad civil, ya no se puede ver cómo puede crearse un orden político y jurídico que no sea la simple reproducción de los intereses económicos dominantes. Pero hay más, no podemos garantizar la libertad política, y por lo tanto, la democracia, si no se separa el Poder Ejecutivo del Legislativo, se asegura la independencia de la autoridad judicial y se establece el derecho de apelación al pueblo. El principio representativo en la sociedad política, el principio electivo en el Gobierno y el principio divisorio en el poder del Estado son los tres requisitos 'sine qua non' de la 'politeya' democrática. La democracia es un sistema de distribución del Poder y, por lo tanto, una teoría sustancial del contrapoder como barrera contra las injerencias del Estado. 'Dividir el Poder, si queréis que la libertad subsista', advirtieron Montesquieu y Saint-Just. Democracia es también una forma de decir pluralismo. Expresión necesaria del pluralismo, los partidos políticos de la democracia moderna aparecen como sociedades cerradas en las que los intereses privados privan sobre consideraciones públicas, gripando así el libre juego de las instituciones. Tanto, pues, como la igualdad de los ciudadanos y la universalidad del sufragio son las convenciones relativas al estatuto y a la organización de los partidos los que deben ser sometidos a revisión. La inversión del purgatorio entre 1150 y 1250, en la cristiandad occidental, tiene por objeto, como Dante expresa, pensar lo que está en medio, lo intermedio entre la muerte individual y el Juicio Final, entre el tiempo terrestre y el tiempo escatológico, entre el espacio del Paraíso y el del Infierno. El concepto de intermediario está vinculado a las mutaciones profundas de las realidades sociales y mentales de la Edad Media. No dejar solos, frente a frente, a los poderosos y a los pobres, los laicos y los clérigos, sino buscar una categoría mediana, clases medias o tercer orden en una sociedad cambiada. Fuera de esa antigua lógica orgánica, los partidos deben constituir cuerpos intermedios entre el lugar de la actividad civil y el de la representación de la opinión. Pero es el caso que las organización políticas aparecen como agentes de mutilación de la soberanía de la opinión singular y como invasores exclusivos del Estado. Por eso, la imagen del purgatorio no sólo explica la función intermedia del partido, sino la profunda necesidad de rehabilitación funcional y, por lo tanto, moral a fin de limitar la tendencia a las esclerosis oligárquicas. 'Qué ocurre, se pregunta Touraine, cuando los actores políticos no están sometidos a las demandas de los actores sociales y pierden, por tanto, su representatividad? Desequilibrados de ese modo, pueden bascular hacia el lado del Estado y destruir la primera condición de existencia de la democracia, la limitación de su poder. Pero si esa situación no se produce, la sociedad política puede liberarse de sus vínculos a la vez con la sociedad civil y con el Estado, y no tener más fin que el incremento de su propio poder'. A esto se llama partidocracia. El consenso ha reemplazado a la ley. La ley en sí misma ha perdido su sentido; principio universal al comienzo, ya no es más que una regla cambiante destinada a servir intereses particulares... en nombre de la justicia social! El orden que promete el Estado queda suplantado por un nuevo desorden que camufla como sistema de seguridad lo que no es sino el encubrimiento de la corrupción. Tristes vagabundos de Samuel Beckett bajo el árbol marchito, esperando siempre empezar a vivir. Pretender construir sobre este escenario una teoría bien trabada de rehabilitación ética, como ha hecho García-Trevijano, es como querer injertar un roble en una margarita. Es el problema de cuantos postulan un cambio radical, pero Theodor Roszak me sugiere una imagen; la invasión de los centauros plasmada en el frontón del templo de Zeus en Olimpia, ebrios y furiosos, los centauros irrumpen en las fiestas civilizadas que se están celebrando y un severo Apolo, guardián de la ortodoxia, se adelanta para expulsar a los perturbadores. Es una imagen fuerte que reproduce una experiencia temible en la vida de toda civilización; la experiencia de la ruptura radical, que añoraba Alfred de Musset. Merece la pena recordar que esa batalla no siempre la ha ganado Apolo. Los cambios siempre aparecen impensables hasta que se producen. Nadie pudo anticipar lo que había de salir, en tiempos de Pablo, de la desvergonzada hostilidad de un puñado de andrajosos descontentos. Una vez más aflora la disyuntiva de Goethe entre la voluntad fáustica de desarrollo y el armonioso clasicismo del mantenimiento del orden. 'La amenaza más seria para nuestra democracia no es la existencia de Estados totalitarios. Es la existencia en nuestras propias actitudes personales y en nuestras propias instituciones de aquellos mismos factores que en esos países han otorgado la victoria a la autoridad exterior y estructurado la disciplina, la uniformidad y la confianza en el líder. Por lo tanto, el campo de batalla está aquí, en nosotros mismos y en nuestras instituciones'. El que avisa de manera tan pertinente es John Dewey y la batalla que refiere es el territorio intermedio entre el simulacro y su negación: el purgatorio democrático.