2004-01-12.LA RAZON.EL FACTOR IRLANDÉS AGT

Publicado: 2004-01-12 · Medio: LA RAZON

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EL FACTOR IRLANDÉS 
LA RAZÓN. LUNES 12 DE ENERO DE 2004
ANTONIO GARCÍA TREVIJANO 
El pueblo irlandés ha impuesto al mundo el reconocimiento de su vigorosa personalidad. No hay emigrante de la pobreza irlandesa a los EE UU que no haya llevado consigo el espíritu combativo e insobornable de la poética Irlanda. Las películas de John Ford (he vuelto a admirar en La 2 «Un hombre tranquilo») manifiestan, en auténticas obras de arte, la singularidad irlandesa de unir la vida cotidiana a la poesía, la pasión individual al canto coral, el barbarismo épico a la civilización, el puñetazo a la «bonhomía», el trabajo esforzado al ocio viril. Un modo de ser céltico que condicionó el modo de estar irlandés en el mundo cristiano. 
   Si los nombres de «Eire» y «Ulster» evocan dos siglos de conflicto religioso y nacionalista, de hambre, guerrilla y terror, el de la dulce Irlanda está vinculado desde la alta edad media a la primera idea política y literaria de la unidad de Europa, al primer soplo unitario de la Cristiandad. Fueron los monasterios irlandeses quienes impusieron su modelo de enseñanza en Escocia y norte de Inglaterra, educando así en la cultura humanista de Boecio y san Isidoro de Sevilla al «maître à penser» de la incipiente civilización occidental, al preceptor de Carlomagno y de sus hijos, el monje anglosajón Alcuino. 
   En los entretenimientos literarios de la Corte de Aquisgrán, precedente de los juegos versallescos, Carlomagno se hacía llamar David, Alcuino era Horacio y Angilberto encarnaba a Homero. La escuela de Palacio dramatizaba de este modo ingenuo el ideal de la síntesis cristiana de las culturas hebraica, griega y romana. Pero investigadores modernos (Dubuisson, Brooke, Dumézil) han confirmado que «la Irlanda profunda, desbordando el cuadro religioso, agregó al latín de Boecio una visión de la sociedad cercana a la expresada desde dos siglos antes por los monjes celtas que preservaron y transmitieron la literatura pagana y cristiana de Irlanda». En la película de Ford, las insignias pétreas de la religión céltica y las dos Iglesias bíblicas bendicen el escenario donde el casamentero llama igualmente «homéricos» al amor que derrumba la cama de bodas y al combate pugilístico entre los antagonistas. 
   Al año siguiente de la independencia de su país, el poeta de «Música de Cámara» y novelista de «Gentes de Dublín», James Joyce, retornó a las fuentes del humanismo monacal irlandés para bautizar con el nombre de Ulises a una de las obras más simbolistas de la literatura moderna. Aunque el estilo no me convence, al hacer protagonista al propio lenguaje, su creación se sitúa bajo la mirada renacentista de las Etimologías de Isidoro. 
   La división actual de Irlanda es un residuo lastimoso del Acta de Unión a Gran Bretaña (1800), decretada tras el fracaso de la revuelta revolucionaria de 1798. Después de dos años de sangría sin cuartel, Inglaterra reconoció la independencia de Irlanda del Sur en 1921, separada del Ulster nórdico de mayoría protestante, mediante unos pactos secretos que rechazó el jefe del gobierno clandestino De Valera. Acusado de traición por sus compañeros católicos del norte, este irlandés de Nueva York devino jefe del Ejecutivo del Estado libre, después ministro de asuntos exteriores y por fin presidente de la República (1959) hasta la entrada de Irlanda en la Comunidad Europea (1973). Como Salazar, apoyó sin reservas la dictadura de Franco. A los mil ciento ochenta años exactos de la muerte de Alcuino en su abadía, un irlandés católico del Eire accede por turno a la presidencia semestral de la Unión Europa. Si no puede lograr que se suprima el innecesario Preámbulo del Tratado Constitucional o que se mencione en él al cristianismo, si carece de capacidad política para reconducir hacia la unidad europea las divergencias de las católicas España y Polonia, debe procurar al menos que, bajo Presidencia irlandesa y tal como se hizo con Erasmo, el precursor Alcuino sea conocido y admirado en toda Europa.