2006-01-29.EL MUNDO.DELINCUENTE A LA SOMBRA DEL ESTADO MARTIN PRIETO
Publicado: 2006-01-29 · Medio: EL MUNDO
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DELINCUENTE A LA SOMBRA DEL ESTADO EL MUNDO. 29/01/2006. Página, 4 MARTIN PRIETO Paesa: El espía de las mil caras Autor: Manuel Cerdán. / Editorial Plaza & Janés, 2005. Por la redacción de El País fundacional, nada que ver con lo de ahora, pululaban a menudo Javier Solana y Enrique Múgica, para impartirnos doctrina que asumíamos mansuetamente. Uno de los primeros informes que nos colaron con notable éxito fue un dossier casi policial sobre Antonio García Trevijano, miembro de la Junta Democrática del posfranquismo y en el que algunos veían un posible presidente de la III República. Como fue el redactor de la primera Constitución guineana tras la independencia, el PSOE le agarró por ahí y le endosó bárbaras comisiones sobre el Banco de Guinea, la emisión de moneda y sellos postales, más su participación indirecta en los crímenes de Francisco Macías, el primer dictador. Los expertos en destrucción de imagen del PSOE aducían que Francisco Paesa, nuestro protagonista, era el pasante de García Trevijano y que le había estafado birlándole dos millones de dólares que en vez de entregarlos en Madrid los había depositado en Suiza. Es difícil engañar a Trevijano, y, para colmo, éste era el primer enemigo de Paesa. Pero este filibustero timó a la negrada prometiendo toneladas de oro para el Banco Nacional de Guinea que resultaron cajones de libros. La leyenda (éste es un pájaro legendario) le sitúa expulsado de Guinea y reapareciendo en Ginebra con los suficientes dólares como para abrir una firma financiera. García Trevijano entró en las listas negras de El País y yo hube de ejercer de verdugo. Pasados los años el biministro de Justicia e Interior Juan José Belloch, en la agonía del felipismo, me invitó a almorzar. Estaba tenso. El prófugo Luis Roldán había aterrizado en Madrid como en un bebedero de patos esgrimiendo unos papeles de extradición desde Laos que le eximían de ser juzgado por algunos delitos. Belloch admitió que en París llovía sobre la gabardina de Roldán mientras en Bangkok el bochorno anunciaba los monzones. El Ministerio del Interior siempre supo que Roldán no se movía del Gran París bajo algún tipo de protección mafiosa y pagada, pero no se esforzó en encontrarle o en pedir ayuda a los servicios secretos franceses. Quien estaba en contacto con Roldán era Paesa, quien le convenció de que Narcís Serra quería hacerle matar y le manoseó 1.300 millones de pesetas (de las de entonces) dejándole presuntamente en cueros a cambio de su vida y su rocambolesca vuelta a España aliviado de cargos. Belloch abría las misivas de Paesa con pinzas para no dejar sus huellas y acabó pagándole 300 millones de los fondos reservados por su intermediación, desastre sobre desastre. No se sabe qué le pagaron al capitán Khan, un pinche vietnamita disfrazado, para que participara en la representación teatral de Bangkok entregando a un Roldán que jamás había estado en Laos. La tesis que quería transmitir Belloch al ingenuo periodista era que Roldán se había gastado el dinero en protección gangsteril y que temiendo ser asesinado por impago había huido a Laos para entregarse amparándose en su legislación. Menudo morro se gasta el alcalde de Zaragoza. El bifronte se apoyaba en dos patas femeninas: la secretaria de Estado de Interior, Margarita Robles, que acabó marchándose, y la fiel secretaria de Justicia, Mª Teresa Fernández de la Vega, que no pudo estar ausente de líos de Laos. Da igual porque la verdad no la sabremos jamás. Manuel Cerdán avanza muchos pasos, que no serán los últimos, en esta primera biografía de Paesa. Hoy director de Interviú, hizo filas en el impagable equipo de investigación de EL MUNDO y ha seguido la pista a este personaje hasta encontrarle por última vez en París donde lloró que le querían matar los rusos, cosa lógica en un banquero full, doblado de espía español y trilero en el mercado internacional de armas. Tal sería su miedo que hizo insertar en El País una esquela dando cuenta de su fallecimiento en Tailandia y rogando misas gregorianas por su alma. Paesa, el muerto que nunca existió, convenció a las mujeres de los policías Amedo y Domínguez, intermediarios de los GAL, para que no testificaran contra sus maridos, y colaboró (es un experto) en trasladarlas fondos de Interior a Suiza. La ley del silencio. Antes le había vendido unos misiles a ETA que acabaron en Sokoa, una mueblería en el país vasco-francés. La policía francesa no encontraba nada. La española insistió: «La señal viene de detrás de esa pared». La derribaron y apareció el arsenal. La única explicación lógica al escaso interés de la Policía y los servicios españoles por detenerle es que le protegen por servicios prestados a un Ministerio del Interior corrompido. O peor: que siga siendo un agente operativo. El mejor pagado. Por lo demás es un aventurero influido por las películas de James Bond. En su etapa suiza, cuando pasaba por banquero antes de que le desenmascarara y detuviera la Justicia helvética, mantuvo un largo y sonado romance con la viuda del dictador indonesio Sukarno. La iconografía del libro muestra los mejores aspectos del rufián estafador: con gafas oscuras de concha, pitillo en la comisura y el dedo gordo de una mano repasándose los labios. Rufián y hortera hasta la sepultura.