1999-08-16.LA RAZON.CONFIDENCIAS DE VERANO AGT
Publicado: 1999-08-16 · Medio: LA RAZON
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CONFIDENCIAS DE VERANO LA RAZÓN. LUNES 16 DE AGOSTO DE 1999 ANTONIO GARCÍA TREVIJANO Expresar a otras personas los propios sentimientos es un impulso natural que aprendemos a controlar desde la infancia. En el modo moderno de vivir encuentra pocas ocasiones de desahogo. La falta de tiempo libre impide cultivar, en las relaciones sociales de atracción y simpatía, lo que es digno de amor y de amistad, lo que puede recibir, sin rubor ni hastío, confidencias personales. La vida social sería francamente fastidiosa sin ese sistemático control de la educación sentimental. Pero esa misma impertinencia comunicativa, que no toleramos en borrachos y gentes televisadas como mercancía de la impudicia, la buscamos con pertinente placer en la literatura rusa, los grandes artistas beodos y los casuales encuentros con interesantes desconocidos en vacaciones estivales. Sin embargo, estos últimos no procuran dichas dignas del recuerdo si les damos lo que no podemos dar, aunque quisiéramos, a los artistas que nos gratifican con las suyas: confidencias íntimas. Del mismo modo que en los veraneos pasean, sin lujuria, hermosos cuerpos desnudos al sol, el encantador ánimo de la noche cálida deja fluir, sin diques de contención, las farfullantes corrientes de la intimidad novata. Y ahí, en el inaudito desalmar que causan las confidencias lunarias, en los imprevistos desvestimientos de esas almas vacías, ansiosas de ser ocupadas, el infortunio espera dar a la azarosa fortuna nuevas ocasiones para el reconocimiento admirativo de una personalidad desconocida, el vicio familiar de los aristócratas, o para la comunicación sentimental de unos cuerpos amorosos, el vicio de la juventud encanecida. Unos días inolvidables de satisfacciones a la estima de sí mismo, si no se prolongan a los tiempos y lugares donde sólo logran prosperar las afinidades verdaderamente electivas, pueden dar sentido pasajero a la frustración de vivir, en medio de vidas comentes, sin amor correspondido, sin amigos fieles y sin nobles ideales. El sabio y único secreto de los placeres efímeros, la forma más adecuada de convertirlos en permanente fuente de alegría, no está, como podría pensarse, en llegar con ellos hasta el último conocimiento de sus causas, sino en saber terminarlos antes de que se agoten los efectos mágicos de la ilusión caprichosa. Pocas personas tienen en verano esta vieja sabiduría de invierno. Tal vez porque pocas saben retomar, cuando aún están ilusionadas, a las fuentes de sus admiraciones y repulsiones genuinas. Las brutales decepciones las devuelven una y otra vez a ellas, pero siempre con triste amargura y penoso remordimiento. De este modo, los que pudieron ser felices enriquecimientos en amistad, amor, conocimiento del mundo y buena memoria de la dicha, se toman, con los groseros reproches o las cobardes huidas, en miserable embrutecimiento de las personas y triste recuerdo de las cosas. Lo peligroso del verano no son las postizas y alegres amistades de temporada o los atractivos amores sin futuro, si no esas torpes confidencias que, en tiempos libres de ocupación y abiertos a la curiosidad del aburrimiento, producen gratuitas admiraciones de vagos ideales sin causa y de mediocres sentimientos sin aristas. ¡Como si la capacidad de indignación no fuera inseparable de la dignidad de una vida auténtica! La fuerza del carácter y el pudor del temperamento no se prestan a confidencias íntimas -de ideales trascendentes o de sentimientos instintivos- con recientes amigos de verano y novedosos amores de la noche. Lo que no impide sentir el liviano placer de sus gratas compañías y, a veces, cuando la conversación alcanza decorosa sinceridad, un vivo interés por las inesperadas confesiones de la indigencia en medio de la aventura o la opulencia. Placer incomparable al de escuchar; con humilde silencio, las inagotables confidencias de verano que no cesa de hacernos, en el mar y la montaña, la voz de la naturaleza.