1991-01-13.EL INDEPENDIENTE.COMIENZO DE LA UTOPÍA AGT
Publicado: 1991-01-13 · Medio: EL INDEPENDIENTE
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COMIENZO DE LA UTOPÍA EL INDEPENDIENTE, 13 ENERO 1991 TOM PAINE = ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO Confieso fácilmente que hay muchísimas cosas en la república de los utopienses que, a la verdad, en nuestras ciudades más estaría yo en desear que en esperar.» Tomás Moro desea, pero no espera que sea realizable «La mejor República y la nueva isla de Utopía» (1518). El nombre del librito, poco antes de enviarlo a la imprenta, era «Nusguama», del vocablo latino «nusquam», en ninguna parte. Pero prefirió al final «utopía» que, en griego, significaría no-lugar, no-«lugaría». Su amigo Erasmo le había dedicado el «Elogio de la locura» y le pedía que ensalzara la sabiduría. ¿Dónde podía observar esta virtud un conocedor de la realidad, un abogado de los poderosos, un sheriff de Londres? En ninguna parte, en Utopía. Creyendo en la existencia separada de las Ideas, Platón ideó repúblicas perfectas con la esperanza de que las pálidas sombras del poder establecido imitarían, aunque torpemente, el modelo luminoso del rey-filósofo. Esta insensatez le condujo a ser vendido como esclavo cuando trataba de realizar su idea constitucional en Sicilia. Pero la creencia de que los sabios pueden, por su conocimiento de las verdades ideales, influir en el poder, para acercarlo a la justicia, es compartida por la mayoría de los intelectuales. Aunque jamás lo consiguen, ya no son vendidos. Se venden ellos, como cabezas o prestigios sin conciencia. Y, además, son invitados a «la utopía del banquete». No en casa de Kant o de Platón, sino en los palacetes de las Moncloas. Oyendo la voz de la experiencia y del sentido común, Tomás Moro escribe «Utopía» para hacer patente a los humanistas la inutilidad de aconsejar a un poder, ajeno al interés de los gobernados, que sólo tiende por naturaleza a cuidar de sí mismo. Lo deseable, pero imposible de esperar de la condición humana, sería una democratización radical de la sociedad como la existente en Utopía. Su sensatez cognitiva estaba unida, como en Sócrates, a una fuerte conciencia moral. Mezcla explosiva, de realismo intelectual y de idealismo ético, que los llevó, a ambos, al martirio.