2002-11-03.LA RAZON.BARDEM ENRIQUE CURIEL
Publicado: 2002-11-03 · Medio: LA RAZON
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BARDEM LA RAZON. 03 NOVIEMBRE 2002 Pág. 18 ENRIQUE CURIEL Serían las doce de la mañana del 5 o 6 de abril de 1976. Nos encontrábamos en los calabozos de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, y un agente de la Policía Armada nos leía la comunicación de la multa que nos imponía Manuel Fraga Iribarne, ministro del Interior, a los convocantes de la manifestación de la «Platajunta» en demanda de la Amnistía general. Ramón Tamames, Luis Larroque, Eugenio Triana, Paca Sauquillo, Javier Dorronsoro, Juan Antonio Bardem y algunos otros, éramos preguntados sobre la decisión de pagar, o no, la sanción gubernativa. Nos habían detenido en el hotel Palace, lugar en el que debíamos encontrarnos para encabezar la manifestación saliendo todos juntos hacia la plaza de Neptuno. La situación en la D.G.S. era radicalmente absurda porque nos pedían que abonáramos en el acto la sanción en papel de pagos al Estado. De lo contrario ingresábamos inmediatamente en la prisión de Carabanchel en cumplimiento del «arresto penal sustitutorio» previsto en la Ley de Orden Público. Cuando el agente lee el nombre de Bardem, Juan Antonio, repleto de humor y de ironía, le pregunta si le puede hacer dos consultas. El policía, se encoge de hombros, y le responde que sí. Bardem le dice en tono zumbón: «Como usted comprenderá no tengo aquí medio millón de pesetas en ese papel que dice. Si quiere el dinero, o me permite ir a casa, o al banco, porque nadie sale a la calle todos los días con tal cargamento». El policía, inquieto, pregunta, «¿paga o no paga?». «¡No!» responde Juan Antonio. «¡Conducción!», sentencia el agente. «¡Oiga!, una cosa más, insiste Bardem ¿sabe usted si en Carabanchel hay campo de tenis?». No recuerdo la respuesta de aquel policía que no tenía la culpa de lo que pasaba. Era un ser entrañable. Los recuerdos de aquellas semanas son imborrables. Naturalmente no había campo de tenis, de modo que Juan Antonio y unos cuantos ayudamos a pintar un campo en el patio; pidió a su familia varias raquetas y pelotas, y allí transcurrieron las cuatro o cinco semanas hasta que Fraga ordenó nuestra liberación. Era un conversador excepcional, brillante. Tenía una actitud ante la vida optimista, y a la vez, burlona. Como más tarde declaró, «nunca me sentí más seguro» que en Carabanchel rodeado por los camaradas del Partido. Por allí estaban Antonio García Trevijano, Simón Sánchez Montero, Marcelino Camacho, Francisco Romero Marín, «el tanque», que habían sido detenidos unas semanas antes como integrantes de la Junta Democrática de España. Camacho, al que respetaba profundamente por sus años de cárcel, le traía por la calle de la amargura. Marcelino nos reunía a los militantes «del Partido» de la prisión y nos leía resúmenes de la prensa diaria sobre la coyuntura económica, las dificultades crecientes del Gobierno Arias-Fraga y la situación internacional. Bardem se aburría y un buen día le dijo a Marcelino cariñosamente: «¡Mira Marcelino!, si sigues leyéndonos todo eso a diario, me borro del materialismo histórico y del dialéctico». Para los más jóvenes, Bardem era uno de los grandes mitos «del Partido». Le conocí tres o cuatro años antes de la muerte de Franco y tuve la suerte de gozar de su afecto y cariño. Desde la dirección del PCE0 se había tomado la decisión de constituir una «comisión de unidad», de la que formábamos parte las personas que representábamos al partido en los diferentes niveles de la Junta Democrática. Más tarde, como ya se ha publicado, la noche de los asesinatos de los abogados de la calle Atocha, por cierto, militantes del PCE, aunque algunos que entregan premios en su nombre lo olviden, transmitió como pudo la grave preocupación y la sugerencia de Juan José Rosón, amigo suyo y gobernador civil de Madrid en ese momento, para que abandonáramos nuestros domicilios «porque no tengo más que una veintena de policías de confianza y la extrema derecha puede actuar». Años después se enfadó conmigo porque ingresaba en el PSOE. «¡No te quiero!, ¡no te quiero!», me decía mientras nos abrazábamos. «Sigo pensando lo mismo», pude explicarle. Adiós Bardem, y gracias por todo.