1995-10-02.EL MUNDO.ADMIRAR LO ADMIRABLE AGT
Publicado: 1995-10-02 · Medio: EL MUNDO
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ADMIRAR LO ADMIRABLE EL MUNDO. LUNES 2 DE OCTUBRE DE 1995 ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO Ante el cúmulo de ofensas que desde hace años está recibiendo del personal gobernante, el pueblo español demuestra tener, más que paciencia o tolerancia, una insospechada capacidad de encaje, un potencial de aguante tan impresionante como el alcanzado por el pueblo italiano, al que estamos a punto de superar. Es como un recipiente elástico, como un viejo pellejo de vino al que ninguna última gota de amargura pudiera hacer rebosar. Si no fuera porque ya sabemos que ha sido cuidadosamente preparado, durante cuarenta años, para recibir desaires del poder y no darle aires; si no conociéramos el duro entrenamiento de rodillas al que estuvieron sometidas las dos generaciones de la victoria; si no contáramos con su educación infantil, transmitida de padres a hijos, en la moral del liberto Epicteto, podría pensarse que la potencia del pueblo español para recibir agravios sin inmutarse es milagrosa. Como en ciertos combates de boxeo, es el pegador quien, de tanto repartir mamporros sin recibir muestra o acuse de recibo, parece pronto a caer sin aliento en piedad la despierta el loco pegador. No el estólido encajador. He oído estos días palabras de admiración hacia la capacidad de resistencia del amo que aplica sin descanso el látigo de las siete colas a sus esclavos. Y notado cierta decepción ante su promesa de suspender el castigo al entrar que el espectáculo no carece de grandeza y que la sola idea de su interrupción sea motivo de desasosiego para muchos. Pero yo no he podido evitar al oírlas, tal vez a causa de mi deformación profesional, una desagradable sensación de injusticia hacia la muy superior capacidad de resistencia de los esclavos, y hacia la estimación que merece el inigualable estoicismo del pueblo. Lo digno de admiración, creo yo, no es dejarse llevar por las pasiones de poder, de gloria y de miedo que conducen la mano de quien azota a los demás, para imponerles la ley de su egoísmo. Eso es algo humano y comprensible, que muchos otros están ya dispuestos a emular. Lo que de verdad despertará la admiración, y tal vez la incredulidad, de las generaciones venideras es la inhumanidad de la capacidad de aguante al castigo, la moral de superioridad de que hacen ostentación aparatosa las generaciones presentes, ante el pobre amo lleno de temor que las azota. Los que teorizamos, es decir, los que miramos el espectáculo sin participar en él, tenemos la obligación de testimoniar, ante los futuros historiadores, en qué fuente bebe esa moral de superior resistencia del esclavo sobre el amo que lo castiga sin razón, cuál es el resorte moral de tan descomunal potencia pasiva del pueblo español. Porque los que no dominan el arte de teorizar lo que sucede ante sus ojos, suelen dejarse llevar por la impresión de la apariencia o los prejuicios establecidos. El pueblo español no se merece recibir, además de lo que está recibiendo de su amo, un juicio despectivo. Porque no hay aquí un fenómeno social de masoquismo, ni de propensión racial a la abnegación y sacrificio. Su falta de reactividad tampoco se debe a que no tenga defensor del pueblo o jueces humanitarios. Los hay demasiado comprensivos. La explicación es enaltecedora de las virtudes patrias. El español sabe distinguir, como todo pueblo sabio, entre las cosas que dependen y las cosas que no dependen de su voluntad. Persigue con violencia las primeras y las consigue: jugar en primera división, impedir traslados de archivos, correr delante de los toros, romper cristales en defensa del puesto de trabajo, aclamar a las víctimas de asesinatos comunes. Y deja de afanarse por las segundas: mal gobernante, mal legislador, mala justicia, tortura y asesinato de Estado, robo de fondos públicos, espionaje de la vida privada, tráfico de influencias. A diferencia del amo malo, el esclavo bueno no se deja encadenar por los apetitos de cosas exteriores, cuyo logro no depende de su voluntad. Como la de liberarse del amo aterrorizado que lo apalea.