1977-07-04.REPORTER.07.UNA RESTAURACIÓN TRADICIONAL AGT
Publicado: 1977-07-04 · Medio: REPORTER
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UNA RESTAURACIÓN TRADICIONAL REPORTER 7. 4 JULIO 1977 ANTONIO GARCIA-TREVIJANO Cada día nos ofrece la vivencia de un momento original. Imperceptible y permanentemente todo cambia. Nuestro físico y nuestro espíritu; nuestra sociedad y el mundo del que forma parte. Siempre hay algo nuevo en una misma situación que perdura. Los fenómenos históricos son, por ello, irrepetibles. La doctrina del eterno retorno y la explicación cíclica del movimiento histórico no son interpretaciones científicas sino brutales reducciones ideológicas de la realidad, llevadas a cabo por poetas y filósofos de la reacción y del escepticismo para que los oprimidos de la tierra pierdan toda esperanza de liberación definitiva. La reincidencia de un mismo fenómeno sobre nuestra vida, al insertarse en un momento distinto de nuestra personalidad o de nuestra vida, al insertarse en un momento distinto de nuestra personalidad o de nuestro estado social, no tendría el efecto, ni por tanto, el significado, de la simple repetición de una misma experiencia. La ley de la evolución domina la condición humana y la de su desarrollo social. Pero el ritmo y la orientación de los cambios sociales no son constantes. En determinados periodos se produce una verdadera aceleración del movimiento histórico, la situación establecida pierde la de su inercia ante la insoportable y contradictoria acumulación de elementos incompatibles con la continuidad de la misma. Los nuevos fenómenos, que habían ido gestándose de modo paulatino y silencioso en la situación anterior, cobran de pronto un relieve excepcional. Aparecen ante la vista de todos como surgiendo, "exnovo" de la nada. Se reconoce y admite lo que poco antes era negado. Y lo que aparecía permanente asombra que, por su repentina vejez, pueda aún durar. En la dialéctica de lo viejo, que no puede más, y de lo nuevo, que no quiere prolongar la misma situación, se produce una extraordinaria concentración de energías para flexionar la orientación futura del curso histórico. Se entra en una situación de inestabilidad política. Ciertos elementos constitutivos de la vieja situación, precisamente los que se identifican con el origen del movimiento que le dio vida, se reconcentran en una actitud de rechazo integral de la innovación. Es el partido ultra de la Reacción. Otros elementos, también constitutivos de la situación establecida, los que se conformaron más tardíamente a ella, intentan asimilar a lo que emerge para impedir que la fuerza de lo nuevo pueda crear otra alternativa que rompa la continuidad. Estos elementos aperturistas buscan un nuevo principio de estabilización capaz de asegurar la colaboración de las fuerzas que tienden a la ruptura. Y lo encuentran recurriendo a la legitimación de aquel pasado que fue derrocado por la situación que ahora agoniza. Es el partido de la Reforma. La atracción que ejerce el pretérito lejano sobre un presente que niega superficialmente a su pasado inmediato provoca una escisión en los elementos (partido de la Ruptura) que portan en potencia la fuerza del progreso. Porque, pese a toda la novedad que la historia puede producir, siempre pervive "algo" viejo en lo nuevo que se proyecta sobre el porvenir. Y en la importancia de ese «algo» reside todo el «quid» de la modernidad. Según la relación de predominio o de subordinación en que se encuentra lo radicalmente innovador, que continúa pugnando por cristalizar en una realización original, respecto a la fuerza reformista de la tradición de progreso, que se acomoda naturalmente con lo viejo, la situación política en que se entra será de creación histórica o de mera restauración tradicional. Los restauradores políticos operan sobre la superficie de la vieja realidad exactamente a la inversa de como lo hacen los restauradores de las antigüedades artísticas. Estos intentan disimular sus recientes retoques envejeciéndolos bajo la pátina general que da tono de autenticidad a la obra de arte. Aquellos disimulan la vetustez de la situación de poder, y de los instrumentos ideológicos de la sociedad, bajo el lustre deslumbrador que proporciona a la estructura enmohecida el revoque de su fachada con la aparente novedad de lo hasta entonces prohibido. No es lo inédito lo que la restauración política edita. Ni lo nuevo lo que en ella se realiza. España ha entrado, tras las recientes elecciones, en una nueva situación política. Negar que el momento actual es distinto y mejor del que existía antes de las elecciones es un lujo que solamente pueden permitirse los que para ser reaccionarios o revolucionarios necesitan asistir a los acontecimientos de la historia como los caballos van a los toros. La cuestión no está en afirmar o negar la realidad del progreso político efectuado, sino en calibrarlo correctamente para comprender su último sentido y la potencia de su porvenir. Si no queremos engañamos, hemos de reconocer con sinceridad que en la actual situación predomina lo viejo sobre lo nuevo y que, en consecuencia, se ha verificado una verdadera restauración histórica, que nos impide por lo pronto entrar en la modernidad política. La aparente novedad de lo restaurado es la que sofoca nuestras posibilidades inmediatas de instaurar una democracia moderna. Hemos adoptado una simple moda política, o sea, unos nuevos modales de civilización, para que continúe el mismo modo exclusivo de dominación de la clase social que controla al Estado. El paso dado en unos meses desde el Estado absoluto al Estado de la Restauración monárquica representa un verdadero salto histórico. Pero seguimos estando a un siglo de retraso político con relación a nuestra propia historia. La «nueva» restauración de la dinastía lleva inexorablemente consigo toda una serie de «viejas» restauraciones. Restauración del viejo sistema parlamentario, restauración de las viejas ideologías, restauración de los viejos partidos políticos, restauración del viejo liberalismo, restauración de las viejas centrales sindicales, restauración de la vieja estrategia de la batalla de posiciones, restauración del viejo liberalismo, en definitiva, restauración de la política tradicional. Se comprende la perfecta armonía que la restauración establece entre todas las legitimidades históricas, de la derecha y de la izquierda, y la conspiración general que se urde contra todo lo que se reclama del porvenir. Sólo tiene validez lo homologable, es decir, lo equiparable a otra situación del pasado. Propia o extranjera. Dónde está ahora el sindicalismo de nuevo cuño democrático y unitario que esbozaron las Comisiones Obreras durante la represión contra su clase? ¿Dónde está la nueva formación política que la orientación de la izquierda clandestina hacía presagiar? ¿Dónde está el dinamismo político del capital industrial necesitado de emancipación frente al capital financiero? ¿Dónde está la vinculación de los movimientos ciudadanos, de la mujer, de la juventud, del arte, con los partidos políticos? ¿Dónde está la fuerza democratizadora surgida y desarrollada bajo la dictadura contra el paternalismo burocrático de las corporaciones civiles o administrativas del Estado? No eran fuerzas ni situaciones, temporal o espacialmente, homologables. Pero eran, y están silenciadas. Pero eran, y son, el producto concreto de una situación concreta. Y están ahí. Subyaciendo en la realidad. Sin expresión política. Como aportación genuina la causa de la liberación y del progreso de la humanidad que dos generaciones sacrificadas han realizado en España luchando contra un Estado a la vez dictatorial y moderno. La restauración, con su preocupación de borrar la superficie del pasado de donde, pese a todo, surge, tira por la ventana al «bebé» de la modernidad, que habíamos gestado bajo el franquismo, junto con el agua sucia de la dictadura.