1995-08-15.EL MUNDO.UNA COSA RARA AGT
Publicado: 1995-08-15 · Medio: EL MUNDO
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UNA COSA RARA EL MUNDO. MARTES 15 DE AGOSTO DE 1995 ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO CUANDO la situación política entra en una fase de degradación irreversible, como la que afecta a España desde el 14-D del 88, todo lo que sucede clases dirigentes se resignan a una especie de fatalismo de hechos campean sobre las voluntades. Estas se desconectan de las inteligencias. El Estado y la sociedad dejan de estar dirigidos. Cada uno va, sin moral, a lo suyo. Y como sucede en las grandes catástrofes urbanas, a la deriva de los acontecimientos, el espíritu de rapiña y de aprovechamiento de la oportunidad, se combina con el desorden de la ejecución sumaria de las leyes y la evasión de las responsabilidades en los guardianes del orden. Los políticos se van de vacaciones, pero las fuerzas del mal, la corrupción y ETA, no descansan. En esta situación de emergencia, Pujol y Polanco hacen su agosto, como Manglano y Galindo su particular carrera. Sevilla y Vigo sufren la inclemencia de y Valladolid se aprovechan justamente del mal ajeno. Las aguas de Aranjuez se van a Murcia; los terroristas de Estado, a la calle; los pobres bosques, a la atmósfera; el jefe de la oposición, al atolón nuclear del «pacífico» francés; y de , al infierno de la guerra total en los balcanes. Mientras del Supremo, frustrado su idílico viaje a » política del Congreso de diputados, suspende sus vacaciones y su ánimo. Raramente, el Presidente de la Comunidad y su nuevo equipo de gobierno trabajan. Todavía es pronto para saber en qué dirección. Las sombras felipistas de Leguina, Caja Madrid, Telemadrid y un perturbador empresario no han sido aún desvanecidas. Pero hay, al parecer, voluntad política de cambio. Queda por ver si llega o no a institucionalizarse. Sin una nueva disposición de las leyes y las instituciones, que hagan posible el control efectivo del poder, sin una verdadera apertura al pluralismo de las ideas y al criterio de la publicidad en todo lo gobernable, no hay una mínima esperanza de cambio en las perversas costumbres de la transición oligárquica. El consenso debe ser desterrado de la Comunidad de Madrid, si su joven presidente quiere ser creído. La honestidad personal de los gobernantes es condición necesaria, pero no suficiente, para dar confianza a los ciudadanos. Hace falta introducir inteligencia política y astucia funcional en las propias instituciones. La importancia de las personas, con unas buenas instituciones, es de orden secundario. La juventud ha sabido rodearse, en la Comunidad de Madrid, de cultura y de experiencia. Son signos prometedores. Pero aún falta la definición democrática. Señales inequívocas de que «esto» de Madrid es otra cosa. Particularmente me parece muy difícil que pueda prosperar algo sano en un partido, como el PP, nucleado por tantos elementos del pasado tenebroso. Pero se debe admitir, sin prejuicios, que el proyecto de Ruiz Gallardón y de su equipo de gobierno presenta facetas inéditas. Si alguna vez hubiera que dar un plazo de cortesía, una tregua a la crítica, cosa en la que no creo como principio y en cuya trampa no caeré, ninguna estaría más justificada que ésta para aquellos analistas que creen útil ese tipo de consideraciones formales. Desde que se inició la transición he procurado buscar, sin encontrarla, una persona, un partido, una idea, una sola medida de gobierno que me pareciera políticamente correcta, para poder alabarla. La razón de la inutilidad de mi esfuerzo no está, como el cinismo supone, en un alto nivel de exigencia o en la manía de perfección. Una cualidad admirable que, por desgracia para mí, no tengo. Sino en la dirección equivocada que la vida española emprendió con la transición, por miedo a peligros imaginarios, oportunismo desaforado de la clase dirigente y demagogia de la izquierda social. Cuanto más y mejor se trabaje en esta dirección contraria a la meta buscada, cuanto mayor sea la fidelidad al espíritu de la transición, que ha llevado de la dictadura a la oligarquía de partidos, más alejados estaremos del único sistema, la democracia política, que previene y evita la corrupción de los gobernantes, engendra conciencia de la unidad nacional y suprime la servidumbre voluntaria en los gobernados. Ser de derechas o de izquierdas, aunque nadie pueda evitar en su fuero interno esta ubicación política, es un lujo exterior que no pueden permitirse los demócratas conscientes, mientras no se haya conquistado la libertad política. La libertad de elegir a los representantes de los electores, y no la de refrendar a las listas de los aparatos de partido; y la libertad de nombrar y deponer al presidente del Ejecutivo, sin mediación alguna del Parlamento. Bajo esta evidente oligarquía corrupta de partidos, como la guarecida bajo , ¿qué sentido tiene declararse de izquierdas o de derechas, apoyar a éste o aquél partido?, ¿acaso la izquierda clandestina alababa a Franco cuando dictaba medidas sociales favorables a la clase obrera?, ¿acaso no ha sido el Gobierno socialista quien ha hundido las perspectivas de las clases industriales? Se puede tener mayor o menor antipatía o simpatía personal por este o aquel dirigente de partido, pero un demócrata consecuente se ha de sentir políticamente tan alejado de la derecha como de la izquierda, tal como están configuradas hoy en España. Por ello, debemos examinar de cerca, sin prejuicios, la luz que brilla en la acción de Ruiz Gallardón, para comprobar si proviene de una fría luciérnaga, en la noche oscura de la libertad política, o de una pequeña llama que pueda prender la yesca de las agostadas, pero nunca muertas, esperanzas en la democracia.