2004-05-09.ABC.UN LIBRO DESCONCERTANTE SOBRE UN POLITICO DE RAZA

Publicado: 2004-05-09 · Medio: ABC

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ABC DOMINGO 9/5/2004

Los domingos 69

primer gol yendo exclusivamente por la vía de la razón y sin
más navajeo que ésta y el de las idealidades.

Pero claro, aceptar que el alumbramiento de la Autono-
mía de Andalucía viniera de un partido como el Partido An-
dalucista, habría sido muy grave para el PSOE. ¿Cómo el
PSOE hubiera apechado con un coste político tan dramáti-
co? Por eso sería, que hubo quien dijo que en política todo
vale y ya de paso, reinventaron aquello de «El Príncipe de
Maquiavelo» y empezaron a poner en las vallas de los cami-
nos lo de «señorito» y lo de «traidor». Sí, fue cuando el vals
negro para números danzantes, 144 y 151: he ahí el dilema.

Por eso al Partido Andalucista jamás le llega la manta a
los pies ni ganó el segundo tiempo, porque de eso ya se encar-
garon otros con mejor equipación y las espinilleras puestas.
Y ahora habrá que preguntarse eso de cómo se defiende un
hombre o un partido pequeño, sin medios de comunicación
al alcance. Así Andalucía, al no conocer la otra parte de la
realidad, la otra mitad que completaba la historia, se sintió
vendida y traicionada. Pero vendida y traicionada ¿por
quién?

Yo en aquel entonces era una muchacha inocente con las
mil mejores poesías de la lengua castellana, pero si mal no
recuerdo, y ahora me han refrescado la memoria una serie
de entrevistados, entre ellos Manuel Clavero, Rafael Escure-
do, José Antonio Gómez Marín, por citar a personalidades
que no tienen nada en común con el Partido Andalucista,
este culebrón del 144 y 151 tuvo tan serio predicamento, por
lo poco aficionados que somos a leernos la Constitución Es-
pañola, ¿o es que la Autonomía del 151 no se consiguió gra-
cias al 144? Y tampoco es que lo diga yo, sino que lo dice
—entre otros— un experto en la materia, como es el Magis-
trado del Tribunal Constitucional, Profesor Rubio Llorente
en su «Código de Leyes Políticas». Ustedes me corrigen...»

Un libro desconcertante sobre un político de raza

Qué duda cabe que éste ha sido un
libro desconcertante. Primero porque
entré en él con la certeza de que me
enfrentaba a un personaje totalmente
definido del que sólo tenía que adjun-
tar datos precisos y no fue así, porque
luego, el personaje se me hizo persona
y empezó a caminar solo con su cuerpo
de niño con inquietudes, con su histo-
ria de niño bien que quiere ser político
para cambiar la sociedad y hacerla
más justa. Y surge un hombre que va
a la cárcel, que sufre, que se enamora y
también hace locuras y tonterías.
Segundo, porque mi planteamiento no
fue nunca hacer una biografía al uso,
donde sólo interviene el autor con su
propia subjetividad y con los medios y
los enfoque que le da el biografiado,
donde todo lo más que puede catar el
lector son dos puntos de vista. No, este
libro lo tenía enfocado para dar la
palabra democráticamente a una serie
de personas que aportaran su parte de
historia ligada a Alejandro Rojas Mar-
cos, y que nos hablaran de sus defec-
tos, de sus errores, de sus virtudes y de
ciertos matices que ya son parte de la
historia. Es decir, que ellos siluetea-
ran ese pálpito de vida y ese trozo de
tiempo sin que yo como autora o Ale-
jandro como parte interesada, pudiéra-
mos entrar en los parámetros de los
ahormamientos y de las manipulacio-
nes. Así lo vi desde un primer momen-
to y así lo aceptó Alejandro. Eso no era
fácil porque para que el libro fuera
creíble y el personaje reflejara puntual-
mente los acontecimientos a tratar y
que nos competía saber, teníamos que
dar cabida a propios y a extraños.
Teníamos que recurrir a los adversa-
rios, estos más que nadie darían credi-
bilidad de unos hechos, que aunque
estaban anotados en el Diario de Sesio-

nes del Parlamento, reflejados en pren-
sa, y en algunos casos, avalados por
prestigiosas firmas, habían sido sola-
pados y enterrados para siempre. Y yo
estaba dispuesta a entregar la cara y la
cruz de un hombre para quedar en paz
con los acontecimientos de una histo-
ria inmediata, donde una partitura
para voces y orquesta, con sus preme-
ditados silencios ejecutores, habían
creado un concierto equívoco y mal
interpretado. Y también Alejandro
estuvo dispuesto y nos entregamos no
a la revancha ni al juego sucio, sino a
entregar a Dios lo que es de Dios y al
César lo que es del César. En este libro,
cosas que estaban turbias para la gran
mayoría, ahora están diáfanas, gracias
a algunos líderes de las distintas fuer-
zas políticas que formaron parte de la
confección reciente de España, y han
aportado con sinceridad y honestidad
su testimonio, y gracias al refrendo
-repito- del Diario de Sesiones y las
hemerotecas.
Esto no iba a ser ni podía ser el «Libro
gordo de Petete», sino un muestreo
para fomentar la claridad. Sabemos
que faltan nombres, nombres impor-
tantes de un ayer próximo que estuvie-
ron presente y forman parte de la mis-
ma historia. Nombres como pueden
ser: Felipe González, Alfonso Guerra o
Martín Villa, que fueron invitados y
decidieron no intervenir. Claro, que
no tengo la menor duda, que con San-
tiago Carrillo, José Antonio Gómez
Marín, Rafael Escuredo, Antonio Gar-
cía Trevijano, Raúl Morodo, Jordi
Pujol, Carlos Garaikoetxea, Manuel
Pimentel o Manuel Clavero Arévalo
tenemos un muestreo más que intere-
sante y más que fidedigno.
Justo es decir también, que no están
todos los «Históricos» del Partido An-

dalucista, solamente hemos hablado
con Diego de los Santos y Miguel Án-
gel Arredonda, hubiera sido cargar
mucho las tintas, si nos hubiéramos
dedicado a seguir abundando sobre la
misma historia y el mismo personaje
dentro de un mismo ámbito. Tenemos
el testimonio de Luis Rojas Marcos,
como hermano y como escudriñador
de la mente de un líder.
Y así, con las opiniones y el testimonio
de notables, y las opiniones y el testi-
monio de allegados, como su hija, Lu-
cía, Antonio Hidalgo, Dimas Borrego,
Juan Garrido Mesa., o su peluquero o
su médico, hemos podido apreciar, que
hay un Rojas Marcos humano, sensi-
ble, enamoradizo, a veces místico, a
veces trasgresor, que se somete a la
gimnasia y a ciertas normas homeopá-
ticas para poder cometer excesos.
Tenemos el período de la Alcaldía de
Sevilla. Alejandro en la oposición. El
Metro enterrado por el PSOE y el PP.
Su llegada a los barrios. Su postura
frente a la especulación que se cernía
en El Prado de San Sebastián, la Buhai-
ra. Su entrega a la sociedad, al deporte
de base, a la Candidatura Olímpica.
De esta época nos habla el Cardenal de
Sevilla, Carlos Amigo Vallejo, el Du-
que de Segorbe o Enrique Moreno de
la Cova. Se prueban hechos como la
realidad del Metro o se habla del Esta-
dio Olímpico con pelos y señales.
Y después de todo esto, se descubre el
alma del General Cuqui, un niño con
mucho genio, que le pedía a su herma-
na Piluca que le diera dos «tortas»
cuando hubiera menester, por aquello
de la rebeldía innata. Un niño con
períodos en Europa desde los quince
años. Un rebelde con causas. Un idea-
lista. Un espartano. Un trabajador. Un
divorciado. Un hombre. Un aventure-

ro. Un sufridor. Un espontáneo. Un
provocador. Un padre. Un innovador.
Un clásico. Un marido. Bueno, muchas
cosas, mucha vida, mucha quinta
marcha, mucho boeing. Y también,
cómo no, la duda. El berbiquí que baja
hasta las vísceras. La sombra. Los
errores. Las malas compañías. Los
personalismos. Las crisis. Los pulsos.
Las equivocaciones. El tirar del arado
ante las cosechadoras del bipartidis-
mo. El clamar en el desierto de las
multitudes con un nacionalismo inter-
nacionalista ante un pueblo que, como
dijo el clásico, hasta el pan y el jamón
quieren de Francia, y no tiene concien-
cia de pueblo o, ante un PAdesangela-
do y dócil, con unos líderes que fla-
quean y no profundizan, el pueblo,
luego, le niega su fe.

Todo esto nos lleva a la reflexión. Y
sale la «pistola de Larra» que decide el
futuro y el silencio, porque ¿sabrá
Rojas Marcos que a ese futuro quizá no
esté invitado? ¿Sabrá Alejandro que a
veces a los «padres» sólo nos queda
ganarnos el respeto de los «nietos»?
Por eso hay un antes y un después
demostrable en estas páginas. Si me
confiesa Alejandro que se ha quedado
desnudo y ha hecho el esfuerzo, el
gesto de humildad de verse en el espejo
de la «madrastra», a que el azogue
irredento que sólo acepta la turgencia
de la juventud le dicte su sentencia,
¿tendré que creerlo? ¿Tendré que dar
por buena su catarsis, esa toma de
conciencia importantísima, del hom-
bre que decide ser a estar? Aunque eso
sí, segura segura estoy de una cosa: no
le veo intenciones de dejar de caminar.
Quizá su esquema de vida se una a
ciertas palabras de Cayo Julio César:
mientras quede algo por hacer, no
habré hecho nada. Rosa Díaz

ABC SEVILLA (Sevilla) - 09/05/2004, Página 69
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