2002-02-23.LA RAZON.UN BACHILLERATO SIN LAURELES RUBIO ESTEBAN

Publicado: 2002-02-23 · Medio: LA RAZON

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UN BACHILLERATO SIN LAURELES 
LA RAZON 23 DE FEBRERO DE 2002 
MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN 
Cuando la LOGSE mutiló las Humanidades «sensu stricto», es decir, el latín y el griego, como materias de sabor reaccionario, dio, asimismo, la puntilla a cualquier posibilidad desbarbarizadora que pudiera ofrecer el Sistema Educativo. Cuando se ha confundido la barbarie con la modernidad didáctica, intentar ahora arreglar las cosas con reválidas de pitiminí es como querer acabar con la ballena del analfabetismo de nuestros adolescentes con una escopeta de perdigones. Al amputarse las Humanidades del árbol de conocimientos de Bachillerato, todas las demás Materias quedaron inmediatamente inficionadas por la intención barbarizadora del feroz legislador.
   Vencidas las lenguas clásicas o recluidas en un número de alumnos vergonzante, murió el adorno glorioso que supone la etimología de Bachillerato, tal como apuntaba irónicamemte en estas mismas páginas el sabio maestro Antonio García Trevijano. Pues «bachiller» deriva del vocablo latino «baccalaureus», la corona triunfal de laurel con sus bayas o frutillas que el viejo sistema educativo de la Edad Media imponía al alumno despierto que había aprobado el «examen baccalauriandorum», antes de la Cuaresma, al manifestar con sus respuestas que conocía los autores latinos básicos y el suficiente latín para la prosecución de una carrera universitaria que se iba a impartir indefectiblemente en latín por profesores con «licentia ubique docendi»; es decir, con el derecho a enseñar en cualquier universidad, siendo su área toda la Cristiandad.
   Los dos primeros ministros socialistas de educación mostraron un claro odio a las lenguas clásicas. Encontrar las fuentes y veneros de ese odio cerval es acertar con el sentido último con que se redactó la LOGSE. Desde luego ese palmario odio no tiene nada que ver con la tradición socialista. El propio Marx se doctoró con una tesis más cercana a la filología clásica que a la filosofía política. Tampoco ese odio nació de la ignorancia oceánica de que blasonaban los «maléficos» psicólogos y pedagogos que asesoraron a aquellos dos ministros. No; tampoco estuvo en la envidia a la sabiduría clásica de la psicología bárbara el hontanar del odio socialista a las clásicas. Ni tampoco se debió a un anticlericalismo asilvestrado que recordaba el latín como el vehículo de los mensajes eclesiales. Era la historia de nosotros mismos, de nuestras propias palabras que nos dan el «ser», que nos constituyen, lo que realmente se odiaba. Eran los transfondos etimológicos de nuestras cosas y nuestras acciones, su verdad, lo que cierta cúpula del PSOE, la verdadera locomotora de la Transición, quiso cepillarse. Cuando uno se ha traicionado a sí mismo matando al padre, se intenta nacer de nuevo por completo, sin ningún padre molesto y acusador. Los adolescentes españoles son analfabetos porque sus padres (y abuelos) no quieren que sepan quiénes son. Condenados a ser Edipos ciegos, buscan un Tiresias que les ayude a resolver su enigma, dando, claro, palos de ciego. Al menos Edipo se impuso a sí mismo la ceguera después de haber visto verdaderamente (el pasado del verbo «ver» en griego es el «saber» en presente). Desorientados los alumnos por esta ceguera verbal, el Ministerio repartió por todos los Institutos Departamentos de Orientación, como brújulas del espíritu bajo un cielo sin estrellas y en un globo sin polos magnéticos. La psicología bárbara de los Secretarios de Estado se multiplicó al extenderse a todos los Centros, convirtiéndose en irremediable lo que tenía aún su pequeño arreglo con un poco de oposición al sistema y buena voluntad por parte de los profesores tradicionales. Con tanto intentar forjar en la escuela ciudadanos con conciencia crítica, pero no eruditos, se ha conseguido como fruto analfabetos sin conciencia crítica. Los llamados programas de atención a la diversidad, si han servido para algo ha sido sólo para neutralizar al alumno verdaderamente avispado, aquel que, infiltrado en el sistema, hubiera podido salir indemne del mismo si se le hubiera dado de comer lo que su estómago requería. En fin, al observar a los opositores a la reválida recordamos el condicionamiento de Jakobson de que un cambio en la estructura de una lengua por inclusión de un elemento extraño a su sistema no se produce sino de acuerdo con las tendencias de su desarrollo.