2002-03-09.LA RAZON.UN ACTO DE OTRAS RAZONES MARTIN MIGUEL RUBIO

Publicado: 2002-03-09 · Medio: LA RAZON

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UN ACTO DE OTRAS RAZONES
LA RAZÓN. SÁBADO 9 DE MARZO DE 2002 
MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN 
El jueves, 28 de febrero, pridie Kalendas Martias, mitad del mes de Anthesteriôn y, sobre todo, décimo día del Ventoso, presentó nuestro querido amigo Joaquín Navarro su provocador libro, Tiempo de ceniza. La libertad acorralada (Ediciones Foca), en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. A dicha presentación asistimos buena parte de los que escribimos bajo este epígrafe de OTRAS RAZONES, como Antonio García Trevijano, que venía de Valencia de dar una conferencia sobre Dalí, del cual es el mayor experto internacional ¬el propio Umbral inserta a Dalí en el ideal clasicista de Trevijano, entre Policleto y Donatello¬, Dalmacio Negro, con su probada hombría de siempre, Andrés Sorel, que nos anticipó la aparición de su nueva novela, La noche en que fui traicionada, sobre nuestra última Guerra Civil, y un servidor; así como el siempre caballeroso amigo José Antonio Sentís, aguerrido custodio de esta sección. También pude ver y saludar entre el público a Gonzalo Puente Ojea, todo un lujo de inteligencia, erudición y coherencia vital. La presentación del libro de Joaquín tuvo como padrinos a Julio Anguita y Federico Carlos Sáinz de Robles, un verdadero festín de inteligencia en esta hora de España en que la más chata mediocridad y el espíritu ramplón y triste han puesto sus reales en la política y en el mundo del Derecho. Tiempo, sin duda, ceniciento y lutulento.
   Julio Anguita analizó el libro de Joaquín Navarro de forma impecable y penetrante, alumbrando magníficamente algunas páginas del texto, como aquéllas concernientes a los movimientos espontáneos y variegados de antiglobalización. Vinculó la miseria moral del actual Estado Español con el pecado original que lo creó: la transformación del franquismo y desde el franquismo en la actual oligarquía coronada, citando de forma expresa al primer autor de este postulado, Antonio García Trevijano. También se sorprendió de que desde que el juez Navarro publicase Palacio de Injusticia, se hubiese degradado aún más la justicia. «Yo suponía que entonces habíamos llegado ya al grado más bajo de abyección». Y, finalmente, fustigó contra el actual quietismo social, especie de marasmo que anula la actividad interior de las personas, como una nueva reedición del pensamiento del padre Malebranche. Para el malebranquismo sólo Dios se mueve y actúa.
   Federico Carlos Sáinz de Robles, receptor de la dedicatoria o nuncupatorio de la obra, propuso una lectura inversa; de suerte que las últimas páginas que se deberían leer fueran las cuatro de la Introducción, verdadero manifiesto de la dignidad pública, tras los truculentos y tremebundos episodios narrados en las páginas «siguientes». Sáinz de Robles también se extendió en el perfil del personaje del autor, compañero entre las báquicas parroquias escurialenses de Troya y Pancorbo: «Un hombre que es un verdadero incordio por su manía de buscar y proclamar siempre la verdad, lo que le convierte en esta sociedad de encefalograma plano, por lo que respecta a la moral pública, en un peligroso provocador». En efecto, Joaquín Navarro no es un provocador al uso, a partir de torpes extravagancias y deliquios nudistas, sino a partir de su decencia y valor indeclinable en su defensa de lo que al menos él entiende como verdad. Moleste a quien moleste. Y este país, con una clase política tan degradada, abyecta y triste, necesita a hombres alegres como Joaquín Navarro, nuevos tábanos socráticos que despierten la dignidad amodorrada de los súbditos de esta forma de Monarquía tan mucilaginosa. Aunque discrepo radicalmente con Joaquín Navarro en el derecho de autodeterminación de las llamadas nacionalidades que componen España, sin embargo, me siento hondamente estremecido por su pasión por la libertad de expresión y su tenaz compromiso ético en favor de los marginados de esta sociedad sin corazón. Incluso he llegado a comprobar que casi somatiza la injusticia del poder cuando éste oprime, tortura o desprecia al ciudadano. Su vida se implica en lo humano sin jamás calcular las consecuencias personales que tal implicación le puedan acarrear, fiel siempre al principio de Séneca, «Homo sacra res homini». Quizás el amigo más valiente que tenga uno. Espero seguir mereciendo su amistad.