2001-02-10.LA RAZON.ÚLTIMO COMENTARIO MARTIN MIGUEL RUBIO
Publicado: 2001-02-10 · Medio: LA RAZON
Ver texto extraído
ÚLTIMO COMENTARIO LA RAZÓN. SÁBADO 10 DE FEBRERO DE 2001 MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN Si tuviese que definir en una sola frase qué significa históricamente la última obra de mi amigo Antonio García Trevijano, Pasiones de Servidumbre, que he intentado glosar, desde distintos puntos de vista, en tres entregas de intercolumnio areóstilo, diría que es la descripción fisiológica de la glándula pineal del actual régimen político español. Sus páginas nos ponen en contacto con los espíritus (humores) partidistas que llegan al poder político; son el centro de una clara «dependentia inhaesiva», por seguir con la alegoría cartesiana. Nuestro autor y líder de Otras Razones parece haber conseguido encapsular en este libro el «génie malin» de la Transición, causante de tantos actos criminales y desolación moral. Si bien ya claramente desde Montesquieu la filosofía política había vinculado las pasiones a las naturalezas de los distintos sistemas de gobierno, se hacía necesario ahora fijar los contenidos conceptuales de aquellas pasiones ya estudiadas y otras nuevas que la evolución social y el desarrollo de las fuerzas de producción habían hecho aflorar. Pues si el contenido conceptual de las pasiones en la época de Descartes y de Montesquieu era prácticamente monosémico e indiscutido, el vocabulario pasional del mundo actual, en virtud de las interesadas connotaciones epocales, históricas y políticas, estaba extremadamente borroso, y se hacía inevitable una redefinición de las pasiones que las volviera a vincular con su sistema de gobierno propio. Muy pocos hombres he conocido con el amor (o pasión) a la libertad que tiene García Trevijano, a quien su causa lo domina por completo. No más de cinco o seis. Son hombres que a su vez apasionan a los amigos de la libertad haciéndose cristalinos. En realidad, es la propia libertad quien hace reconocerse a sus amigos en una misteriosa anagnórisis. Y también es la propia libertad quien hace a sus devotos absolutamente incomprensibles a las almas ápteras y tullidas de los esclavos y los servidores del poder. Como dice el propio Trevijano: «¿Qué pintor dialogaría sobre colores con un ciego? ¿Qué ave del paraíso sería más atraída por el canto lejano de la libertad que por el aleteo de su corto vuelo sobre el parvo jardín donde su plumaje deslumbra?» (pág.271). No hay nada más hermoso ni más humano que ser libre. Sólo el hombre libre puede despreciar la dureza de la vida a la que le someten los bellacos esbirros del poder. Cuando me encuentro con Trevijano (o con García Calvo, o con Joaquín Navarro) recuerdo siempre aquellas palabras de Cicerón: «¿Qué es, pues, la libertad? La facultad de vivir como se quiera. ¿Y quién es el que vive como quiere sino el que vive bien? El que se complace en su obligación, el que ha estimado y resuelto una forma de vivir, el que obedece a las leyes, no por miedo, sino porque las acata voluntariamente, aquel que nada dice, nada hace y, finalmente, nada piensa, a no ser por gusto y libremente; todos los consejos del cual y todos los asuntos que lleva a cabo salen de él mismo y a él se refieren, y tampoco existe ninguna cosa que pueda más para él que su propia voluntad y su propio juicio. Aquel a quien la misma Fortuna, que tanta fuerza se dice que tiene, cede; como dijo el sabio poeta: «Cada uno se hace su fortuna por sus costumbres». Pues sólo al hombre libre sucede el no hacer cosa alguna contra su voluntad, nada por dolor, nada por fuerza» (Paradojas, 5, 33-34). Si un día las Musas que se solazan a las faldas del monte Piero quisiesen prohijar amorosamente un Stendhal español que reflejase en su Rojo y Negro los caracteres principales que han circulado por la Transición española, este gran escritor debería sin duda penetrar en el interior de las páginas de Pasiones de Servidumbre para sacar el barro con el que modelar con verosimilitud psicológica y rigor histórico las figuras de la Transición que vayan a transitar por sus narraciones. De hecho, cuando leía el libro estaba «viendo» una larga galería de personajes de rostros conocidos, y de ademanes y discursos aún más conocidos. Personajes que iban y venían siguiendo direcciones ininteligibles, aparentemente sin ningún sentido, pero que algún designio oculto deben de tener. «Estudiad las costumbres tanto de los siglos como de los países: los ambientes hacen con frecuencia los distintos humores» (Boileau).