1996-04-28.CANARIAS7.TREVIJANO.FRANCISCO J. CHAVANEL

Publicado: 1996-04-28 · Medio: CANARIAS7

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TREVIJANO
CANARIAS 7. LOS ESPEJOS NO TIENEN MEMORIA. 28 ABRIL 1996
FRANCISCO J. CHAVANEL 
CUANDO Antonio García Trevijano dice en Las Palmas de Gran Canaria que «el Rey garantiza la oligarquía de los partidos políticos en España» se entiende que lo que dice en realidad es que sigue sin perdonarle a SM el Rey don Juan Carlos que haya ostentado la Corona sin previo referéndum y, sobre todo, sin el permiso de su padre. En él Don Juan de Luis María Anson, el director de ABC se preocupa muy mucho de subrayar una portentosa conspiración contra Franco desde Estoril, de la que supuestamente formaría parte Trevijano, como consejero que era del rey exiliado. La conspiración que relata Anson es la consecuencia urdida por hombres de notable, carácter y extremada inteligencia, todos ellos unidos en compló para engañar a Franco, el cual, sin saberlo, nombraría a don Juan Carlos como sucesor suyo, siendo ésta la decisión largamente propiciada por la mano sutil y maquiavélica de los conspiradores monárquicos. De esta manera, el entonces príncipe Juan Carlos, utilizado como caballo de Troya en el vientre del enemigo, lograría rescatar lo importante, la Corona, daba igual quien la ostentase.
Pues bien, hace tiempo que se suponía en este país que el indudable talento de Anson para la escritura había sido volcado con generosidad admirable en un fantástico libro de ficción, repleto de medias verdades y sucesos reales cortados bajo el patrón de los buenos deseos y de su conocida lealtad al régimen monárquico. El objetivo sería liberar a la Corona del pesado yugo de su pasado reciente, justamente aquél que se inicia con la muerte del dictador y el comienzo de la Transición. Anson pasa con mimo y ausencia de detalle por las tensas relaciones de padre e hijo, para sostener a macha¬martillo un acuerdo tácito entre ambos que repartía los papeles a conveniencia de un país que buscaba reflejarse en hombres jóvenes, con ideas europeas y renovadoras, y que no tenía un especial buen recuerdo de la Monarquía, tras la huida de Alfonso XIII y el hosco trato proferido por Franco y sus adláteres. La única pena para Anson es que Trevijano estaba allí como él, formando parte del gabinete de don Juan, y con unas ganas tremendas —las que tiene actualmente— por contarlo todo. Y lo que cuenta es bastante menos literario y posiblemente menos hermoso también.
Trevijano, veintiún años después, hurga en la herida de la sucesión y lo hace con crueldad infinita mezclando su republicanismo con la decepción que a muchos nos procura el sistema de libertades que tenemos. Este país necesita muchos trevijanos, no hay duda, hombres decentes y reflexivos que digan las verdades del barquero. Personajes con conciencia, prestigio y valentía para señalar con el dedo los múltiples pecados que contra la ética y la moral democrática se siguen cometiendo, y en preocupante aumento, en nuestra Nación. Pero Trevijano vive de esperanzas y quien vive exclusivamente de ellas muere en ayunas; lo que tiene de sentido común y de amarga lucidez lo tiene también de implacable y de utópico. Cuando el jurista citado dice que «el estado de la opinión pública se parece al de 1977, pero sin miedos ni alegrías» se sitúa en la indagatoria de un asesinato sin culpable, o sea, en la patria vendida de antemano al felipismo para que la barnizara de credibilidad democrática y que ahora, en el momento que estamos, paga su precio en medio de la abulia general y el interés de una nueva clase política de alcanzar el poder, aunque para ello sean necesarios acuerdos en contra de la cartera del Estado y de su propia unidad.
«Entonces se creyó que las libertades civiles eran la libertad política, y se dejó que aquéllas alegraran las calles mientas ésta se aprisionó en los despachos oficiales», escribe Trevijano en un reciente artículo, «allí se vio que el peligro para los hombres de Estado estaba en el debate público y se dejó que un consenso de conciliábulo suplantara la democracia y la decisión por mayoría. Casi veinte años después, la cosa política es diferente, pero la desorientación pública, la misma. Ahora no es el antifranquismo sino el anti-felipismo lo que precipita conciliábulos sobre el poder (...) Ahora no es el consenso de seis oligarcas, ni un resultado electoral que permite otras salidas, sino el toma y daca del hambre de poder nacionalista con las ganas de comer gobierno del partido ex franquista, lo que está diseñando la liquidación del Estado social, con la improvisada idea del Estado mínimo para el siglo XXI (...) Ahora no son los militares ni la Iglesia, sino pequeñas voces en el PSOE y PP, lo que denuncia el saqueo del Estado social único, ante una opinión pública decidida a permanecer en la indiferencia (...) Lo único que importa a esta gente de Estado es que la investidura de Aznar por Pujol se realice en Quebec. Con tanta frivolidad en la ambición de estas gentes de Estado y tanta apatía en la opinión, esto lleva todas las trazas de terminar mal».
Disculpéseme la longitud de la cita pero vale la pena. El retrato trevijano de la situación bien lo merece. Ahí está todo su dogma: los partidos y sus oligarquías, la indiferencia de una opinión pública sofronizada, la insolidaridad de los nacionalismos periféricos, el saqueo del Estado... Sólo falta el Rey, que aparece en Las Palmas de Gran Canaria al frente de la oligarquía de partidos, al frente de la decadencia democrática y del Séptimo de Caballería. Excesivo, incluso para quien se conmovió con las lágrimas de Don Juan después de aquel nombramiento de Franco. En este continuo crimen sin castigo en que se ha convertido la democracia española demasiados cabos andan sueltos, entre ellos el relativo a la ley electoral, el control que la denominada sociedad civil ha de tener de sus representantes, los continuos intercambios de intereses entre el mundo económico y el político, las amonestaciones que deben recibir dichos representantes cuando se sobrepasan en sus actuaciones, etcétera... A los mencionados podríamos añadir la hipotética ausencia de rey, es decir, la guerra civil, el pueblo indiferente y soberano cargando armas a la voz del bárbaro o del fundamentalista mass-media de tumo (no es blade-runner ni cuento futurista: la secuencia informativa de los últimos tres años no concede lugar a la duda).
De otra parte: no es competencia del Rey influir en la vida de las organizaciones internas de los partidos políticos, y si lo hiciera seguramente será tildado de dictador y no de árbitro como es su cometido. Nadie en su sano juicio puede pensar que el PSOE creara Filesa con el asentimiento de la Monarquía o que Mariano Rubio se enriqueciera jugando a la bolsa porque contaba con el apoyo de La Zarzuela. Los políticos se corrompen porque ése es el estado natural del poder, y más se corrompen cuanto menos esté controlado ese poder. Sencillamente. A Trevijano, libre, incómodo e imprescindible en la España de hoy, -le sentó mal la mañana grancanaria. Y una foto en el periódico: el Rey don Juan Carlos despidiendo al gabinete de Felipe González en cena ceremoniosa. Su republicanismo, coartado por la experiencia de un rey que no tuvo y por el que luchó hasta la pasión, sólo vio la imagen del jefe del Estado despidiendo a los asesinos de los GAL. Y eso es mucho ver cuándo se ha sostenido la responsabilidad de un país durante trece años con el apoyo de la mayoría de los españoles.