2003-05-12.LA RAZON.SOLIDARIDAD CON FRANCIA AGT

Publicado: 2003-05-12 · Medio: LA RAZON

Ver texto extraído
SOLIDARIDAD CON FRANCIA 
LA RAZÓN. LUNES 12 DE MAYO DE 2003
ANTONIO GARCÍA TREVIJANO 
El Gobierno español no debe prestarse a servir de peón en el infantiloide tablero de las mezquindades, donde el presidente Bush juega su personal partida de humillación a Francia. Cuando el motivo no la justifica, la descortesía suele traducir una falta de seguridad en sí mismo del que la emplea como signo de gallardía. La sabiduría popular enseña que lo cortés no quita lo valiente y que el innecesario alarde descortés sólo expresa ramplona matonería. Por simples razones de buena educación diplomática, ningún medio civilizado puede apoyar las groserías del presidente Bush con los más altos representantes de Francia y Alemania. 
   Aunque la fanfarronería del jefe de un Estado imperial está llamada a tragarse casi todas sus amenazantes jactancias (Siria), y a vacilar ante peligros verdaderos (Corea del Norte), no por eso deja de ser antesala de acciones reprobables. De llevarse a cabo, las anunciadas represalias de Estados Unidos contra Francia, disminuyendo la importancia de su función dentro de la OTAN en beneficio de Italia y España, no tendrían otro sentido que el de hurgar en la herida europea abierta por la unilateral invasión de Iraq, con la aviesa intención de acentuar la desconfianza entre estados asociados y hacer imposible el paso a su unidad política. 
   Nuestros decisivos intereses políticos, económicos y culturales están en Europa. Y nada los opone al cultivo de los que tenemos con América. Los dos motivos alegados por los apologistas del apoyo incondicional de España a EE UU, incluso en su actual política antieuropea, son tan vanos como ridículos. Comparada con la eficaz colaboración de Francia en la represión policial y judicial del terrorismo de ETA, la ayuda que puede prestar EE UU es de ciencia ficción. Y confiar en que la docilidad de Aznar ante la primera potencia militar ganará su favor en caso de conflicto grave con Marruecos, es de una ingenuidad pasmosa. Los imperios no tienen amigos permanentes ni lazos espirituales con aliados seguros, sino intereses materiales de poder y de mercado. La crisis de Suez en 1956 demostró lo que valía para EE UU su cacareado vínculo atlántico con Inglaterra. 
   La ley de oro que marca la buena dirección, en las situaciones de crisis internacional que alteran la inercia de las relaciones entre Estados, viene determinada por el hecho incontestable de que los gobiernos protagonistas pasan y los intereses fundamentales de las naciones permanecen. Para el porvenir de España en Europa, las amables estancias de Aznar en el rancho tejano del presidente Bush, vedadas al jefe del Estado francés, tienen menos importancia que la nariz de Cleopatra para la historia de Roma. 
   La bastarda complacencia despertada en ciertos medios editoriales españoles ante la denigrante campaña antifrancesa del partido republicano que gobierna en EE UU, desprende tufos nostálgicos de los tiempos en que el Régimen de Franco era cínicamente fortalecido por el republicano Eisenhower, y denunciado a la vez por el idealismo de una ciudadanía francesa que hizo suya la causa de la oposición democrática a la Dictadura española y dio generoso cobijo a los que buscaron allí amparo. 
   La solidaridad de Francia con España no sólo se manifestó en el terreno universal de las libertades, con su inequívoca repulsa del Régimen franquista sostenido por los gobiernos de EE UU, sino incluso en el campo sentimental de los intereses patrióticos, como lo expresó uno de los mejores poetas franceses ante el conflicto bélico que prefabricó el incipiente imperialismo norteamericano, en 1898, para apoderarse de los restos del decadente imperio español. En la empresa colonial de EE UU contra España, en la guerra de Cuba, el penetrante europeísta Paul Valery sintió «el primer acto de potencia de una nación deducida de Europa contra una nación europea» («Miradas sobre el mundo actual»). Francia simpatizó con la esencia europea de España antes que nuestra propia generación del 98.