1999-10-25.LA RAZON.SERRALLO DE LA INDIFERENCIA AGT

Publicado: 1999-10-25 · Medio: LA RAZON

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SERRALLO DE LA INDIFERENCIA (A GÓMEZ DE LIAÑO) 
LA RAZÓN. LUNES 25 DE OCTUBRE DE 1999
ANTONIO GARCÍA TREVIJANO    
Los hombres y los pueblos se distinguen unos de otros no tanto por las cosas habituales a que se acostumbran, para vivir bien, como por las extraordinarias que los admiran, para vivir mejor. Lo que extraña a las personas, lo que las sorprende en sus ideas y costumbres, la curiosidad que las mueve hacia nuevas emociones y acciones, constituye la primera pasión de la condición humana. Hablo de la admiración como sentimiento singular de esa emoción mental que produce siempre toda clase de extrañamiento. Es tan singular que, a diferencia de todos los demás sentimientos, no tiene la compensación de otra emoción opuesta. Lo opuesto a ella es la ausencia de sentimiento, la indiferencia. Hay tantas cosas dignas de admiración, por su grandeza o pequeñez, su bondad o nocividad, su utilidad o inconveniencia, su atracción o aversión, que sería más fácil ver la personalidad de un pueblo en lo que le deja indiferente que en lo que le admira. Mientras la historia no complete los relatos de los acontecimientos y costumbres con los silencios clamorosos de las indiferencias que los condicionan y explican, no conoceremos la idiosincrasia de los pueblos. «Dime lo que te deja indiferente y te diré quién eres».     
Si yo escribiera la historia objetiva de la transición, como unos amigos y editores me piden, sería causa de admiración universal por baja que fuera su calidad literaria. Pues ese libro narraría, bajo estupor general, el impío relato de la serie ininterrumpida de actos voluntarios que han jalonado la antiodisea española del espíritu público, del colapso de las pasiones cívicas, del seguro a todo riesgo contra la perturbación del ánimo colectivo, de la antiaventura política de la libertad, de la marcha antiheróica de la indiferencia moral y de la formidable conquista pasiva de la tranquilidad social. Gracias a nuestra transición sabemos más que Séneca. El sabio cordobés ignoraba que un pueblo apasionado e iluso puede conquistar su tranquilidad pública, sin renunciar a las pasiones egoístas ni a la participación política, con tan sólo dejarse ir hasta la más completa indiferencia y neutralidad de las pasiones -de verdad y justicia- causantes del desasosiego. Y lo admirable de esta antiodisea del espíritu, lo que más nos sorprende en ella, por la grandiosa visión de sus promotores, ha sido que el pueblo español llegara a descubrir, ahí, el último secreto de su liberación. Sin amor a la verdad y la justicia no nacen los sentimientos de servidumbre. Sin indignación contra la mentira y la injusticia se ha fraguado en España el sentimiento de la libertad política.     
Una historia semejante, escrita al estilo de las «Cartas Persas», despertaría más hilaridad social que convulsión política. Pues así como el benevolente Montesquieu hizo reír al mundo con sus descripciones «etic» de las costumbres parisinas de su época, se puede imaginar la clase de admiración que causarían los hechos y los valores primarios de nuestra transición, vistos por un «persa». Todo sería risible. Desde la exaltación política del perjurio hasta la justificación moral del latrocinio de partido; desde la ley del silencio sobre los crímenes del pasado de los hombres públicos a la sorda impunidad de sus fechorías presentes; desde la injusticia a un particular, cuya abeja picó de muerte al presidente del Tribunal que lo arruinó, hasta la condena de un juez probo para escarmiento de la probidad en la magistratura; desde el soberano desdén por la patria al premio electoral de los movimientos separatistas; desde el elefante blanco al señor «X». Lo único que sorprende en este Reino de la tranquilidad es que aún existan «persas». Sobre todo que hablen en una lengua rara, sin importarles que se entienda, y que no sean eunucos, para el sosiego de sultanes, en el serrallo de la indiferencia.