1996-02-05.EL MUNDO.SALVAR LOS DERECHOS HUMANOS DEL ELECTOR AGT

Publicado: 1996-02-05 · Medio: EL MUNDO

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SALVAR LOS DERECHOS HUMANOS DEL ELECTOR
EL MUNDO. LUNES 5 DE FEBRERO DE 1996
ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO
Las próximas elecciones no serán legítimas, aunque sean legales. La presencia de  viola los derechos humanos del elector y las normas de la decencia pública. Una democracia no habría dado paso libre a esta gran avilantez electoral. Otros mecanismos institucionales habrían retirado de la vida política a personajes que sólo pueden simbolizar el asesinato y  pesado fardo de podredumbre de los gobernantes no caerá sobre la sociedad sin manchar al elector socialista, y a los que aceptan tan indigno rival. Porque no es igual ser elector que votante. El mero votante no tiene derechos políticos. Vota por falso deber civil, o por verdadera coacción social, ante la facultad del poder estatal de hacerse legitimar en las urnas. El elector también vota. Pero además de legitimar al régimen que lo convoca, razón por la que los demócratas coherentes no votamos en esta oligarquía de partidos, el sistema proporcional de listas le concede el derecho personal de elegir entre opciones distintas de Gobierno, pero ¡de igual condición moral!, y el derecho colectivo a determinar, junto con los de su misma preferencia, la distribución del poder político en la sociedad estatal. El elector ha de tener la posibilidad moral efectiva de ejercer ambos derechos, aunque no tenga concedido el de elegir representantes políticos. 
Se violan los derechos humanos de los electores cuando se les trata como a conejillos de indias. Con estas elecciones se hace el original experimento de observar el comportamiento moral de los españoles ante la exasperante situación, en que su régimen de poder oligárquico les coloca, de tener que elegir un equipo de gobierno entre la lista del crimen comprobado o la del crimen impune. A primera vista, el horror del crimen causa mas espanto que el de su perdón. Por eso es más que probable la derrota de la candidatura socialista. Pero en el fondo, el perdón es más dañino para la sociedad que el crimen perdonado. No tanto porque quien perdona el crimen deviene su cómplice (Voltaire), eso sigue siendo aspecto individual de la cuestión, sino porque «la piedad es verdaderamente cruel cuando ahorra a criminales y asesinos la espada de la justicia; entonces es más cruel que la crueldad misma; porque la crueldad sólo se ejerce contra individuos; pero esta falsa piedad, a favor de la impunidad que procura, arma y lanza contra la totalidad de la gente honesta a toda la tropa de criminales» (Bacon). Nosotros ya sabemos a qué situación nos ha conducido el pacto de impunidad de los crímenes de  al futuro, sin ajusticiar los delitos pasados, es apostar por un futuro cada vez más criminal. 
En esta circunstancia, es bochornosa la discusión entre partidos sobre si los debates televisados deben ser entre dos caras, la del «matavidas» y la del «perdonavidas», o si debe terciar la voz de la conciencia inoperante para que la deshonra sea total. ¿Es que no saben que discutir, preguntar o contestar a González-Barrionuevo, en su presencia, es legitimarlo como candidato a gobernar de nuevo? ¿Acaso no sienten un asco visceral, una repugnancia insuperable al encuentro personal con el cínico valedor de los GAL, de los fondos reservados y de todo lo demás? Que su partido lo avale se puede comprender, aunque sea como último recurso de los intereses comprometidos sin retorno en la suerte del jefe prebendario. Pero cuesta entender que lo hagan los otros grupos, salvo el de Pujol. A no ser que quieran el dudoso honor, y la vil ventaja, de triunfar en tan innoble lid tratando con «debido respeto» y noble generosidad al símbolo personal del crimen para que, pareciendo mejores que lo peor, se cree una falsa esperanza de normalidad y de moderación, en plena turbulencia del naufragio de los valores morales, donde sólo la audacia de la integridad podría salvar el derecho natural de los electores de agarrarse a algún resto de humanidad que se mantenga a flote tras la marea negra felipista.