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Publicado: 2001-10-04 · Medio: LA RAZON

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OPINIÓN

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LA RAZÓN
JUEVES, 4 - X - 2001

RESPUESTA MILITAR

UNA HERMOSA SÍNTESIS

OTRAS RAZONES

dura  en  España  y
que  al  final  de  ella
impidió, con el ci-
nismo de Kissinger,
el  triunfo  de  la  de-
mocracia y de la dig-
nidad  en  nuestro
país. 

La frivolidad y el
desconocimiento de
los  asuntos  españo-
les de ese sarcástico y agresivo premio
Nobel de la paz, que llegó hasta el extre-
mo de creer en la victoria electoral del
PCE si se legalizara, dieron con mi cuer-
po en Carabanchel, para enrejar el espíri-
tu democrático de la libertad y dejar el
campo libre a la reforma oligárquica de la
dictadura. Ni siquiera en esos momentos
modifiqué mi actitud simpatizante y ad-
mirativa hacia el hermoso ideal que re-
presentan la separación de poderes, el pe-
riodismo responsable y el valor de la alta
cultura  en  Estados  Unidos.  Lo  cual  no
menoscaba, sino que agudiza, mi percep-
ción del particularismo antropológico en
que  incurre  su  visión  egocentrista  del
mundo, con desprecio nihilista de las cul-
turas extranjeras que no sean bases inme-
diatas de riqueza material o logística mi-
litar. 

AAnnttoonniioo  GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO

E s fantástico el

proceso  dia-
léctico desple-
gado con el Consejo
General del Poder Ju-
dicial. Primero fue la
tesis, 
representada
por la elección judi-
cial de los doce voca-
les judiciales. Nadie
cuestionó que esa te-
sis respondía al cumplimiento del mandato
constitucional. Nadie propuso, durante el
debate de la ley orgánica del Consejo, que
se aplicase otra forma de elección. Así era
en el Consiglio Superior de la Magistratura
italiana –que sirvió de modelo a nuestros
constituyentes–  y  así  se  ordenaba  en  la
Constitución. El sistema comenzó a ser re-
probado cuando el PSOE se encontró con
que controlaba, por su mayoría absoluta, to-
das las instituciones del Estado excepto el
Consejo, que se permitía el «lujo» de ir por
libre bajo la presidencia de un jurista sabio
libre y decente –Federico Carlos Sáinz de
Robles– que fue el único elegido en sede
conciliar, sin imposiciones ni exigencias oli-
gárquicas. Aquello no se podía consentir.
Con el lema «la ley somos nosotros», el fe-
lipismo gobernante buscó con denuedo al-
guna fórmula que le permitiese laminar por
siempre jamás la rebeldía del Consejo. La
encontró en corral ajeno, escudriñando en-

¡VAYA TROPA!

H abría que repasar algún juicio de los

años 20 por Chicago y algún tipo del
estilo Al Capone o «Lucky» Luciano,
para encontrar similar chulería y desdén ante
un tribunal como el desplegado por Vera, Ba-
rrionuevo y Corcuera. No digo que sean ma-
fiosos.  Digo  que  son  unos  chulos. Aunque
puede añadirse a los dos últimos, sin mentira
y con amparo del Supremo, que delincuentes
y convictos. El que su delito les saliera tan ba-
rato, que su paso por la cárcel fuera una ro-
mería y su salida la más veloz de la historia no
elimina la calificación. Tan sólo añade bo-
chornosos privilegios.

Y ése es el problema del actual juicio. Es-
tán encampanados. Se sienten intocables. Ac-

tuan con trazas y decires
de macarras trajeados por-
que piensan volver a cis-
carse en la Justicia y aun
pedir, si por el secuestro
les aclamaron, que por el
«calcetín» de los fondos
reservados, que unos re-
partieron y otros se guardaron, les den una me-
dalla. Así que ahí los tenemos repantigados,
displicentes, insultantes y hasta pendencieros.
Pues esos tipos fueron ministros y secretarios
de estado del Gobierno de España. Y en sus
manos estuvimos. ¡Vaya tropa!

AAnnttoonniioo  PPÉÉRREEZZ  HHEENNAARREESS

REBOREDO Y SAÑUDO

E l  retraso  de

EE  UU  en
dar respuesta
visible a la agresión
sufrida, debería ha-
ber asegurado los lí-
mites marcados por
la  naturaleza  terro-
rista  del  atentado  y
la necesidad de justi-
cia personalizada en
su represión. Si la demora hubiera sido
fruto de la prudencia, y no del descon-
cierto en el modo de combatir a un ene-
migo  invisible,  el  frente  militar  no  se
abriría sin pruebas de complicidad del
país represaliado. La inacción derivada de
la falta de unidad en los criterios de
acción suele presagiar las tempestades de
indiscriminación que convocan los terro-
ristas. El día 11 de septiembre provocó a
los dioses de la ira para que su desahogo
militar creara situaciones propicias a en-
frentamientos entre países islámicos,
con  injerencia de potencias europeas y
serio descalabro de la economía mun-
dial. 

En nuestro observatorio occidental te-
memos lo que ignoramos. El mundo islá-
mico sigue siendo, para nosotros, un mis-
terio. Los recelos de las naciones árabes
ante la propuesta de alianza, en un frente
común contra el fundamentalismo maho-
metano, revelan que en el oscuro asunto
de Ben Laden el aspecto religioso predo-
mina, a pesar de todo, sobre el terrorífi-
co. Hoy no existen condiciones objetivas
para la «guerra santa». Pero el martirio
del santurrón ocultó en las montañas po-
dría  reencarnar  el  mito  del  duodécimo
Imán,  cuya  desaparición  en  el  año  873
después de refugiarse en una cueva, inau-
guró  el  período  de  la  Ocultación,  que
anunciaba el apocalipsis con la profecía
de su regreso , «El Mahdi» (Mesías), para
vaciar de iniquidad el mundo impío y lle-
narlo, precisamente, de justicia infinita. 
Los síntomas desprendidos de las con-
signas  de  propaganda  denotan  el  trata-
miento del atentado terrorista como un
«casus belli». La tendencia a suavizar la
palabra pública del poder, herido en su
conciencia de impunidad, (guerra total-
justicia infinita-libertad perdurable), ha
obedecido más bien a dudas de estrategia
que de reflexión moral. Los intelectuales
de prestigio de la UE, los que no están
afectados por el síndrome antiyanqui ni
por la fobia al fundamentalismo islámico,
deben aportar sus criterios de ética polí-
tica a esta difícil reflexión. No con los re-
flejos de la guerra fría, sino con análisis
profundos sobre el terrorismo que den au-
toridad a sus voces, cuando deban elevar-
las contra las consecuencias de una res-
puesta militar injustificada, en adecuación
y proporciones, si llega a producirse. 

Desde que conocí la historia de Esta-
dos Unidos y su inteligente Constitución
de la democracia, la admiración intelec-
tual se unió, en mi joven conciencia polí-
tica, al agradecimiento por haber sido su
ejército el factor decisivo en la derrota
militar  del  nazismo.  Este  doble  senti-
miento me salvó de caer en el «antiame-
ricanismo» que provoca su miope y a ve-
ces criminal política exterior. Una miopía
que prolongó, con Eisenhower, la dicta-

tre las enmiendas pre-
sentadas por otros al-
guna que le permitiese
el fraude constitucio-
nal. Como la Constitu-
ción no exigía explíci-
tamente que los doce
vocales judiciales fue-
sen  elegidos  «por»
los jueces y magistra-
dos en activo, sólo de
entre ellos, se descubrió el talón de Aquiles
sin el concurso de la doncella del mar y del
gran Océano. Ya habría tiempo de justificar
la «metapolítica» del descubrimiento que
conducía a la conquista del Concilio judi-
cial. Como suele ocurrir, sus apologetas fue-
ron los mismos que defendieron con ahínco
la tesis constitucional. Ahora defendían su
antítesis. Lo anterior no era democrático ni
constitucional. La representación parlamen-
taria del pueblo soberano no podía ser su-
plantada por el corporativismo judicial. La
fórmula italiana –en la que veinte de los
treinta  miembros  del  Consiglio  son  de
elección judicial– era antidemocrática. Me-
jor el Parlamento. Cuya realidad garantizaba
el reparto del Consejo entre las oligarquías
partidarias así como la sumisión de los ma-
gistrados «carreristas» –que son la mayoría–
al control de esas oligarquías, que pasaban
a  tener  la  capacidad  de  recompensarlos
–nombramientos de confianza– y sancio-
narlos. Al mismo tiempo, para redondear el
atraco legislativo, se mutilaban las compe-
tencias  del  Consejo  hasta  ponerlo,  en  el
campo de la Justicia, muy por debajo del
Gobierno. Por si fallaba el control tribal.
Nunca se sabe hasta dónde puede llegar la
audacia de los elegidos.

La antítesis dio mucho de sí. Tres conse-
jos inanes dirigidos por clanes oligárquicos
que, exhibiendo los muñones de su mutila-
ción institucional, han competido por ren-
dir el más esplendoroso servicio posible a
sus tutores políticos. Ni los más ominosos
episodios –el de Pascual Estevill a la cabe-
za– llamaron a la revisión del modelo. El
arte de intrigar era sagrado. Pero, en éstas,
se cruzó una sombra cainita. Era la prome-
sa aznarista de recuperar la antigua forma
electiva. Pero no había razón para la alar-
ma. El PP estaba dispuesto a dimitir del
«principio» si la contraprestación era bas-
tante. A través del pacto de Estado por la
Justicia, llegó la síntesis. Los dos sistemas
se fundían en uno solo que era el mismo
que ya existía. El principio resultó ser un
simple expediente. La cosmética era encan-
tadora. Los clanes dirigentes de las asocia-
ciones judiciales propondrían los candida-
tos  que  las  oligarquías  partidarias  les
indicasen  como  más  convenientes  a  sus
propósitos. Igual que antes, pero con la ca-
rabina damasquinada. La síntesis ha sido
genial. Como decía don Antonio Machado,
hay realidades tan dispares y contradicto-
rias que sólo pueden unirse para estrangu-
larse. Ya sabemos cuál ha sido estrangula-
da. Claro que la polémica vale para poco.
Si tenemos en cuenta las magras facultades
del Consejo, sobra todo el proceso dialécti-
co. No hacía falta alforja alguna. Si acaso,
como adorno lateral, la quijada de burro con
que se ha excluido al PNV. Loores hagamos
al rey del festín.

JJooaaqquuíínn  NNAAVVAARRRROO