2004-04-01.LA RAZON.RELACIÓN DE PREPOTENCIA AGT
Publicado: 2004-04-01 · Medio: LA RAZON
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32 LA RAZÓN JUEVES, 1 - IV - 2004 Otras Razones Relación de prepotencia Líderes plebiscitarios OTRAS RAZONES mejor expresión de la equipolencia política está en el orgullo de formar parte de un mismo bloque consti- tucional. Salvo en las cuestiones plebiscita- das, la división de los votos responde a la división de las retóri- cas de partido. Lo que permite alternar en el gobierno a los partidos equipolentes, sin alterar el sis- tema de poder ni de valores, es la relación de prepotencia. Que tiene, en la equipolen- cia por inversión de la relación, la misma propiedad significativa que en la de pater- nidad («David es padre de Salomón», «Sa- lomón es hijo de David»). Cuando el PP devino partido gobernante, el Sr. Aznar es- tableció con el PSOE, pasado a la oposi- ción, la misma relación de prepotencia que caracterizó los mandatos del Sr. González. Ese rasgo no viene de un vicio común del carácter, sino de una cualidad virtual de la equipolencia de partidos por inversión de la relación de poder. ¿Será prepotente Za- patero pese a su inadecuada promesa de humildad? AAnnttoonniioo GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO M ax Weber pue- de ser conside- rado como el primero que reconoció la tendencia a la perso- nalización del poder en la democracia de masas. Pero se opuso enérgicamente a esta tendencia aun a costa de una fuerte «emo- cionalización» de la política, si bien muy re- lativa. Es proverbial la capacidad de Weber de ver al mismo tiempo las dos caras de un fenómeno. Propone y aplaude el proceso de elitización de la política, pero denuncia sus inconvenientes de forma sistemática y obse- siva. En primer lugar, la subordinación de los individuos al líder. Despersonalización y pér- dida de opiniones propias. «Pérdida del al- ma» la llamaba Weber. En su ensayo «Poli- tik als Beruf» repite este diagnóstico de forma constante. «La dirección de los parti- dos por jefes plebiscitarios determina la des- espiritualización de sus seguidores, su prole- tarización moral. Pasan a convertirse en aparatos utilizables por el caudillo. Han de obedecer ciegamente y convertirse en una máquina, no sentirse perturbados por la vani- dad de ser notables o de tener opinión pro- pia». Las condiciones y el precio que hay que La gran fuga H ay muchos españoles que iniciarán es- te mes de abril, esta misma tarde o quizá mañana, la gran fuga. Privile- giados ellos, que podrán disponer de una se- mana larga de vacaciones. Lo sé bien por la clase política, que necesita sacudirse, dicen, la extrema tensión que han vivido en las úl- timas semanas; especialmente, el Gobierno, que será oposición dentro de nada, afirma que el estar en funciones significa no tener función alguna y ser perfectamente pres- cindible hasta el domingo de resurrección. Pero no sólo ellos: muchos, muchísimos es- pañoles necesitan emprender la gran fuga para olvidar tanto de lo vivido, visto y pa- decido a lo largo de este horrible, puñetero, mes de marzo, que tantos sinsabores, tanto dolor, han dejado su es- tela merced a la locura de un puñado de asesi- nos sin la menor con- ciencia de humanidad. Bien ido sea este marzo en el que los idus nos fueron a todos tan desfa- vorables: bienvenido es- te abril, que a tantos puede asustar porque promete cambio, un cambio del que no sa- bemos bien qué esperar. Pero pienso que el cambio es esperanza, algo que ha de resul- tarnos más fructífero que negativo. Abril al fin ha llegado. FFeerrnnaannddoo JJÁÁUURREEGGUUII REBOREDO Y SAÑUDO E n política inter- nacional (Iraq, Europa) y de Autonomías (Euska- di, Cataluña) se ha ro- to el consenso entre partidos. Por primera vez desde 1978 no ha sido indiferente votar a un partido o a otro. Yo no he votado a ninguno porque ninguno prometió sustituir el sistema proporcional de listas de partido por el único sistema que produce represen- tación política: elección unipersonal por ma- yoría absoluta de votos a doble vuelta en cir- cunscripciones locales. Si se hubieran celebrado estos comicios por el sistema de mayorías, no se habrían convertido en ple- biscitarias unas elecciones legislativas, ni los partidos nacionalistas tendrían una superre- presentación política. Todo lo que no ha sido plebiscitado a fa- vor del PSOE continuará siendo decidido por consenso, como lo ha anunciado Rajoy con su promesa de hacer oposición leal. Una expresión sin sentido, pues no cabe lealtad frente al partido gobernante, sino ante la Co- rona. La oposición leal al gobierno no es oposición y delata la equipolencia de parti- dos. Un tipo de igualdad sustancial entre partidos con diferentes discursos y progra- mas. Distinta de la equivalencia, la igual- dad equipolente de partidos la inauguró el mayo francés del 68, la hizo modélica la Transición española y la extendió por Euro- pa el derribo del muro de Berlín. El consenso seguirá manando de la equi- polencia de unos partidos estatales que se igualan en las cuestiones de Estado, es de- cir, en todo aquello donde sería indispensa- ble la distinta visión de un auténtico partido de oposición. Las transacciones entre parti- dos para alcanzar el consenso las paga el pueblo. La aplicación a la política del con- senso de la teoría de los juegos es ilícita. Los jugadores políticos no se limitan a aceptar unas mismas reglas de juego, sino que se hacen apostadores insustituibles de apues- tas ajenas. La continuidad del consenso está garan- tizada por la consistencia de las dos condi- ciones que requiere: a) reducción de la po- lítica a economía y burocracia; b) equipolencia de varios partidos estatales. Si no fueran tan sustancialmente iguales en sus ambiciones, y tan accidentalmente desigua- les en sus discursos, habría sido imposible que los partidos españoles, descivilizándo- se, se hicieran órganos del Estado y corpo- raciones de funcionarios. En estas eleccio- nes, lo que no afectó a los temas plebiscitados son diferencias sin importan- cia entre partidos equipolentes. La equipolencia entre partidos no es tan evidente como la definida entre proposicio- nes o enunciados, porque aquí es explícita y reiterativa («Pedro es pétreo y Pablo de pie- dra») y allí implícita e implicadora («el PP es contraterrorista y el PSOE, antiterrorista» o «la rebaja fiscal crea puestos de trabajo y la rebaja fiscal es progresista»). La identi- dad de lo querido en la equipolencia de par- tidos hace posible el consenso y el absurdo de la oposición leal. La diferencia discursiva permite mantener separadas e inconciliables las propagandas y militancias partidistas. La pagar para ser «efica- ces» son estremecedo- res. Sin embargo, el poder seguirá siempre invocando la eficacia por encima de la liber- tad y la justicia. Los carneros de Panurgo son mucho más efica- ces que los caballos que razonan. En segundo lugar, Weber señala el peligro que puede suponer que la política se base en las emociones de las masas y no en la razón. ¿Porque son menos previsibles las conse- cuencias y más inestables los procesos? ¿Porque la ingeniería del consenso y la per- suasión juegan un papel más accesorio? We- ber piensa en la política como producto de decisiones claras y frías, ajenas a emociones momentáneas e irracionales. ¿Una simple técnica de manipulación a cargo de las élites? ¿Dónde queda la «emocionalización» de la política como contrapartida a la personaliza- ción del poder? En tercer lugar, la elitización de la políti- ca supone para Weber el predominio del eje- cutivo sobre el legislativo, con la consecuen- cia indeseable de que el Parlamento deja de cumplir sus funciones esenciales y se trans- forma en «un conjunto de borregos votantes perfectamente disciplinados, porque lo úni- co que el diputado tiene que hacer es votar sin traicionar al partido». Por encima del Par- lamento está el dictador plebiscitario que, por medio de la maquinaria institucional, arrastra a las masas tras de sí y para quien los parlamentarios no son otra cosa que «pre- bendados políticos que forman su séquito». Esta transformación del Parlamento implica que deja de ser lugar de discusión política y elaboración de leyes racionales por medio de la confrontación de opiniones diversas. Se convierte en un ámbito de asentimiento y aplauso. La traición liberal ha entrado en cri- sis y los discursos parlamentarios ya no son intento de convencer a los adversarios sino declaraciones oficiales de partido dirigidas al país «desde la ventana». Es terriblemente paradójico que uno de los máximos lucha- dores por la parlamentarización de la Ale- mania perdedora de la I Guerra Mundial re- conozca esta tendencia envilecedora de la vida parlamentaria hacia la subordinación de los diputados y aplauda el principio del do- minio del pequeño número sobre la mayo- ría. Porque no es la policéfala asamblea del Parlamento como tal la que puede gobernar y hacer la política. La amplia masa de los di- putados en su conjunto sólo sirve como sé- quito del líder y de los pocos de ellos que formen el gabinete. Ha de obedecerles cie- gamente mientras tienen éxito. «Y así debe ser». Domina siempre en la actividad políti- ca el principio del pequeño número, esto es, la superior capacidad de maniobra de los pe- queños grupos dirigentes. Weber entiende que este rasgo «cesarístico» es imposible de eliminar en los Estados de masas. Hermosas conclusiones del pensamiento liberal débil. Las repetirá, aunque más moderadamente, Norberto Bobbio y las impugnará de forma oscura y como con desgana Hermann Heller. La democracia liberal conduce así a la auto- cracia. JJooaaqquuíínn NNAAVVAARRRROO