2004-01-08.LA RAZON.REBELDES CON CAUSA AGT

Publicado: 2004-01-08 · Medio: LA RAZON

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OTRAS RAZONES
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LA RAZÓN
LA RAZÓN
LA RAZÓN
SÁBADO, 20 - IV - 2002
SÁBADO, 20 - IV - 2002
JUEVES, 8 - I - 2004

REBELDES CON CAUSA

PREMIOS SUCIOS

OTRAS RAZONES

independencia.  El
anarquismo acuñó en
tiempos  de  revolu-
ción social una rebel-
día  romántica  que,
para  no  permanecer
en la esterilidad de la
utopía, atentaba con-
tra máquinas y hom-
bres de Estado. 

La condición pos-
tmoderna, el imperio de la mendacidad y la
falacia en la opinión pública, en los partidos
y en los sistema políticos,  abre la vía a un
nuevo tipo de rebeldía con causa. La de los
hechos contra la nigromancia, la del cono-
cimiento contra la ignorancia, la de la dig-
nidad personal contra la bajeza colectiva, la
de  la  independencia  del  espíritu  creador
contra el conformismo de los hábitos cultu-
rales, la de los modos genuinos de vivir la
autenticidad contra las modas de las con-
venciones decadentes, la de la entereza de
las convicciones contra la volubilidad de las
opiniones, la de la confianza en sí mismo
contra las muletas de las subvenciones. En
definitiva, la rebeldía de la verdad contra la
mentira.

AAnnttoonniioo  GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO

N obel y su ca-

pitalismo  fi-
lantrópico  y
sonriente aparecen ca-
da año con su lotería
de grandes premios a
presuntos 
grandes
hombres  y  mujeres.
El poder concede di-
nero al mérito cientí-
fico, literario o huma-
nístico.  El  capital  se  torna  benévolo  y
abandona, por un momento, su habitual co-
profilia. ¿Se referían a Nobel los camaradas
de Telford Bax que vaticinaban la moraliza-
ción del capital en la sociedad del futuro?
¿Preveían las hermosas ceremonias en que
reyes y sabios mezclados, pero no revueltos,
ofrecían sus mejores sonrisas y mensajes a
una opinión pública asombrada? Aunque en
ocasiones las ceremonias se asemejen a ese
coro de hombres y demonios del que salir
es una aventura infame pero hermosa, aun-
que a veces se premie a personas que debie-
ran sentarse en el banquillo de los más re-
probables  acusados  o  a  pobres  diablos
plagiarios de la gloria de otros. O no se pre-
mie a genios que, como Strindberg, Pérez
Galdós, Valle-Inclán, Pío Baroja y tantos
otros, no cayeron bien a los respectivos ju-

UNA INSENSATA CAMARILLA

L a llegada de Zapatero al liderazgo so-

cialista levantó expectativas y sus pri-
meros pasos esperanzas. La actual ca-
marilla  que  dirige  el  PSOE  y  la  delirante
deriva de sus últimas propuestas causan es-
panto.  La  insensatez  se  ha  apoderado  de
ellos. En una enloquecida huida hacia el abis-
mo nos proponen, camuflados en esloganes
retóricos, la barbaridad de 17 tribunales su-
premos, 17 ministros de interior y 17 agen-
cias tributarias. Como no tenemos bastante
con el desafío separatista de radicalismo na-
cionalista a estos aprendices de brujo sólo se
les ocurre echarle gasolina al fuego, multi-
plicar por 17 el disparate y pregonar que es
así como se arregla. Con ellos, con su irres-
ponsable proceder, con sus temerarias ocu-
rrencias, con su jugueteo enloquecido con la
unidad de España, la izquierda política cami-

na  a  una  hecatombe
electoral.  Pero  menos
mal  que  camina  hacia
ahí. Porque es necesaria
su derrota y su cambio
inmediato por dirigentes
que  posean  un  mínimo
de  responsabilidad,  de
sentido común y de pru-
dencia. Dirigentes de verdad, en y por la iz-
quierda, con sentido del Estado y con raíz en
las necesidades populares. Pues lo que llena
ya de pavor es que esta insensata camarilla
pudiera, pactando con todo el que se deje sin
importar un solo principio ni otro fin que el
poder, gobernar a España. ¡Quién me iba a
decir que iba a echar de menos a González!

AAnnttoonniioo  PPÉÉRREEZZ HHEENNAARREESS

REBOREDO Y SAÑUDO

L a  Naturaleza

produce
no 
re-
animales 
beldes. La conformi-
dad  de  la  querencia
con la sapiencia sur-
gió, como sentimien-
to moral, en los ma-
míferos  superiores.
Una  moralidad  más
vigorosa que la racio-
nal porque, estando libre de prejuicios, es in-
defectiblemente sincera. La moral de cada
especie animal descansa en la fiabilidad de
sus percepciones sensoriales. La primera ac-
titud de rebeldía nació cuando el perceptor
de relaciones entre hechos físicos se enfren-
tó a la tribu de ilusionistas que las estable-
cía por nigromancia. La adecuación del es-
píritu observador a la percepción fiable de
la materia observada produce la rebelión de
la sabiduría contra la brujería.     

La inteligencia social comenzó con el re-
conocimiento instintivo de lo semejante. Pe-
ro lo semejante puede ser hostil o benéfico
y carecemos de criterio objetivo para saber-
lo de antemano. Por ello, las religiones pre-
dicaron el amor al prójimo y las tribus más
fuertes, la guerra preventiva. Entre estas dos
exageraciones, adivinamos la bondad o mal-
dad de los otros de modo muy tosco: inferi-
mos  la  mente  ajena  por  analogía  con  la
nuestra y deducimos la amistad o enemistad
dramatizando nuestra imaginación. La in-
terpretación del carácter sólo está al alcan-
ce de observadores tan finos como cazado-
res y tan intuitivos como amantes.    

Para no proyectar el presente sobre el pa-
sado, los historiadores investigan la menta-
lidad de los pueblos sin inferirla de la pro-
pia. La mentalidad de la Transición me es
ajena. Si nada de lo humano me deja indife-
rente (Terencio), no veo ni siento a los es-
pañoles como mi prójimo, pues unos mis-
mos  hechos  le  afectan  de  modo  siempre
diferente y, muchas veces, opuesto al mío.
Tan ajenos y lejanos me son los pactos de
reparto de los consensos de entonces como
los de ahora, la corrupción política como la
telebasura, la Constitución como la Monar-
quía, el separatismo vasco-catalán como el
nacionalismo español, las listas de partido
como los votantes de derechas o izquierdas,
los criterios del mérito social como los de la
fama intelectual o artística. 

No me habitúo a que el sistema sea anti-
democrático y las costumbres indecorosas,
ni a que la justicia formal deje la jurispru-
dencia sin incorporar la equidad de la justi-
cia material. El tiempo borra las fechorías,
pero la maldad de las instituciones no pres-
cribe. Si la instauración monárquica era lo
mejor que se podía hacer a la muerte de
Franco, ¿por qué tiene necesidad de legiti-
marse con mentiras?, ¿por qué no confiesa
que trae su causa del mismo pacto que en-
gendró la corrupción y el desarrollo del se-
paratismo?    

Si no se puede ser rebelde por naturaleza,
en mi caso tampoco puedo serlo por condi-
ción social o frustración profesional. Cuan-
do la alta burguesía no es conservadora por
tradición y convicción, sólo puede acceder
a una conciencia oportunista, es decir, a la
posición social más contraria a la de rebel-
día. Literatos y poetas han descrito la rebel-
día social del nihilista y la rebeldía sin cau-
sa  del  temperamento  juvenil  ansioso  de

rados o carecieron de
las necesarias relacio-
nes  públicas.  Alfred
Nobel  no  estableció
más  que  esta  condi-
ción. Los premios de-
bían destinarse a quie-
nes hubiesen aportado
los  mayores  benefi-
cios a la humanidad.
Sin más.

El filántropo invirtió su enorme herencia
en «valores seguros», constituyendo un fon-
do cuyos intereses serían distribuidos cada
año en premios. La expresión «valores se-
guros» equivalía, a comienzos del pasado si-
glo, a acciones, préstamos e hipotecas sobre
bienes inmuebles. Pero la renta de tales in-
versiones iba a la baja. Hubo que renovarse
para operar en el mundo de las finanzas des-
pués de la I Guerra Mundial. Pero los esta-
tutos de la Fundación prohibían determina-
das  inversiones,  precisamente  las  más
rentables. A partir de 1950, el Gobierno sue-
co autorizó instrumentos modernos de ges-
tión financiera para mantener el fulgor de
los premios, la retribución de los distintos
comités y el pago de la gran fiesta anual.
Las inversiones especulativas y la venta de
armas comenzaron a engrasar la dotación
del Nobel. Las violaciones de la prohibición
internacional de vender armas a países que
violan derechos humanos o están compro-
metidos en conflictos bélicos se pusieron a
la orden del día. La fábrica Bofors –un em-
porio de fabricación de armas– es testimo-
nio vivo y ruin de esta realidad. Pero los
miembros de la Fundación no se amilanan.
Cuando se les habla de la falta de ética que
ello supone responden tranquilamente que
no existe contradicción alguna en invertir en
industrias  armamentísticas  y  defender  al
mismo tiempo la paz. Telford Bax tenía toda
la razón. Moralizar el capital es más difícil
que regenerar una cuadrilla de malhechores.
Cuando la ganancia es adecuada el capital
adquiere el dinamismo de los titanes. Cuan-
do alcance el 200%, es capaz de obtenerlo
aunque le espere la sombra del patíbulo. Pe-
ro nunca le espera. Cuando cada 10 de di-
ciembre se acercan los premiados, con la
máxima elegancia de que son capaces, ves-
tidos de pingüinos, a recoger su galardón
ninguno de ellos pensará en que el dinero ya
no es sólo «el dinero de la dinamita», como
dijo Strindgber, sino también el de la sangre
de alguna guerra entre países pobres o con-
tra países pobres o entre tribus hambrientas.
¿Resonarán en el corazón de los premiados
el eco de gritos de dolor de los moribundos,
las víctimas torturadas y los ancianos asesi-
nados? ¿O es que la falta de espíritu públi-
co y sensibilidad privada hará incombusti-
bles las pasiones de poder, codicia y placer?
¿Qué podía hacer la Fundación Nobel allí
donde el dinero es rey? Especular y enri-
quecerse con la sangre asesinada. Parece
una nueva confirmación de lo que dijo Sha-
kespeare en su Timón de Atenas: «Cuando
los bribones ricos tienen necesidad de los
bribones pobres, éstos pueden imponer a los
primeros el mayor precio posible». ¿Y si no
se trata de bribones, ricos o pobres, sino de
negociantes e intelectuales ganados por la
pasión de conmemorar, olvidar y parecer in-
genuos?

JJooaaqquuíínn  NNAAVVAARRRROO