1999-10-18.LA RAZON.QUIETISMO POLÍTICO AGT

Publicado: 1999-10-18 · Medio: LA RAZON

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QUIETISMO POLÍTICO 
LA RAZÓN.  LUNES 18 DE OCTUBRE DE 1999
ANTONIO GARCÍA TREVIJANO   
A sesenta años de la Guerra Civil parece extraño que la pasión dominante en la generalidad de los españoles siga siendo la de no emocionarse, y quedarse quietos, ante los asuntos del poder político y del espíritu público. El afán de tranquilidad, cuando sofoca los sentimientos de amor a la libertad y a la verdad sin que haya motivo de temor para ello, constituye la peor calamidad de la vida de la razón. Las apologías de la tranquilidad se han escrito bajo situaciones de terror, no tanto porque lo aconsejara una prudencia antiheróica, como porque en esa pasión de planicie moral se origina la de obediencia. La tranquilidad del alma que incluso en el Séneca de Nerón difiere de la inacción estoica, es ese permanente estado de sosiego que los dictadores, careciendo de él, admiran en sus súbditos. No hay crimen o secreto de Estado que deje de ampararse en ese ideal de quietud civil. Permanecer tranquilo en situaciones inquietantes sólo puede ser una virtud moral si constituye el estado de ánimo que precede a la decisión de obrar adecuadamente. Porque el control de las emociones, para decidir con serenidad la acción o la inacción, se transforma con la propensión a no actuar en fuente de insensibilidad moral y en costumbre de indiferencia.
    El silencio ciudadano ante la mentira y el crimen de Estado, su tranquila indiferencia ante la injusticia humana, su renuncia al pensamiento de una acción política distinta del acto de gracia realizado por lar urnas dejan de ser signos de impotencia o de resignación para convertirse, con la idea de omnipotencia y de sabiduría del gobernante, en la forma profana del viejo quietismo religioso. La pasividad ante los hechos injustos del poder traba toda iniciativa de acción defensiva, y no produce la conservación de uno mismo que la tranquilidad del alma procura en tiempos de inquietud. Porque la quietud ya no está dictada por el miedo o la inseguridad personal, sino por una fe irracional en el poder del sistema político, al que se confían las conciencias con un voto ritual, como al poder de Dios con los ritos de la beatería. La represión de cuerpos y almas que siguió a la Guerra Civil mudó el paralizante afán personal de tranquilidad, pasión conservadora propia de la vejez, por la sedante droga colectiva del quietismo político. Nueva pasión reaccionaria y pesimista que niega toda posibilidad de liberarse por medio del conocimiento de las causas de servidumbre y la voluntad común de superarlas. El consenso de la Transición expresa esta forma degenerada de tranquilidad.
     Para apreciar la magnitud de este cambio basta un ejemplo. La Bruyère, un conservador sensible que consideró como mejor forma de gobierno aquella bajo la que se ha nacido -verdadero colmo de la tranquilidad política-, defendió, no obstante, el inquietante sentimiento de que «un inocente condenado es asunto que concierne a todas las personas honestas». El distanciamiento con el que se ha visto en la sociedad civil el procesamiento y condena del Juez Gómez de Liaño, daría pie a sostener que entre los españoles de hoy no hay gente decente. Si esto es imposible de creer, la causa de la indiferente pasividad habría que buscarla, mejor que en la tranquilidad del alma, en el espíritu fatalista de la confianza en el quietismo político. Donde la honradez privada puede al fin vivir en paz con la mentira y la injusticia públicas.    
     Los escándalos de corrupción no quebraron la tranquilidad moral de la conciencia gobernada. Agitaron la superficie en los medios de comunicación y en los partidos como instrumento de propaganda. Y la conciencia gobernada siguió dando a medias su fe al partido del crimen y al de su protección. La pasión de corromperse nació de la pasión de callarse, de la quietud civil ante la condena de un inocente, del afán de quietismo político. Arquitecto de este cementerio de almas muertas donde no resuena el martirio de la inocencia.