1994-10-28.EL MUNDO.QUÉ SUERTE TIENE THE ECONOMIST VICTOR DE LA SERNA

Publicado: 1994-10-28 · Medio: EL MUNDO

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QUÉ SUERTE TIENE «THE ECONOMIST»...
EL MUNDO. 28/10/1994. Página, 64
VICTOR DE LA SERNA
HAY que tener siglo y medio de historia a las espaldas, más un director decimonónico, Walter Bagehot -que definió, o inventó incluso, dicen hoy sus sucesores, el papel constitucional que debía desempeñar la moderna monarquía-, más el respaldo de un sistema social y político verdaderamente comprometido con la libertad de expresión. Así es como se puede, como hizo The Economist la pasada semana, dedicar la portada a «Una idea cuyo tiempo ha pasado». Es decir, a la monarquía británica. Y pedir su abolición o su reforma radical, «abriendo la posición del monarca a un mayor escrutinio».
Feliz Economist. En cambio, este periódico, que jamás ha cuestionado la monarquía española, se ha visto atacado ferozmente y por dos veces -en el verano de 1992 y en el de 1994- por muchísimo menos: hace dos años, por citar una información publicada por dos revistas extranjeras sobre la vida privada del Rey; este verano, por nada, salvo quizá por el pecado de albergar en sus columnas a Antonio García Trevijano, republicano convicto y confeso. Amenazas apenas disimuladas del presidente del Gobierno, oficiosos correveidiles de la competencia empresarial acudiendo a Italia, para visitar a accionistas directos o indirectos de EL MUNDO con gruesos informes sobre el peligroso terrorismo periodístico practicado por este diario... ¡Un poema!
La quiebra de las justificaciones tradicionales de la monarquía -la estabilidad, la continuidad- demostrada en Gran Bretaña por el espectáculo de la última generación (¡qué fracaso de familia!) ha vencido la reticencia del Economist, y éste se explaya hoy: «Por principio, este periódico está contra la monarquía. Constitucional o no, es la antítesis de mucho de lo que representamos: la democracia, la libertad, la recompensa por los logros y no por las herencias». Sí, recuerda, hay situaciones («tiempos de transición, de desorden y de división») en los que puede ser útil. Pero no es ése el caso británico.
Sí que es, desde luego, el caso español. Pero en cualquier circunstancia la monarquía moderna se gana su legitimitad cumpliendo con su papel. Esclavo, ingrato, sí; pero quien no quiera someterse a exigencias que no se imponen a los demás ciudadanos, que renuncie. La legitimidad eterna no significa nada al borde del siglo XXI.
Se puede contar, a estas alturas, que en casa de un conocido periodista de la época, Víctor de la Serna y Espina, se celebró el 14 de abril de 1931 una fiesta conspicua para festejar los sucesos del día: la monarquía de Alfonso XIII -opinaba aquel hombre de razón y de orden- no había cumplido con su cometido. (Que palidezcan de envidia Antonio Herrero y Luis Herrero, a quienes un bobo fustiga con la memoria de sus respectivos padres; dos hombres, por cierto, de los que hicieron posibles la transición y la democracia, cosa que no se puede decir de todos los padres de periodistas en activo. A algunos van y les echan en cara la memoria de sus... ¡abuelos!).
Más de cuatro decenios más tarde, sin tener que esperar a la prueba de fuego del 23-F, el hijo de aquel periodista se ponía a las órdenes del nieto de aquel rey. Lo hacía de forma perfectamente racional y reflexiva: porque el discurso de la Corona, en noviembre de 1975, le había demostrado que la monarquía española reanudaba felizmente con su moderno papel, el de garante de las libertades de los españoles y de la unidad de una nación de naciones.
En España no se ha cuestionado esa legitimidad, porque el Rey y la Familia Real la han mantenido activamente. La farisaica postura de los que critican cualquier información «no oficial» sobre la Corona -como sobre las fuerzas armadas, otra asignatura pendiente- no hace sino resaltar lo epidérmico, la artificioso de nuestro compromiso con la democracia y la libertad de expresión. Hay muchos hijos de la autocensura promovida por la ley Fraga... Pero que nadie eche en saco roto el descarnado análisis del Economist: si «el privilegio y el favoritismo» se adueñan de la monarquía... ¿para qué la queremos, en este fin de siglo?