1996-12-04.EL MUNDO.PÚRPURA TOGA Y SARDANA RAUL DEL POZO

Publicado: 1996-12-04 · Medio: EL MUNDO

Ver texto extraído
PÚRPURA, TOGA Y SARDANA
EL MUNDO 04/12/1996
RAUL DEL POZO
Esta Monarquía es la sucesión de la uniformidad de la dictadura por medio del consenso. ¿Será esta frase la pesadilla de un visionario en delirio tremebundo? se pregunta a sí mismo Antonio García Trevijano en su reciente libro Frente a la Gran Mentira. He ahí un escáner histórico de la democracia, un tratado de las ideas, una autopsia de las revoluciones norteamericana, francesa e inglesa. Obra de un agitador, de un profesor, de un filósofo. Como un jacobino reencarnado, que paseara en Rolls, proclama que ya sólo gobierna en España el temor a la verdad. «El régimen ha tenido que convertir la ley de secretos oficiales en su verdadera Constitución».
Voy a hacer en este artículo el discurso de Marco Antonio, no el de Bruto y, por eso, me apresuraré a ponerle faltas a la obra: peca de excesos librescos, abusa de las citas, denota una total falta de consideración a la duda, que es la verdadera cortesía de los filósofos. Pero Frente a la Gran Mentira es un libro demoledor y apasionante que proclama con pasión revolucionaria que la ocultación de los crímenes es lo que sostiene el consenso del Gobierno y de la oposición, «bajo el manto de púrpura y la toga y a los sones de una constante sardana». Esta obra no es un crecepelos, como suelen decir sus enemigos cuando Trevijano insiste en la falta de naturaleza democrática de nuestro sistema político, sino un discurso esencial para intelectuales. Aspira a desvelar la verdad y por eso inicia su tratado con una hermosa frase de Juvenal: «¿Qué haría yo en Roma si no sé mentir?». Fulmina a los que invocan el bien común como coartada a sus desmanes: «El bien general es alegato de los canallas, los hipócritas y los aduladores». Ha sido compuesto, según él mismo, como una película clásica, con un guión de filosofía del poder. Estamos ante un «capital» de la democracia fin de siglo, un documento pedagógico, aunque demoledor, sobre la limitación del poder, el papel del monarca, la división de poderes. En otros países tuvieron a Rousseau, Locke, Constant, Stael, Voltaire, Paine, Tocqueville, Mille, Croce, Concordt, Acton y otros fundadores de la democracia y combatientes de la razón; aquí apenas Ortega, Unamuno, Madariaga y en la modernidad algún filósofo marxista, de escasa originalidad intelectual; por eso hay que ponderar esta obra desde la penuria. Aquí, el racionalismo moderno no pudo arraigar por ser ésta una sociedad tradicional y ultracatólica. Trevijano, heredero de los revolucionarios de Cádiz, de los exaltados, de los heterodoxos y los desobedientes, cree en este libro, como Thomas Mann, que la democracia quiere elevar a la humanidad, enseñarla a pensar, que trata de eliminar de la cultura el sello del privilegio. Allá él si se equivoca. El pueblo de Atenas penaba a los oradores que lo habían aconsejado mal. Aquí hacen algo peor, los confinan y los silencian en vida. Tiene convicciones fascinantes sobre las ideas políticas («El anarquismo no es una teoría realista, es una utopía sin lugar en la historia de los hombres»). Se adentra en la historia y utiliza con precisión la excavadora ante este ominoso consenso ideado por los profesionales del poder. En ningún momento idealiza la libertad política de los antiguos.