1995-04-24.EL MUNDO.PSICOANÁLISIS IMPERTINENTE AGT
Publicado: 1995-04-24 · Medio: EL MUNDO
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PSICOANÁLISIS IMPERTINENTE EL MUNDO. LUNES 24 DE ABRIL DE 1995 ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO CASI todos los periodistas tienen en el fondo de su esquilmado corazón una opinión tan miserable de los políticos, incluso de los que más alaban, que cuando uno de ellos se porta, en trance difícil, como lo haría una persona común, lo hacen merecedor de admiración y, lo que es más extraño, de obediencia. Así, basta que salga fortuitamente ileso de un riesgo mortal, para que le hagan brotar por encanto todas las dotes que los dioses reservan a los llamados a gobernar mortales. Los rasgos que acreditan a las almas fuertes en las situaciones de peligro tejen el halo social con que se corona también a esas afortunadas ambiciones que, sin tener ocasión siquiera de afrontarlo, salen bien paradas de un violento percance que las sobrecoge por sorpresa. Este singular fenómeno de psicología de las masas, común a todos los pueblos, desprende sin embargo entre nosotros olor de incienso rancio y sabor de postre sin comida. El temor sólo anida en la imaginación de un mal que se avecina. Y no tiene cabida en la emoción sensacional que experimentan las víctimas de un atentado explosivo, cuya toma de conciencia del peligro viene cuando el riesgo se va. Por eso, el jefe que lo sufre reacciona igual que los servidores que lo acompañan. La corriente de simpatía natural que despierta en toda sociedad la víctima de un atentado inmerecido (los hay muy merecidos, los de significación tiranicida, aunque sólo puedan ser cometidos por fanáticos de las concepciones personalistas de la historia), no es de naturaleza política. Pero se convierte en simpatía política cuando la sociedad tiene un deseo, más intenso que extenso, de cambiar de gobierno, y no está convencida de que la ambición del candidato-víctima se justifique por sus méritos. El proceso psicológico que nos empuja a dar el poder a la esperanza que renace del atentado frustrado contra un político mediocre, es similar al que nos hace hablar bien de los muertos a los que hemos temido, envidiado o maltratado en vida. Un sentimiento de culpa, derivado de nuestro menosprecio, pone en la mediocridad agredida sin razón, las virtudes que la recompensan, y en sus agresores, los defectos que exalta su humanidad y su falta de rencor, para que no se vengue de nuestras ofensas con el poder que le ofrecemos. Se denuncia la estupidez y la incapacidad de entender lo que hacen sus agresores, mucho más que la inmoralidad del atentado, para persuadirla de que sólo la estulticia ajena o el interés bastardo pueden hacer prescindible su gobierno. Antes del atentado, Aznar era un error político de la sociedad española. Ahora, un error técnico de los artificieros horrorosos de la continuidad felipista lo ha transformado en un caso de beatería colectiva, en un fenómeno de histerismo político que ha alterado el equilibrio mental de la clase dirigente y embarcado al pueblo en la causa medieval de la canonización política de un nuevo Gobierno. Menos mal que estas artimañas de compensación, estas resistencias sentimentales al conocimiento inteligente de la realidad política son tan inconscientes como pasajeras. ¿Quién guarda aún los sentimientos de culpa que dictaron el irracional entierro de Tierno organizado por sus detractores? De no ser así, veríamos al providencialismo gobernando pronto al Reino de España como si se tratara del Vaticano. Y el mismo Aznar -que ya ha comenzado a decir cosas propias de inmortales, como la de ese juego sonriente de pillapilla mantenido durante la explosión con la sonrisa siniestra de la muerte- nos conduciría, con la punta de su dedo índice dirigida hacia su rostro, al fundamentalismo de la tierra prometida. Aunque parece conservar, por fortuna para su salud mental y para nuestra libertad de crítica, esa dosis de sentido común y de humor que le ha hecho capaz de percibir la parte irónica de la realidad cuando anuncia, a quien no lo visitó en el hospital para hacer como el otro, que ya tiene el carisma que antes le faltaba.