2004-03-29.LA RAZON.PROMETER HUMILDAD AGT

Publicado: 2004-03-29 · Medio: LA RAZON

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PROMETER HUMILDAD 
LA RAZÓN. LUNES 29 DE MARZO DE 2004 
ANTONIO GARCÍA TREVIJANO 
Seguramente Zapatero ha querido decir otra cosa distinta. Pues la humildad no se puede prometer sin falsearla con afectación. El origen latino de la palabra indica ya que la humildad, derivada de «humus», no designaba una cualidad personal, sino la condición de una humanidad apegada a las duras labores del campo. Catón la exaltó, como virtud romana, contra el vicio griego de cultivar el espíritu, importado por los Escipiones. Juvenal la cantó en los modestos techos, de sueños cortos y manos agrietadas, que no dejaban ocio para la vida digna. Sin convertirse en virtud cardinal ni teologal, la humildad se identificó en el cristianismo con el rebajamiento de la humillación ante la grandeza de Dios: «Señor, yo no soy digno de recibirte en mi humilde morada». 
   La humildad no se puede prometer porque es un sentimiento que no procede de la razón ni de la reflexión. La dignidad de la persona y el amor propio, resortes de la acción, se oponen a la pasión de humildad. Esa tristeza que, al buen decir de Spinoza, acompaña a la idea de impotencia o incapacidad de obrar. La rebelión renacentista del individuo recluyó la humildad en los agobiantes reductos de la miseria medieval y en los claustros de las órdenes mendicantes. Desde entonces adorna con cuernos de consentida a la servidumbre voluntaria y aureola con destellos dorados la cabeza de los santos. 
   En el mundo actual, la humildad en un gobernante elegido, es decir, un mandamás que no sea rey aspirante a la beatitud, denunciaría su falsedad a la vez que el desconocimiento de la naturaleza íntima de esta pasión degradante de la acción. Un gran sabio es humilde cuando se destoca y saluda con reverente alegría la grandeza del ideal que anima su vida. También es posible que la humildad acompañe en casos excepcionales la condición naturalmente sencilla de un genio de la intuición artística. Pero en hombres o mujeres de mundo, en estadistas o empresarios, en personas que necesitan convencer, seducir o imponerse a otras, la humildad sería una impostura demagógica o un precipicio suicida de la acción. 
   La humildad ni siquiera es, en el hombre político, una virtud defectuosa o incompleta como en los santos o los sabios, que lo son no por razón de su accidental humildad, sino por su sustantiva santidad o sabiduría. Para ser tales no necesitan ser humildes, aunque la conciencia de su pequeñez o insignificancia como mortales aumente la grandeza del objeto de su vocación. Los héroes pueden ser modestos si no los hace engreídos la magnitud de unas hazañas que jamás hubieran emprendido de ser humildes. 
   En los filósofos de la acción sólo conozco uno que haya exaltado la humildad. Para ello tuvo que transformarla en virtud opuesta al vicio de la soberbia, contra la opinión tradicional (Descartes) que, frente a los hábitos de magnanimidad o de orgullo, la asimiló a la bajeza. Pero incluso Benedetto Croce, cuando dice que «al humillarse en la obra sólo en ella se exalta», excluye la humildad en el gobernante, pues humillarse en la obra es lo propio del santo y del sabio. Ningún gobernante puede sentirse humilde porque no tenga la soberbia de creer que con su obra está resolviendo el problema de la miseria y la crueldad en el mundo.
   En el contexto donde Zapatero promete humildad de gobierno sólo cabe pensar que está prometiendo no caer en el vicio de la prepotencia que caracterizó los mandatos de González y de Aznar. Con lo cual cae en el mal endémico de la clase política de no usar las palabras del idioma en su sentido propio, a la vez que evidencia su desconocimiento del origen institucional y no personal de la prepotencia de partido, de la que trataré en otro artículo. En éste solamente he pretendido ilustrar la acertada intuición de Umbral sobre la imposibilidad de que la humildad gobierne. Lo extraño es que este escritor haya sido el único que ha ridiculizado, en el año de Cervantes, el enorme idiotismo de la humildad gobernante.