2004-03-29.LA RAZON.PROMETER HUMILDAD AGT
Publicado: 2004-03-29 · Medio: LA RAZON
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OTRAS RAZONES OTRAS RAZONES OTRAS RAZONES 22 22 30 LA RAZÓN LA RAZÓN LA RAZÓN SÁBADO, 28 - II - 2004 LUNES, 29 - III - 2004 DOMINGO, 28 - III - 2004 OTRAS RAZONES PROMETER HUMILDAD LA DERECHA Y LA ÍNSULA BARATARIA H ay personas excluye la humildad en el gobernante, pues humillarse en la obra es lo propio del santo y del sabio. Ningún gobernante puede sentirse humil- de porque no tenga la soberbia de creer que con su obra está re- solviendo el proble- ma de la miseria y la crueldad en el mundo. En el contexto donde Zapatero promete humildad de gobierno sólo cabe pensar que está prometiendo no caer en el vicio de la prepotencia que caracterizó los mandatos de González y de Aznar. Con lo cual cae en el mal endémico de la clase política de no usar las palabras del idioma en su sentido pro- pio, a la vez que evidencia su desconoci- miento del origen institucional y no perso- nal de la prepotencia de partido, de la que trataré en otro artículo. En éste solamente he pretendido ilustrar la acertada intuición de Umbral sobre la imposibilidad de que la humildad gobierne. Lo extraño es que este escritor haya sido el único que ha ridiculi- zado, en el año de Cervantes, el enorme idiotismo de la humildad gobernante. AAnnttoonniioo GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO que cometen una torpeza y, tras ella, tratando de justificarse con poca habilidad, le dan ma- yor eco y empeoran progresivamente su si- tuación. Hace ya unos cuantos años, el rector de una universidad es- pañola, de cuyo nombre por discreción no quiero acordarme, en el solemne acto de in- auguración de curso se levantó a hablar y, suelto por descuido el cinturón que oprimía su amplio abdomen, se le cayeron los panta- lones. Algunos medios de comunicación die- ron cuenta del cómico episodio, y nuestro magnífico rector organizó y difundió tan ai- rada protesta que mucha más gente se enteró de la ridícula anécdota. Hoy estamos asis- tiendo a este erróneo tipo de conducta, prota- gonizado no por un sujeto singular sino por todo un colectivo, y en materia mucho más grave. Me refiero a la actuación de los diri- gentes del PP. Cuando ha quedado manifies- to ante la ciudadanía la manipulación de la información sobre la tragedia del 11-M y la incompetencia del Ministro del Interior, en lugar de disculparse y hacer la autocrítica, o al menos guardar silencio, se han embarcado MOBIL IN MOBILE C reo que fue Vargas Llosa quien subra- yaba que todavía no concebimos a los adversarios políticos como tales, pues persistimos en entenderlos como enemigos a los que hay que silenciar, degollar, asfixiar, ase- sinar directamente y enterrar a ser posible. Y con todo lo sucedido en los prolegómenos de las pasadas elecciones, lo hemos vuelto a com- probar. Se han comportado así los políticos, al- gunos medios de comunicación que difícil- mente podrán alcanzar en el futuro cotas de sectarismo como las que han practicado, y has- ta grupos de familiares, amigos o vecinos in- fluidos por este insano clima. Pero entre todos, se lleva el premio un señor llamado Llamaza- res que se permitió alentar desde su móvil los mensajes en contra del PP en la jornada de re- flexión. Puede que los demás necios y reaccio- narios que se concentra- ron no supieran que co- metían un delito, pero él desde luego que sí. Sin embargo, es tal su resen- timiento y su odio que no sólo ha llevado a IU al borde del ridículo, sino que ha mostrado hasta qué punto le importa un bledo la democracia. A Zapatero, un señor por fortuna exento de odio y que forzosamente ha de apostar en esta legislatura por el diálogo, le complace decir que su victoria no ha tenido que ver con la ma- sacre de Madrid. Me parece bien que lo diga, incluso casi una obligación por su parte... Siempre que no olvide que ha sido así. LLuuiissaa PPAALLMMAA REBOREDO Y SAÑUDO S eguramente Zapatero ha querido decir otra cosa distinta. Pues la humildad no se puede prometer sin falsearla con afecta- ción. El origen latino de la palabra indica ya que la humildad, derivada de «humus», no designaba una cualidad personal, sino la condición de una humanidad apegada a las duras labores del campo. Catón la exaltó, como virtud romana, contra el vicio griego de cultivar el espíritu, importado por los Es- cipiones. Juvenal la cantó en los modestos techos, de sueños cortos y manos agrieta- das, que no dejaban ocio para la vida digna. Sin convertirse en virtud cardinal ni teolo- gal, la humildad se identificó en el cristia- nismo con el rebajamiento de la humilla- ción ante la grandeza de Dios: «Señor, yo no soy digno de recibirte en mi humilde morada». La humildad no se puede prometer por- que es un sentimiento que no procede de la razón ni de la reflexión. La dignidad de la persona y el amor propio, resortes de la ac- ción, se oponen a la pasión de humildad. Esa tristeza que, al buen decir de Spinoza, acompaña a la idea de impotencia o incapa- cidad de obrar. La rebelión renacentista del individuo recluyó la humildad en los ago- biantes reductos de la miseria medieval y en los claustros de las órdenes mendicantes. Desde entonces adorna con cuernos de con- sentida a la servidumbre voluntaria y au- reola con destellos dorados la cabeza de los santos. En el mundo actual, la humildad en un gobernante elegido, es decir, un mandamás que no sea rey aspirante a la beatitud, de- nunciaría su falsedad a la vez que el desco- nocimiento de la naturaleza íntima de esta pasión degradante de la acción. Un gran sa- bio es humilde cuando se destoca y saluda con reverente alegría la grandeza del ideal que anima su vida. También es posible que la humildad acompañe en casos excepcio- nales la condición naturalmente sencilla de un genio de la intuición artística. Pero en hombres o mujeres de mundo, en estadistas o empresarios, en personas que necesitan convencer, seducir o imponerse a otras, la humildad sería una impostura demagógica o un precipicio suicida de la acción. La humildad ni siquiera es, en el hombre político, una virtud defectuosa o incomple- ta como en los santos o los sabios, que lo son no por razón de su accidental humildad, sino por su sustantiva santidad o sabiduría. Para ser tales no necesitan ser humildes, aunque la conciencia de su pequeñez o in- significancia como mortales aumente la grandeza del objeto de su vocación. Los hé- roes pueden ser modestos si no los hace en- greídos la magnitud de unas hazañas que ja- más hubieran emprendido de ser humildes. En los filósofos de la acción sólo conoz- co uno que haya exaltado la humildad. Pa- ra ello tuvo que transformarla en virtud opuesta al vicio de la soberbia, contra la opinión tradicional (Descartes) que, frente a los hábitos de magnanimidad o de orgu- llo, la asimiló a la bajeza. Pero incluso Be- nedetto Croce, cuando dice que «al humi- llarse en la obra sólo en ella se exalta», en tal intento de pre- sentar su actuación co- mo correcta, inculpar a los demás y premiar a los principales respon- sables del desastre, Acebes y Zaplana que, como resultado, cada vez hunden más a su partido en el pantano del desprestigio. Hay gente a quien tan insistente y ciega torpeza le sorprende. A mí no. Por una razón fundamental y de la cual al parecer no todo el mundo se percata. Y es que la derecha con- sidera que el poder, la verdad y la honestidad le pertenecen, no accidentalmente sino de un modo esencial y además en exclusiva. Con- secuentemente, la verdad no son los tercos hechos sino lo que ellos dicen. Como en los concilios, como en la condenación de Gali- leo. Como en las armas de destrucción masi- va. Están ahí, aunque no se las encuentre. En anteriores artículos me he referido a la visión jerárquica de la realidad como esencia de la derecha. Conforme a ella, la sociedad humana está estratificada en seres superiores e inferiores. Unos son ricos, se han formado en colegios –o en universidad– de altas tasas, por lo tanto, aunque su preparación científi- ca a veces deje que desear, poseen gustos y maneras refinados, están bien alimentados y visten con elegancia, son emprendedores que no se resignan a vivir de un modesto salario, son benefactores, entonces, que crean pues- tos de trabajo y prosperidad. Otros forman las masas que viven de sueldos y salarios, con- seguidos por muchos de ellos mediante el tra- bajo de sus manos, su aspecto está en conse- cuencia deteriorado por el duro faenar, no han accedido a una distinguida educación y, co- mo decía Alberti en un irónico poema, «no están preparados» para altas responsabilida- des. Consecuentemente, la función de gober- nar les corresponde a los primeros. Su poder proviene no de otra cosa sino del derecho na- tural. O del divino, como el de las monar- quías y el del Caudillo, por la gracia de Dios. La única misión de las urnas es refrendar di- cho poder natural, si no se pronuncian en tal sentido es que los votantes están bajo emo- ciones irracionales, como se ha dicho ahora, o están engañados por agitadores irresponsa- bles, que van a traer el caos. ¿No ha sido en cierta manera éste el discurso dominante de Rajoy en la campaña? Somos los únicos competentes, cualquier alternativa represen- ta el abismo y la desintegración. La genialidad de Cervantes concibió la más perfecta parábola de esta mentalidad de los eternos poderosos, como comento en mi libro «Fantasía y razón- Don Quijote Odiseo y Fausto». El gobierno de un labrador no puede ser sino un disparate en una inexisten- te ínsula. Una diversión de ociosos duques. El bueno de Sancho muestra una imprevista lucidez, el pueblo no es tonto. Pero hay que hacerle la vida imposible. Primero será so- metido al acoso del hambre por el falso mé- dico don Pedro Recio de Tirteafuera. Si un gobierno pretende cambiar el orden estable- cido en nombre de una política social, se le cortan los créditos y se le somete a bloqueo. Si aún resiste vendrá la conspiración y el gol- pe militar, como al pobre Sancho empalado entre dos escudos. CCaarrllooss PPAARRÍÍSS