1997-04-28.EL MUNDO.POR CONSIGUIENTE CARNE DE PRESIDIO AGT

Publicado: 1997-04-28 · Medio: EL MUNDO

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POR CONSIGUIENTE, CARNE DE PRESIDIO
EL MUNDO. LUNES, 28 DE ABRIL DE 1997
ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO 
La violencia verbal en el discurso político es una novedad digna de atención. Algo debe de estar cambiando en el sistema de poder, cuando comienza a entrar en desuso la manera dulzona de hablar, introducida por la transición «bueno»; «yo diría»; «este país»; «desde la responsabilidad»; «por consenso»; «sin acritud»; «en democracia»), y el improperio descarnado se apodera de la expresión opositora (descerebrados; canallas). Desde hace 20 años se fue alterando el significado preciso de las palabras, hasta vaciarlas de todo sentido propio, para que pudieran expresar la ficción democrática del bondadoso y ejemplar cambio oligárquico. 
Más cerca de Goethe que del Génesis, creo que el verbo no ha sido aquí el principio de la acción, sino el fruto de ella. La veracidad o el simulacro en el cambio político imprimen su carácter al lenguaje ordinario. El tono débil, la ambigüedad y el valor descomprometido de las palabras corresponden a épocas de cambios formales, sin mutación real en la relación social de poder. La mendacidad sustantiva de la transición exigía que para mentir bastara usar, sin necesidad de pensar, palabras de moda cargadas de engaño. 
Se dice que los modernos idiomas europeos nacieron, en su versión escrita, de la expresión literaria de genios únicos como Dante, Cervantes, Shakespeare, Lutero, Montaigne o Puskin. Pero la forma de evolucionar el lenguaje en nuestros días; la buena literatura que esos genios oscurecieron en su tiempo; y la crítica política o social que late en las grandes obras de ficción y pensamiento, me hacen pensar que no es la creación literaria, sino el discurso del poder, lo que más influye en el modo de hablar y de escribir. 
Nos molesta que García Márquez rompa una lanza de papel contra  colaboramos en la degeneración del idioma cuando usamos el vocabulario con el falso sentido que le ha dado la ficción política de  las autocracias y las dictaduras no se corrompe el idioma porque se utiliza un doble lenguaje. Uno mentiroso para lo público y otro verídico para lo privado o clandestino. La mentira no es dañina para la semántica si está en el infinitivo o en el adjetivo. Pero es mortal si se mete en el sustantivo o en la conjugación, para no llamar a las cosas, las acciones y las pasiones por su nombre. 
Para la conservación del idioma es preferible que Felipe llame «descerebrados» a los jueces y «canallas» a los directores de prensa, a que siga llamando «consenso» al pacto, o «acritud» a  preferible que insulte inteligiblemente a que chorree su oscuro idiotismo del «por consiguiente». Es mejor que hable con propiedad desde la oposición, admitiendo que se puede ser patriota sin ser partidario de , a que nos vuelva a cantinflear desde el Gobierno dogmatizando sobre Europa, la modernidad y la economía monetaria. 
El paso de Felipe desde el Gobierno a la oposición ha sido saludable para el idioma. No sería aventurado suponer que el progreso idiomático realizado en su mentalidad opositora, propulsaría también el de sus secuaces y seguidores si diera el salto definito a la perfección expresiva de su acto de habla, pasando raudo desde el escaño al banquillo judicial. Pero la salvación gramatical de Felipe, su maridaje con el idioma que ha procesado a sus amigos subalternos, sólo será posible si, a fuer de sincero, logra convencer a los reverentes magistrados del TS, y al editor del felipismo, de que él nunca ha sido artificial hombre de Estado, sino pura, dura y natural carne de presidio. Así encontraría la ansiada relación causaefecto, que su vocación de «porconsiguientismo» tanto echa de menos.