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Publicado: 2007-03-09 · Medio: BLOG AGT

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PENTECOSTÉS POLÍTICO
BLOG DE AGT, 9 DE MARZO DE 2007
ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO
Desde que el Directorio remató la Revolución Francesa en 1795, la política liberal se organizó en Europa como religión para creyentes en el dios-pueblo, dotada de todos los elementos sacros, incluidos milagros y misterios gozosos. La Iglesia y el Estado, sin intereses antagónicos, continúan viéndose como rivales porque lo anticlerical constituye la liturgia de la religiosidad progresista.
Clase política renovada a perpetuidad en tanto que casta levítica; templo de la soberanía popular; dogma de la infalibilidad parlamentaria; incienso y oro para la ortodoxia del consenso; procesiones de impenitencia partidista y milagro de Pentecostés político, que ilumina a los elegidos en las urnas para que desvelen los misterios de la voluntad general y del bien común.
Este milagro sobrepasa los límites de esa ley social de las admiraciones repentinas, que transforma en inteligencia y coraje a todo lo que antes de ocupar un alto cargo, o una sólida fortuna, era idiotez y cobardía. El más ignorante de los candidatos a un escaño parlamentario, tan pronto como sale elegido en las urnas, aparece aureolado por la sabiduría del interés general, la conciencia del bien público y la ciencia de la economía política. Y dotado de esos dones preternaturales, el cateto-demiurgo decide con su voto lo divino y lo humano de su país y del mundo.
La metafísica religiosa de este milagro había sido evitada, antes de que la Gran Revolución la consagrara, por la fantasía aristocrática de Edmundo Burke, en su famoso Discurso a los electores de Bristol (1774). Gracias a su “virtual representation” el Parlamento de las capas superiores aseguraba la representación de todo el pueblo. Tal vez por esto los votantes de Bristol no eligieron en la campaña siguiente al creador de tan sublime representación. 
Como es natural, fue un jesuita, el abate Sieyès, quien primero vio las lenguas de fuego universal que iluminaban la cabeza de los diputados locales: “El diputado de un bailliage (partido judicial) es inmediatamente elegido por su bailliage, pero mediatamente es elegido por la totalidad de los bailliages”. Mediante esta ficción, el diputado universalizado se independiza de sus electores particulares y adquiere la conciencia de haber sido elegido por la Nación, para interpretar y representar sus altos designios, sin que sus mezquinos e ignorantes electores de distrito tengan derecho a exigirle rendición de cuentas de lo que no saben.
Desvirtuada por la modernidad social la representación virtual de los pobres por los ricos, y de las mujeres por sus padres o maridos, y desaparecido el encanto de la mística revolucionaria, retorna la tradición del sentido común, exigiendo el mandato representativo de los electores de distrito, con todas sus consecuencias de rendición de cuentas y revocabilidad.
Y en esta hora de fracaso de la representatividad política de los partidos estatales, resuenan en nuestros oídos, como si fueran nuevas, las palabras del primer defensor de los partidos políticos, el propio Edmundo Burke: “cuando los hombres malos se alían, el bien debe asociarse”. El Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constitucional las ha escuchado, aunque en el concurso de maldades presentes no acierte a distinguir el malo del tonto, ni el vanidoso del corrupto.