2000-06-17.LA RAZON.PECADOS FUNDACIONALES MARTIN MIGUEL RUBIO
Publicado: 2000-06-17 · Medio: LA RAZON
Ver texto extraído
PECADOS FUNDACIONALES LA RAZÓN. SÁBADO 17 DE JUNIO DE 2000 MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN Si tomamos en serio las graves imputaciones políticas que Felipe González, el jefe de Gobierno que más ha durado en esta democracia «a la española», ha hecho sobre las intenciones del Duque de Suárez, descubrimos que el actual sistema político se fundó en la impostura y en un descarado fraude a la voluntad del pueblo español. Resulta que lo que decía Antonio García-Trevijano hace veintitrés años ahora lo corrobora el presidente de Gobierno más perdurable en este régimen abierto el 15 de junio de 1977, y prohijado por el que se estableciese el 1 de abril de 1939. Nadie dijo taxativamente al pueblo español que de las primeras elecciones iba a salir una definición pormenorizada del modelo de Estado y, por tanto, la Constitución nació como un «golpe de Estado». Nadie sabía antes de las primeras elecciones que el proyecto suarista, numen basileólatra, además de significar una Reforma Política iba a iniciar los trabajos constitucionales -una vez asegurada la mayoría parlamentaria con los 165 diputados de UCD y los 16 de AP (herederos todos directos del viejo régimen)-. El Gobierno que la inmensa mayoría de los españoles, electores primerizos, consideraron como «Gobierno Provisional» se transformó en «Gobierno constituyente» y omnipotente forjador del nuevo régimen, que también cara al mañana nos prometía Patria, Justicia y Pan. Es verdad que el Programa de UCD mantenía la necesidad de que, después de las elecciones, todos los grupos parlamentarios comenzaran a trabajar sobre la futura Constitución, pero no se decía que las nuevas Cortes iban a ser Cortes Constituyentes de espaldas al debate público. Aunque el abigarrado mapa electoral podía hacer pensar que nadie estaba en condiciones de decir que no hubiera una oferta a la medida de sus deseos, ocurría todo lo contrario; que los partidos que iban a entrar en las Cortes Constituyentes tenían todo pactado con la venta recíproca de sus ideales más venerables. Así, la reivindicación republicana, frente a la realidad monárquica, fue imperceptible en la propaganda electoral. Dado que aquellas primeras Cámaras elegidas por sufragio universal lo habían sido merced a una ley que había evitado cuidadosamente atribuirles un carácter constituyente, tenemos todo el derecho a pensar que las Cortes Constituyentes lo fueron a posteriori, cuando los previstos resultados electorales permitieron ver que con aquellos hilos se podía hacer una Constitución que no sólo no pusiera en peligro la realidad coronada que había, sino que también la legitimase popularmente. Fue una trampa zafia. Se jugaba con las cartas marcadas. Y por eso fue un «Golpe de Estado». Ahora bien, a veces puede ocurrir que un poder torvo en su origen se haga benéfico en su ejercicio. La última hornada franquista (v. gr. Suárez) se dignificó gracias a su elegante gallardía que demostró ante la patulea militarista del 23-F; y, por el contrario, la última joven hornada de la oposición contra el franquismo se cubrió de espesa indignidad y agazapamiento en esa misma jornada borrosa. De la izquierda sólo Carrillo mantuvo el decoro y la inteligencia. Pero el miedo es libre, y es lo único de lo que no nos pueden despojar, tal como dijera valientemente, con intención de chiste y última voluntad, el gran comediógrafo gaditano Pedro Muñoz Seca. Por otro lado, el Duque de Suárez estaba ayuno de ideología, una vez que renunció felizmente a la que tuvo durante su juventud y primera madurez. Pero esto, lejos de ser un obstáculo, fue una enorme ventaja para pilotar con éxito el bajel de la Transición. Este vaciado ideológico le permitió sortear todas las sirtes ideológicas, afrontar toda coyuntura, toda circunstancia, todo evento, y mantener íntegra toda la arboladura de la metáfora de Alceo. Marioneta constantemente de las circunstancias, tuvo, sin embargo, siempre algo de ese «honrado y dulce golfo», del que nos hablaba el padre Llanos en su inolvidable piso de Cabo Machichaco. Como amante tierno y de personalidad frágil se ganó el corazón del pueblo español como jamás ningún otro gobernante lo ha hecho. La memoria pública mantiene un recuerdo acerca de él casi sagrado. Pero mucho sospechamos que Felipe González tenga esta vez razón en sus explosivas declaraciones de Méjico.