2001-03-29.LA RAZON.PALABRAS SOBRE PALABRAS JOAQUIN NAVARRO
Publicado: 2001-03-29 · Medio: LA RAZON
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PALABRAS SOBRE PALABRAS LA RAZÓN. JUEVES 29 DE MARZO DE 2001 JOAQUÍN NAVARRO Los caballeros de lazo y bola atrapaban a las reses en la Pampa mediante un cordel de cuero terminado en una bola de piedra. Pero había bolas sin manija que podían atropellar a cualquiera o convertir a los currutacos en dolientes reses inmóviles. Bastaba con que el currutaco de turno, pedantón al paño, se fingiese aplastado e inmovilizado por el sol pampero. Después vendría su oportunidad de convertirse en cabromachío escarapelado, encorsetado en brillante uniforme. Proto-próceres y eupátridas lustrosos de sudor, capaces de contemplarse en el espejo de la Historia y de terminar despreciando a los caballeros de lazo y bola. Eran los nuevos amantes de la libertad. De misólogos a profetas y estandartes de la democracia. De misántropos a fraternos amigos de la bienaventuranza de la justicia. De fautores de vandalajes, a hermanos del pueblo llano. La estampa que describe Roa Bastos de dos de estos sujetos cositeros es fascinante. Era el uno milico, capitán de milicias que se había distinguido por su celo revolucionario. Se dirigió a los súbditos para explicarles qué cosa era la libertad y les enjaretó un discurso de seis horas sin decir nada, en una exhibición de babelismo acuclillado. El otro era un cura digno del Areópago pero ungido por la timidez laboral propia del palafustán. Concluyó su arenga diciendo que la libertad bien entendida no era más que la fe, la esperanza y la caridad. El uno del otro en pos, bajaron tomados del brazo y fueron a emborracharse en la comandancia, de donde rápidamente salieron órdenes de apresamiento, vejámenes e inicuos vandalajes, en nombre de las virtudes sobrenaturales que acababan de proclamar, contra los hombres y mujeres libres que se empeñaban en el ejercicio de una libertad distinta a la babelista y a la teologal. Los proto-próceres, borrachos o no, siempre piensan (cuando llegan a tan alto nivel de esfuerzo y capacidad) que la crítica y la rebeldía constituyen, en sí mismas, una afrenta contra el Estado o sus más sacrosantas instituciones, entre las que incluyen a los eupátridas más prominentes. Ni tan siquiera consienten el asentimiento sin fe que Spinoza ideó para conciliar algo tan inconciliable como la lealtad política con la libertad de pensamiento. Los cabromachíos escarapelados exigen el abandono del pensamiento crítico y ofrecen, a cambio de una inquebrantable identificación con sus mandatos, el locro que se come el chancho mientras compiten los carañas de la tribu. Dice el maestro García Trevijano que es imposible someterse a la autoridad de los eupátridas y seguir considerándose capaz de formar un juicio en pie de igualdad con los portadores de la autoridad estatal. La realidad es mucho más miserable. Si alguien se somete a esa autoridad, pasa a formar parte del rebaño agavillado en las zahúrdas de la servidumbre más pastueña. Mi admirable y leal amigo Martín-Miguel Rubio ha escrito sobre la filosofía que desarruga «el severo entrecejo de las verdades eternas». Los proto-próceres y eupátridas echan mano de la quijada de asno para arremeter contra esa filosofía que, si de veras lo es, será deliberación y lucha por la verdad. Siempre existen pretextos para la sumisión. Siempre cabe acogerse a otras «luchas» que se exhiben como prendas de solidaridad, cooperación y patriotismo y que, una vez que el rostro del trofeo se queda en careta, sólo son infames atentados que se perpetran contra la libertad y la justicia, prostituyendo el derecho y degradando hasta la irrisión a jueces y fiscales benévolos. Además, siempre es posible resignarse con el pensamiento munífico del Rey Lear: «Hasta las criaturas perversas parecen agradables junto a otras más perversas que ellas; no ser el peor basta para merecer algún elogio». La defensa del poder frente a la libertad, de la patria frente a la justicia y del honor frente a la verdad representa el paroxismo de la adulación y crea un profundo vértigo en la aritmética de la memoria. Las palabras de mando y autoridad son palabras por encima de las palabras, aunque nazcan del amor a la mentira, el odio a la libertad y el miedo a la democracia. Que los muertos escriban sobre los muertos.