1999-12-06.LA RAZON.PAISAJE MORAL AGT

Publicado: 1999-12-06 · Medio: LA RAZON

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PAISAJE MORAL 
LA RAZÓN. LUNES 6 DE DICIEMBRE DE 1999
ANTONIO GARCÍA TREVIJANO 
Apenas han bastado veinticinco años, sin memoria del inmediato pasado, para que en este pueblo sin norte cambie por completo el paisaje moral de sus emociones y sentimientos. Menos trágico que ridículo, el entorno social ha ganado en cercanía de horizontes vitales lo que ha perdido en líneas de contraste ideológico. Es, desde luego, mucho menos sombrío y mucho más sórdido. Estando más libre de obstáculos exteriores y de temores internos, presenta una mayor variedad para las sensaciones físicas de los cuerpos y, no obstante, una menor riqueza para el aliento de las pasiones nobles del alma. El afán de seguridad y tranquilidad, instalado irremisiblemente en los corazones, gana todo lo que se pierde en esperanzas y proyecciones. Perspectiva de dinero, evasión y fama.
    Las dos grandes pasiones que perfilan los contornos del paisaje urbano, la ambición del demérito a la distinción cívica y la mitomanía como signo de la libertad de expresión, han marcado tanto sus trazos sobre el pespunte de las propensiones naturales a la degradación del carácter, que están a punto de convertirse, a causa de su ingrata invasión del espacio familiar y educativo, en los rasgos característicos del panorama español a comienzos del siglo XXI. Y, además, las pasiones derechamente delictivas, aquellas que sólo desplegaban sus silenciosas alas, para depredar cosas escondidas y depravar almas perdidas, a la puesta del sol de las conciencias, mantienen ahora a plena luz del día la vida de unos partidos que, por ser partes constitutivas de la NADA, comparten, reparten e imparten TODO, al cobijo del astro frívolo de complacencias.
    Los escritores europeos del romanticismo que visitaron España en el XIX, creyeron encontrar en el orgullo pintoresco la cualidad distintiva y atrayente de lo español. Pero nosotros descubríamos, en la rastrera envidia, el vicio nacional. El digno orgullo, esa rara virtud de la grandeza moral que disuelve el ligero vicio de la vanidad y el tinte infantil del amor propio, se esfumó como sentimiento preponderante al par que la hidalguía arruinada, el bandolerismo justiciero y la vida del espíritu. Mientras que la envidia mediterránea, ese subproducto moral de la competencia en la miseria, sólo pudo acceder a la categoría de carácter nacional cuando la seguridad en los medios de subsistencia estaba unida a los puestos en el Estado, a la influencia familiar y a la buena fama, sin que la responsabilidad profesional tuviera credenciales en la exigüidad de los mercados.
    Las fuentes industriales del bienestar familiar arrumbaron hace tiempo el orgullo de las clases nobles. El del espíritu murió en la posguerra civil y aún no ha levantado su vuelo. Y la reciente prosperidad en el amplio sector de los servicios ha mermado, con fáciles oportunidades de ganancia, la famosa envidia de la clase media. Acosadas por el furor de la ostentación y la ambición de nuevo rico que han traído consigo la reciente riqueza pecuniaria de las autonomías regionales y las «tangentes» a la italiana, las clásicas pasiones atribuidas antaño, con poco fundamento, a los españoles, viven retiradas en los cotos reservados a la vida del espíritu (orgullo), donde aún germina y florece algún hermoso ideal de persona, y en la desoladora planicie de la frustración social (envidia), donde se agostan y aniquilan mutuamente como las ilusiones de cosecha en los barbechos. Ni el noble orgullo, por desgracia, ni la vil envidia, por fortuna, pueden ser ya las pasiones dominantes en España. La vanidad y los celos han ocupado sus plazas en posición subordinada. Y una nueva pasión principal, la emoción de corromperse, orienta todo el movimiento sentimental del paisaje moral, como la montaña y el mar ordenan el curso de la vida en los valles y ríos de los paisajes naturales.