1994-11-25.EL MUNDO.PABLO CASTELLANO COMO JUDIO ERRANTE MARTIN PRIETO

Publicado: 1994-11-25 · Medio: EL MUNDO

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PABLO CASTELLANO, COMO JUDÍO ERRANTE 
EL MUNDO 25 DE NOVIEMBRE DE 1994. PAG, 5
MARTIN PRIETO
Entre la poderosa producción editorial de estos meses emergen los libros de Jesús Cacho sobre la caída de Mario Conde (obra en la que relatando el espanto moral en el que vivimos nadie se atreve a comentar y sólo a descalificar por asalariados fiscales particulares), el de Anson sobre Don Juan de Borbón, «el Rey que no fue» (también bastante cargado de amonal) y el de Pablo Castellano y su recuperada memoria socialista que lleva exógeno activado en las entrañas de sus páginas. Pablo Castellano, quien fuera activo y alto responsable del Partido Socialista y hoy presidente del PASOC en la coalición Izquierda Unida, es el típico judío de diseño, porque siéndolo, y no habiendo jamás ejercido de tal, concita su espíritu libre y probablemente algo ácrata, todas las descalificaciones y sospechas infundadas que atrae cual pararrayos como si fuera el responsable directo de la crucifixión de Jesús de Nazaret y hubiera de cargar, errabundo, con la antipatía cristiana hacia el pueblo hebreo.
Se queja, y razonablemente, Antonio García-Trevijano de que el PSOE le hizo un «dossier». Dése Trevijano con un canto en los dientes, satisfaciéndose comparativamente con el roe-roe diario, y en ocasiones hasta horario, que la dirección del PSOE le ha hecho a este abogado independiente, pese a sus filiaciones políticas, radical, jacobino y afortunadamente incombustible. En sus antimemorias malrauxianas acabadas de presentar, supone que la Unión Sindical Obrera me utilizó para ponerle en calesa cuando al comienzo de la transición política los socialistas estaban pensándose ir a las primeras elecciones democráticas sin el Partido Comunista ni Comisiones Obreras. No. La intoxicación (en aquellos años en los que era imposible y hasta peligroso comprobar las fuentes de una noticia) provino de los propios correligionarios socialistas que le habían encargado una misión imposible. Mucho antes, jenízaros de lo que ahora es el «felipismo» ya me habían informado caritativamente de que Pablo Castellano, llevando en su bufete la separación de un matrimonio, había acabado «levantándose» a la señora litigante que estaba de buen ver. No pudiendo contradecir sus argumentos, desde su propia casa política, pretendieron siempre agarrotar su irreductible independencia de criterio acusándole hasta de ser propietario de un «MG» descapotable de los años del cólera, diseño británico de coche que yo también deseaba poseer cuando joven e indocumentado tenía menos dinero que el que ahora en mi vejez poseo. Quienes hoy han tolerado la corrupción política, aunque sólo sea por desidia, no le perdonaban a este hombre ni el buen gusto ni el que en vez de tener barragana saliera libérrimamente con señoras. Careciendo Pablo Castellano de doble moral era lógico que le llovieran las bofetadas por todas partes, entonces y hoy, por todos los colocados que han hecho de la hipocresía no ya un «modus vivendi» sino hasta un código de conducta.
Su memoria socialista resulta aterradora para todos los interesados en la ejemplaridad de un partido capaz de reunir voluntades como las de Negrín, Prieto, Largo Caballero o Besteiro. Ramón Tamames acuñó sobre el PSOE la malicia de «Cien años de honradez, y cuarenta de vacaciones». Así no fueron exactamente las cosas, pero de eso algo hubo. Hoy sería inmoral tildar a quienes tan descuidadamente administran el voto socialista, que parafraseando a Groucho Marx desde el todo de 1982 pueden llegar a la más absoluta miseria, y habrá que recordarles que acaso ese siglo de honradez lo han malgastado en sólo doce años para mortuorio bochorno de egregias figuras éticas, políticas e intelectuales que tallaron el socialismo español, hoy irreconocible y en el que ni judíos errantes como Castellano ni cristianos viejos como Alonso Puerta, pueden tener cabida y, por añadidura, han de ser vilipendiados. Su libro es un alegato antifelipista bastante terrible, pero no escrito desde el rencor o el resentimiento sino desde la ironía y, en ocasiones, hasta la joda. Pero lo que no le van a perdonar a nuestro autor es la destelleante prosa de un hombre que también es un restallante orador parlamentario. Lo que escribe es una «felípica» de terraplenamiento, pero este malvado judío lo cuenta con tanta gracia y soltura del idioma que la ironía roza con la crueldad. De este caballero siempre me dijeron los suyos que, además, era masón. No serlo es lo único que hoy le puedo reprochar.