2012-06-24.EL MUNDO.MI SEMANA JAIME PEÑAFIEL

Publicado: 2012-06-24 · Medio: EL MUNDO

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MI SEMANA
EL MUNDO. 24/06/2012. Página, 16
JAIME PEÑAFIEL
La gran pasión del rey
Don Juan Carlos acaba de recibir de los Emiratos Árabes Unidos el regalo de dos valiosísimos Ferrari, valorados en 500.000 euros. Aunque parezca increíble por lo que se cuenta, la gran pasión del rey no es Corinna, sino los coches. Conducir ha sido siempre una de sus grandes debilidades. Lo hacía, incluso, antes de tener carné. La primera vez que condujo en estas circunstancias fue en 1955, cuando era cadete de la Academia General de Zaragoza. Lo hizo al volante de un Pegaso, propiedad del notario republicano Antonio García Trevijano. No fue ésta la única ocasión en la que su preceptor, el despótico general Martínez Campos, se vio obligado a intervenir para frenar la afición automovilística del entonces príncipe, afición que a punto estuvo de crearle problemas, uno de ellos, incluso, pudo ser muy grave.
Atropelló a un ciclista
Sucedió ese mismo 1955, cuando don Juan Carlos residía en Madrid, en el palacio de los Montellano, bajo la estricta dirección del duque de la Torre. Todos los domingos y después de oír misa, se programaban visitas por los alrededores de Madrid. Como siempre, el príncipe viajaba en el viejo Mercedes del ayudante Emilio García Conde y también con Alfonso Armada, que era secretario. El duque de la Torre, el preceptor, decidió ir en su propio coche. No sabía que todos se alegraban. El que más, el príncipe. Ello le permitía sentarse al volante y conducir sin que el estricto general se enterara. Al llegar a Olmedo, se encontraron con un paso a nivel cerrado. Junto al Mercedes, conducido por don Juan Carlos, un ciclista aguardaba a que la barrera se levantara. En mi libro El Mini Azul Borbón (Temas de Hoy, 2009), recordaba que al arrancar, una vez que el paso quedó libre, el príncipe golpeó violentamente, con la aleta delantera, al pobre ciclista, derribándole. El golpe fue lo suficientemente fuerte para que una pierna del muchacho quedara magullada, una de las ruedas de la bicicleta destrozada y su pantalón hecho jirones.
El ayudante resolvió el problema dándole un dinero para que se comprara otra rueda y otros pantalones pero, sobre todo, para que se callara, aunque el ciclista ni se enteró de que el imprudente conductor era, nada menos, que el príncipe Juan Carlos. Cuando el accidente llegó a los oídos del duque de la Torre, éste montó en cólera y, dirigiéndose a Armada, le ordenó: «Busca al muchacho para que te devuelva el dinero y de inmediato da parte del accidente a la Guardia Civil». Armada le recordó que el príncipe no tenía carné y que sería casi imposible encontrar al ciclista, ya que no se habían molestado en tomar la afiliación. «Haz lo que te digo y calla», le respondió. «¿No os dais cuenta de las consecuencias si se le gangrena la herida?». Para el duque de la Torre nadie estaba por encima de la Ley. Ni tan siquiera el príncipe.
Le regaló el carné
Después del atropello y consciente de que el príncipe le iba a seguir desobedeciendo, Martínez Campos decidió solucionar el problema manu militari: regalándole un carné de conducir por la cara y por ser vos quien sois. Aunque destemplado, imprevisible en sus reacciones, antipático, incapaz de un gesto de ternura, fácilmente irascible y, a veces, hasta cruel, rodeó de tanta imaginación y calidez lo del regalo que don Juan Carlos recibió, en el transcurso de una cena en el palacio de Montellano, una de las pocas y agradables sorpresas en aquella época. Se trató de una serie de sobres, introducidos uno dentro de otro, al estilo de las famosas matrioskas rusas. Cada una con su mensaje: «máximo interés», «muy reservado», «muy confidencial». Hasta el último sobre en el que figuraba la palabra «muy personal»: era el que contenía el permiso de conducir.
 Y del cuadro del rey ¿qué?
Antonio López, el sencillo y modesto gran pintor que presume, con falsa humildad, de viajar en el metro, se embolsará 190.000 euros por el retrato de Álvarez Cascos para la galería de Fomento. Estando como está el país en quiebra total, parece excesivo. Mejor sería colocar una fotografía, como hizo Manuel Marín. ¿El coste? 24.780 euros. Hay tiempo de rectificar. El retrato no ha sido realizado aún. Pero a lo mejor sucede lo que con el retrato de la Familia Real, encargado hace más de 15 años, aunque pagado ya está por Patrimonio. Tal vez para justificar el retraso, no se le ocurrió otra cosa al maestro manchego que preguntarle al rey si incluía en el grupo de la familia también a Letizia. El ¡nooo! de su Majestad todavía resuena en palacio. Si ya no está Marichalar y, afortunadamente, Iñaki tampoco, ¿para que Letizia? En el fondo, al rey le gustaría que en el cuadro sólo figuraran los de su sangre (Elena, Cristina y Felipe). A lo peor... ni doña Sofía.
CHSSSS... La gran dama ha declarado: «Una, a veces, es pobre». ¿Se acordará de que hace 30 años Alfredo Fraile y su esposa le tuvieron que comprar un billete de vuelta a Los Angeles porque alguien la había dejado tirada en el aeropuerto de Miami? ... Ahora que se habla mucho de ella por motivos de herencia, recuer do el día que, encontrándose junto a varias personas importantes en una reunión en el hotel Villamagna de Madrid, se dedicó a arreglarse y pintarse las uñas ... Aunque su esposo era zafio y ordinario como el que más, le llamó la atención haciéndole ver que era de mala educación lo que estaba haciendo. ... Tan cerca físicamente estos días de su hermana y tan lejos en lo afectivo por culpa del presunto, el cuñadísimo. ¡Qué pena, señor!