1992-07-17.EL MUNDO.MERCADO VERSUS ESTADO AGT
Publicado: 1992-07-17 · Medio: EL MUNDO
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MERCADO VERSUS ESTADO EL MUNDO. 17/07/1992. Página, 4 ANTONIO GARCIA-TREVIJANO AHORA que cualquier insignificancia cultural o política se toma por un reto o desafío de la historia, es el momento de saber si la cuestión europea se plantea en Maastricht como algo que podemos comprender o como algo que debemos creer, como un enigma del futuro que puede ser descifrado, o como un misterio del presente que debe ser beatificado. Entre el enigma y el misterio existe la diferencia que separa la razón de la fe. La ciencia resuelve, por ello, enigmas. La religión, misterios. El enigma responde con oscuridad a una pregunta clara. La oscuridad del misterio está, por el contrario, en el sinsentido de la pregunta. De ahí que los ciudadanos consideren enigmáticas las respuestas de los gobernantes, y pidan explicaciones, mientras que éstos ven la oscuridad en la impertinencia de las preguntas dirigidas al misterio de su poder, y exijan sumisiones. Lo revelado en Maastricht suscita dos tipos diferentes de inquietud. A casi todos nos inquieta como un enigma sobre el futuro que ha de ser racionalmente interpretado. Pero a la clase política sólo le interesa como hecho existencial que responde, misteriosamente, a una pregunta que nadie ha formulado. En la Constitución de los Estados Unidos de América, primero se formuló la pregunta a la Corona y al Parlamento británico. Y luego vino la respuesta. En la Constitución de la Unión Europea, primero se da la respuesta y luego se pregunta. Dinamarca, un pueblo protestante, ha respondido oracularmente. Irlanda, un pueblo católico, ha reafirmado el misterio. Los creyentes europeos pueden seguir el culto irlandés al misterio revelado en Maastricht. Mientras, la inteligencia de Europa se plantea los interrogantes que suscita el Tratado de Maastricht. ¿Se trata del final o del comienzo de la unidad europea? ¿Se incrementan o se nivelan las diferencias entre las regiones ricas y pobres? ¿Es un factor de civilización para la paz en el mundo o un instrumento para competir por su dominación? ¿Es un producto expansivo de la cultura europea o un artificio defensivo de las oligarquías multinacionales? ¿Propende a una sociedad industrial y de servicios en un Multiestado de bienestar, o a una sociedad especulativa en un Superestado financiero? ¿Está encerrado el porvenir democrático de los países europeos en el Tratado de Maastricht? La idea que contiene el enunciado de este artículo, la del Mercado frente o contra el Estado, tiene la apariencia de una síntesis histórica que sitúa al acontecimiento de Maastricht en el contexto de una larguísima evolución de la materia social, iniciada hace ocho mil años con la aparición de las economías monetarias y de los Estados. Y de eso se trata. En Maastricht se enfrentan, con el título europeo en juego, el actual campeón del mercado, «Poderoso Don Dinero», asistido en el rincón euromonetario por su prestigioso manager Milton Friedman, y la dueña del Estado de bienestar, «Doña Clase Política», asistida en el rincón euroburócrata por la sombra gloriosa de Lord Keynes. Las reglas de juego pactadas designan árbitro único de este encuentro al presidente del Banco Central Europeo, asistido desde todas las bandas por los gobernadores de los Bancos centrales estatales. Para que ustedes mismos puedan hacer un pronóstico del desenlace o elegir su favorito, entre estos dos formidables adversarios, resumiré la historia del mundo al hilo de sus tres anteriores confrontaciones que arrojan dos victorias para el Estado y una para el Mercado. El resultado de la cuarta, iniciada con la crisis energética y ecológica, se está ventilando, para Europa, en el futuro de Maastricht. La hegemonía del Estado sobre el mercado produjo tres profundas alteraciones en la cultura y la economía, que comenzaron a socavar los dos pilares del Estado de bienestar y a definir la era reaccionaria, de primacía de la moneda, que el Tratado de Maastricht pretende eternizar. La primera reacción contra el Estado de bienestar no provino de la economía sino de la cultura. Los hijos de la riqueza se sublevaron contra el ideal de la pobreza de sus padres, de producir para consumir. Las rebeliones juveniles del 68 demostraron que las organizaciones obreras eran ya aliadas leales del capital y que la vida oficial, disciplinada por las estadísticas de la macroeconomía, se oponía a la vida real del mercado liberal y permisivo de la microeconomía. La sociedad política se concentró en un movimiento reaccionario que deja a la sociedad civil el escape libertino de la cultura posmoderna. Pompidou preludia a Reagan, como Giscard a la señora Thatcher. El segundo atentado al Estado de bienestar lo produce la crisis energética del 73. Los países productores de petróleo recuperan el control de la distribución, bajo los mismos derechos que habían fundado el poder de los Estados vinculando las fuentes de energía a la propiedad territorial. Más importante que la repercusión del alza de las materias primas sobre los precios, fue el nacimiento de la conciencia ecológica. El Club de Roma propone un crecimiento cero, que haría imposible sostener el Estado de bienestar con la redistribución de la renta nacional. El fin de la energía barata refuerza la antigua idea liberal de que la seguridad social sea financiada con la contribución de los beneficiarios, como en cualquier otro seguro. Pero el principal adversario del Estado de bienestar, el enemigo que ha denotado a Keynes, como la Gran Depresión derrotó al dogma liberal, es la moderna espiral de precios y salarios. Cuando apareció la inflación, pocos advirtieron la originalidad que enceraba. Se intentó combatirla con los remedios clásicos, presión fiscal y reducción del gasto público. Como no se comprendía la ineficacia de estas medidas, se echó la culpa al petróleo. Hasta que se cayó en la cuenta del papel inflacionista que jugaban las organizaciones empresariales y los sindicatos. En Austria se acudió a la regulación oficial de los salarios y al control de los precios. Pero la economía social de mercado no permitía mantener la ficción de la libre competencia. El conservadurismo liberal recurrió, por ello, a la manipulación restrictiva de la oferta monetaria por los bancos centrales, para retirar del Estado, al calor de la refriega contra la inflación, el arma del déficit, que le había dado la hegemonía sobre el mercado, devolviendo a éste su anterior autonomía. Aquí está el corazón que late bajo el artilugio tecnocrático de Maastricht. La moderna inflación ha encontrado en Milton Friedman a su gran inquisidor. La inflación se combate reduciendo la circulación monetaria, es decir, elevando los tipos de interés para restringir las disponibilidades crediticias. Para Milton Friedman, la fijación de los precios y salarios es asunto exclusivo del libre mercado microeconómico. La existencia de monopolios, oligopolios, grandes empresas multinacionales y poderosos sindicatos, lo que los neoliberales llaman sistema de competencia imperfecta, carece de importancia. Como tampoco la tiene la influencia sobre la circulación fiduciaria de otras disponibilidades liquidas, en forma de líneas de crédito no utilizadas o de tarjetas de crédito, difícilmente controlables por la restricción estatal de la oferta monetaria. Lo único que le importa a Friedman para impedir la inflación, es no tener que pedirle nada al Estado, ni que aumente la presión fiscal ni que reduzca el gasto. Basta que los bancos centrales, dotados de autonomía frente a los gobiernos, mantengan una política monetaria restrictiva. iComo si los bancos centrales no fueran órganos del Estado! iComo si el dinero fuera neutral! Del mismo modo que era absurdo hacer del déficit la palanca del pleno empleo en toda clase de coyuntura económica, mucho más lo es haber convertido en norma constitucional de la Unión Europa la restringida política monetarista de Milton Friedman y la autonomía de los bancos centrales. Pero en la política económica no es la lógica la que decide sino los intereses inmediatos. Cuanto más a la vista, mejor. El sistema bancario está interesado en desarrollar su negocio en las altas condiciones de rentabilidad que le proporciona la restricción crediticia del monetarismo, con una elevación permanente de los tipos de interés y una prohibición constitucional del déficit presupuestario. La primera medida asegura el predominio en el mercado del capital financiero sobre el capital industrial. La segunda, la hegemonía del mercado sobre el Estado. La estabilidad de este nuevo equilibrio fmanciero, con subempleo subvencionado, está asegurada por la autonomía del Banco Central Europeo frente a los gobiernos de los Estados nacionales. Y mientras en Estados Unidos se debate, en público, la oportunidad de someter a las instituciones democráticas la aprobación de una enmienda constitucional que prohíba el déficit presupuestario, los doce apóstoles de la Unión Europea esconden esta seria amenaza al Estado de bienestar en la oscuridad constitucional de su misterio tecnocrático. Este será el futuro de Maastricht, si algún Felipe, el Bello, para mal, o un renacimiento del espíritu democrático, para bien, no acaban antes con semejante cofradía de templarios. (Extracto de la conferencia pronunciada ante la Asociación de Ejecutivos Financieros).