1995-04-28.EL MUNDO.LOS REPUBLICANOS NO PAGAN EL TRANVÍA RAUL DEL POZO

Publicado: 1995-04-28 · Medio: EL MUNDO

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LOS REPUBLICANOS NO PAGAN EL TRANVÍA
EL MUNDO. 28 ABRIL 1995. PAG, 4
RAUL DEL POZO
Anoche estuve con García Trevijano en un colegio mayor y les dije a los estudiantes que comprendo muy bien a don Enrique Tierno Galván, porque como yo, se sentía arrastrado por Antonio García Trevijano. Al alcalde de Madrid, Trevijano le parecía un personaje de Galdós, un conspirador, cuyas estrategias chocaban con las sonrisas pragmáticas de Carrillo y de otros políticos. Si miramos, desde esta ciénaga el pasado, observaremos donde nos ha llevado tanto pragmatismo y descubriremos que Trevijano no era un personaje tan literario como creían, ya que el Viejo Profesor reconoce que fue Trevijano el que trazó las líneas estratégicas de la Junta Democrática, que a su vez, constituyen hoy el génesis, de la actual democracia. A mí Trevijano no me recuerda a un personaje de Galdós, sino a aquel aventurero de Alejo Carpentier que llevó a las Antillas la guillotina y las ideas jacobinas. Tiene un ramalazo de dandy antillano, de indiano que enseñó a los rojos a usar la tarjeta de crédito y fletaba aviones para ir a París entre comunistas y princesas. Ahora le acompaño a algunos de sus mítines, como el pícaro que lleva para confirmar las virtudes de su crecepelo (vocablos utilizados por sus enemigos). Me cuenta en el tren cómo los nativos de Guinea bailaban delante de su choza de Dios danzas nupciales, cómo se iba con el Rey en un coche descapotable por Zaragoza y por qué le odian tanto. Una de las virtudes que en él más admiro es el odio que despierta. Cuando en España se destesta a alguien de tal modo es por algo bueno. Le seguimos en sus giras sólo los del CESID y yo. Cuando para el tren mientras yo compro lotería, se acercan un par de estudiantas que lo reverencian como si fuera Joaquín Sabina. En Málaga nos ocurrió algo prodigioso. Fuimos a presentar su libro «Discurso de la república» y yo iba de telonero. Inicié así mi discurso: «El rey se va, el rey se ha ido, viva la República, viva el amor libre, abajo la Iglesia, viva la libertad». Creo que algunos estudiantes estuvieron a punto de desmayarse, los del CESID telefonearon a Madrid. Pero a continuación se recuperó la calma cuando dije que esas eran las palabras que gritaba el pueblo de Madrid el día que unas elecciones municipales echaron de España a Alfonso XIII. Dije entonces, y digo ahora, que la monarquía actual está aceptada por los españoles y que no hay ningún grupo político importante que quiere destronar al Rey Juan Carlos I. Pero también dije, y digo, que Trevijano piensa que una clase política, aislada de la sociedad, organizada como un sindicato de profesionales del poder y una oligarquía corrupta han traído este desastre; «se ha practicado en esta nación el saqueo, el soborno y el crimen de Estado». Uno de los objetivos de su travesía y escritura sobre la España, de santos como muñecas, de las canciones tristes «como el murmullo del olivo seco», es conseguir que la palabra República deje de estar borrada de nuestro lenguaje. 
Camino de Cartagena.- Dijo Trevijano: «Estamos destruyendo el más formidable tabú impuesto a los españoles contra la libertad de pensamiento, el tabú de la palabra República impuesto por el consenso de los partidos llamados de izquierda y republicanos para deshonra de la izquierda y de la República». Yo sé que si uno va mucho con Trevijano puede acabar ante el pelotón de ejecución, pero me gusta seguirlo a la manera que acompañaba al bandido generoso aquel periodista de far-west, por la frontera de México. Hace 64 años, el rey Alfonso XIII se iba a Cartagena. Los que más madrugaron para proclamar la República fueron los de Eibar. En Madrid, a esa hora la gente ya no pagaba las tranvías que se dirigían a la puerta del Sol. Aquello cayó por lo que suelen caer todos los regímenes por la tiranía o por la corrupción. Escribió Shakespeare: «Hemos oído hablar a nuestros padres de aquel Bruto que habría permitido que el diablo mandase en Roma antes que soportar a un rey». No es hoy el caso. Pero, desde Bruto a Azaña, los mejores y los más lúcidos hombres sueñan con la República.