2002-12-28.LA RAZON.LOS MANIQUÍES DE GREGORIO PRIETO MARTIN MIGUEL RUBIO

Publicado: 2002-12-28 · Medio: LA RAZON

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LOS MANIQUÍES DE GREGORIO PRIETO
LA RAZÓN. SÁBADO 28 DE DICIEMBRE DE 2002
MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN 
Todo visitante que llegue a Valdepeñas tiene como deber inexcusable de buen gusto entrar en el magnífico Museo Gregorio Prieto, y contemplar la perfecta y rigurosa factura de los imperecederos cuadros de este gran pintor español. A mí me llega a sobrecoger especialmente la serie de maniquíes pintados durante la época italiana de Gregorio, momento en el que se sintió especialmente «despierto», haciendo honor a su prosopónimo griego, que repite varias veces en gorros marineros. Estos maniquíes sitúan a nuestro pintor en el centro de las corrientes estéticas de la gran pintura europea. Reprimiéndose un poco el inevitable alma barroca de su creador, se ven patentemente en estas telas las influencias de la estilizada y neoclásica metafísica plástica italiana, y es incuestionable que estos cuadros de Gregorio Prieto suponen que el pintor hubo perfectamente deglutido los maniquíes o maniquís de Carlo Carrá y Giorgio De Chirico, tan profundamente analizados y explicados en estas mismas páginas por nuestro maestro García-Trevijano, con los que intentaban no criticar el inicial automatismo de la época de entreguerras ¬admirado Vicente Nello¬, sino que yo creo que sencillamente pretendían espiritualizar el cuerpo humano, acercarlo más a su esencia monádica. También en estos maniquíes se podrían percibir verosimilmente otras influencias estéticas, como la del expresionista alemán Göpz, y su medievalismo «anti-Durero» de cristos espasmódicamente retorcidos. Pero creo que en la delicada belleza de estos maniquíes Gregorio sólo pretendió sublimar la belleza transcendente de la pareja humana, del hombre y la mujer asexuados, con un molinillo de viento infantil (otro elemento, por cierto, de la estética metafísica italiana). Esta serie tiene como principales protagonistas tres verdaderas obras maestras: Luna llena (circa 1931-1935), Los Maniquíes (circa 1930-1932) y Maniquí del pájaro (1927). En Luna llena nos encontramos con una pareja de maniquíes asexuados y enamorados, que irradian una tremenda sensualidad. Uno de ellos, en decúbito lateral, introduce su mano bajo el manto de aroma griego del que está en un amoroso decúbito supino, y la mano parece haberse parado a la altura tentadora del sexo de quien sabemos que no tiene sexo. El resultado que producen estos dos maniquíes articulados es de una tremenda fuerza erótica (¿y metafísica?). ¿Sentiría quizás nuestro pintor las influencias de Egon y de Constantin Brancusi y su predilección por las formas ovoides? En Los Maniquíes aparecen los mismos encantadores personajes con barquito de madera, molinillo azul, rojo, rosa y blanco, siendo el azul el color dominante, y una pequeña bandera de España de papel en la delicada mano de uno de ellos (¿influencias, quizás, del metafisismo plástico fascista que flotó en la Marcha sobre Roma?). Maniquí del pájaro nos sitúa en un artificio hermosísimo (el maniquí de una cara de óvalo perfecto) que parece ser el cariñoso amo de otro precioso artificio (un espléndido pajarito de colores fantásticos). A partir del cuadro Flor asesina, estos personajes parecen empezar a perder la blanca e infantil inocencia de los maniquíes, y comienzan a humanizarse.
   Los maniquíes, como tema plástico, nacen de la escultura: Hombre joven, del más desconocido de la familia de artistas Duchamp, Raymond Duchamp-Villon, y Soldados marchando (1913) del gran escultor ruso Alexander Archipenko. Los maniquíes de Archipenko evolucionan desde un cubismo inicial a una estilización delicada, surrealista y figurativa (Gondolero, 1914). El rostro-óvalo del Gondolero es gemelo de los rostros-óvalos de los maniquíes lignarios de Gregorio Prieto. Se podría decir que todos los grandes maniquíes creados para las grandes firmas comerciales están elaborados a partir de una estética «archipenkeska». Al fin y al cabo, ¿no fueron puros maniquíes las primeras estatuas exentas del Mundo Clásico, cuyas ropas se lavaban en fiestas populares como Las Plinterias? El Museo Gregorio Prieto merece ser visitado, y sus telas no necesitan la lectura previa de Punto y línea en el plano, de Kandinski. Además, el Museo es un espléndido caserón manchego, y no una horrísona necrópolis moneísta.