1989-08-06.EL INDEPENDIENTE.LECCIÓN SINDICAL AL PROFESOR COTARELO AGT

Publicado: 1989-08-06 · Medio: EL INDEPENDIENTE

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LECCIÓN SINDICAL AL PROFESOR COTARELO CARTAS DE ULTRATUMBA
EL INDEPENDIENTE, 6 AGOSTO 1989
ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO
Querido ciudadano: El intelectual es flor quasi vestrada que sin necesidad de abono brota espontáneamente, junto al cactus de la policía, a la sombra del poder. Su proliferación y calidad dependen de la clase de sombra que la cobija.
Bajo una gran y mala sombra crecen pocas, pero de talla. En mis contemporáneos, Burke, Rivarol, De Maistre, Bonald. El grueso de la inteligencia huye de la oscuridad absoluta. Y la policía ocupa su lugar.
Bajo pocas y mediocres sombras de poder crecen más intelectuales, pero de menor tamaño. Sieyés, madame Stael, Benjamín Constant, Talleyrand. Las grandes inteligencias preparan su propia sombra. Mi amigo Condorcet, Napoleón, Kant, Proudhon, Herder, Hegel, Bolívar, Saint-Simon. 
Pero si el poder se puebla de pequeñas y buenas sombras, si dice que emana del pueblo y éste tiene algo que ver en la formación del gobierno, los intelectuales pululan entonces como setas reducidas a su mínima expresión.
Casi todos los escritores de transición opinan «ex parte principi». Apenas algunos escritores intransitivos, Gala, Vicent, Vázquez Montalbán, Del Pozo, Cerón, Arrabal, lo hacen «ex populi». Se vio en el triste exhibicionismo de la OTAN. Se ve ahora, en el conflicto Gobierno sindicatos. El 14 de diciembre demostró dónde estaba la opinión del pueblo. El posterior acuerdo parlamentario con el residuo de la dictadura, dónde estaba el Gobierno.
No te escribo por lo que dices, sino por la manera como lo dices, en verdad ejemplar. Es más difícil de lo que suponen los intelectuales alabar un poder mezquino sin perder, ante el vulgo, la honestidad mental Siempre asoma la cola que se mueve o el plumero agradecido. La mayoría disimula su mensaje «ex parte principi» oscureciendo pedantemente sus producciones. Así ha dado prestigio de sabio oportunismo a la tribuna de su predilección. Pero una minoría dotada, no se sabe por qué, de ciertos escrúpulos, ha logrado un estilo de expresión más adecuado al mismo propósito. Imitando la técnica cincelada del grafismo oriental, escriben hacia la izquierda lo que conciben hacia la derecha. Tu artículo «Partido y sindicato», publicado en este periódico el día 2 de agosto, es un típico producto de este género «chinesco». Para ver tu mensaje de apoyo al Gobierno y de condena sindical basta leerlo como lo has escrito: al revés.
Terminas, es decir, empiezas preguntándote quién es el enemigo, como si el 14-D no hubiese contestado. Comienzas, es decir, acabas afirmando que «así, el típico instrumento de que se dotó el movimiento obrero para el logro de aquellos fines (¿emancipación en el ámbito laboral?) fueron los partidos políticos». Entre la pregunta y la afirmación haces «gracia al lector de alguna excursión en el campo histórico» para falsear impunemente la historia, amparándote en el fácil escepticismo de que la interpretación tópica de la «relación entre partidos y sindicatos es tan acertada como cualquier otra y está sometida a las mismas refutaciones de los hechos que las demás». De este modo, sin criterio de verdad histórico, montas en el aire tus sofismas para el Príncipe:
a) Los partidos políticos han sabido adaptarse a los procesos sociales en transformación. Los sindicatos, no.
b) Los partidos se han hecho interclasistas en su discurso y eclécticos en sus programas. Los sindicatos están poblados de especies en extinción y siguen siendo de clase.
c) «En cuanto a la acción política, el sistema partidista es la pieza clave del funcionamiento democrático, de forma que por muchos que sean sus defectos, el mayor de todos es su inexistencia.»
d) En cuanto a «la acción sindical está orientada a la defensa de intereses concretos, sectoriales (...), descansa sobre el ejercicio de un derecho, el de huelga, cuyas repercusiones sobre la opinión pública son variadas y fácilmente negativas, sobre todo a medida que ésta descubre cómo la mayor actividad huelguística se realiza en el sector público, en un sector en que ella misma, como tal opinión pública, es parte afectada en su doble condición de usuaria y empresaria (sic) de los servicios».
¿Te das cuenta adónde conduce el escepticismo fáctico? El sistema partidista, que no existe en mi país de adopción (Norteamérica), ni en mi país de origen (Inglaterra), ni en el de mi Revolución (Francia), es, para ti, la pieza clave de la democracia. Esto no se atreven a decirlo más que los «partiotas», como llamó Jacques Prévert a quienes Gramsci definió como «patriotas de partido». Por otro lado, consideras que la opinión pública es empresaria de los servicios públicos. Esto no pudo decirlo ni una mente enferma como la de Stalin.
¿Te das cuenta adónde conduce el desprecio de la historia? «El sindicalismo», dices, «ha tenido siempre una veta anarquista muy enemiga de los partidos.» Esto simplemente no es verdad. No siempre, ni todas las organizaciones sindicales han tenido una veta contraria a la acción política parlamentaria. En realidad, una sola de ellas: el sindicato tardío del anarquismo mediterráneo.
El sindicalismo original inglés, tanto el de los obreros industriales del Noroeste como el de los artesanos de Londres, organizó las primeras Trades Union como reacción a la ley electoral de 1832, que estableció un «censo de elegibles» para impedir que los obreros pudieran llegar al Parlamento.
Mi discípulo William Lovett organizó en 1831 la National Union reivindicando el sufragio universal y la democracia política con su idea de «fuerza moral» que llevó luego a los seis puntos de la «Carta del Pueblo», que fue el programa del movimiento cartista (primera acción unitaria de todos los sindicatos) hasta 1848. Las Trades Union no necesitaron «luz exterior» ni conciencia de fuera. Deseaban estar directamente representadas en el Parlamento. Presentarse a las elecciones con sus propios candidatos obreros. Mientras la ley no lo permitió dieron su apoyo al partido librecambista de Sturge y a su proyecto de «reconciliación entre las clases medias y las clases laboriosas».
No se puede ignorar que del movimiento cartista, y concretamente de Bronterre, tomó Carlos Marx las fórmulas de su manifiesto. Ni que del marxismo salieron las dos organizaciones sindicales del continente que han dado su apoyo confiado a los partidos socialista y comunista.
El sindicato anarquista, prudoniano y blanquista, fue pulverizado en la Comuna de París de 1871 por el mismo hombre, Thiers, que provocó su primera represión en Lyón y París en 1834, apenas nacido.
A diferencia del sindicalismo inglés, el francés era preponderantemente artesanal, romántico y antimaquinista. Francia estaba más atrasada industrialmente. Pero ambos sindicalismos surgen al mismo tiempo porque la insurrección popular que cambió la dinastía borbónica por la orleanista en 1830, y que fue burlada en sus esperanzas democráticas por los Thiers, Guizot y compañía, coincidió con las campañas políticas en Inglaterra contra la ley electoral de 1832 y contra la reforma de la ley de pobres de 1834, que dieron el poder político a la burguesía inglesa y dejaron a la clase obrera sin la reglamentación parroquial de asistencia que hasta entonces prohibía emplearla fuera de su lugar de residencia.
El editorial de EL INDEPENDIENTE de ese mismo día, basado probablemente en un profundo conocimiento de la histona sindical y de la misión que los partidos de izquierda han cumplido para evitar que el sufragio universal pueda dar mayorías obreras en los Parlamentos (como ha demostrado el rigor histórico y científico del catedrático de Toronto, Macferson), es el contrapunto que tu artificio necesita.
Si los partidos obreros no pueden realizar una política socialdemócrata porque quieren gobernar con el consenso parlamentario del residuo franquista, los sindicatos de origen marxista, que siempre fueron reformistas y socialdemócratas, ahora que ya no reciben luz y conciencia revolucionaria de sus partidos, sólo tienen una alternativa. Seguir confiando en sus partidos, es decir, apoyando continuamente una política económica de crisis, favorable al capital financiero y perjudicial a las clases industriales, o tomar parte en el consenso parlamentario exigiendo allí lo que han ganado en su empresa y en la calle.
Mediante una «agrupación de electores sindicales», los sindicatos no se desvían de su derrotero histórico ni de su legitimación democrática. Al contrario. Vuelven a sus orígenes para continuar la buena senda que bifurcaron erróneamente los partidos obreros, hoy fracasados como tales. Todas las conquistas de la clase obrera han sido conseguidas en los hechos sindicales antes de que los partidos parlamentarios las convirtieran en derechos sociales.