2001-12-03.LA RAZON.LAS NACIONALIDADES AGT
Publicado: 2001-12-03 · Medio: LA RAZON
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OTRAS RAZONES OTRAS RAZONES 26 14 LA RAZÓN LA RAZÓN VIERNES, 30 - XI - 2001 LUNES, 3 - XII - 2001 LAS NACIONALIDADES OTRAS RAZONES LAS PARADOJAS DE MR. BUSH L a noticia de los H e aquí una palabra, un c o n c e p t o , una idea que nadie sabe lo que significa en sentido político y que, sin embargo, ha sido incorporada al vocabulario de la C o n s t i t u c i ó n . E n principio no sería di- fícil distinguir entre lo que es una nación y lo que es una nacionalidad. Aunque am- bas ideas están emparentadas, un matiz fundamental las diferencia en el lenguaje ordinario. Se tiene una nacionalidad. Se pertenece a una nación. En ésta domina la imagen del lugar geográfico donde se na- ce y se vive como miembro de una comu- nidad dotada de su propio Estado. En aquella, predomina la idea de la identidad personal y colectiva que el Estado otorga a sus súbditos o ciudadanos, como sujetos de deberes y derechos. La nación expresa algo objetivo. La na- cionalidad, una cualidad subjetiva. Redu- ciendo la diferencia a términos antropoló- gicos, la nación designa una comunidad territorial; la nacionalidad, una comunidad gentilicia. Pero la distinción se esfuma tan pronto como, dejando este matiz objetivo, se co- munica a la nación el sentido personal que tiene el concepto de nacionalidad. Tal con- fusión la produjo el romanticismo alemán en los comienzos del XIX. La nación dejó de expresar la idea de comunidad territo- rial y, como sinónimo de nacionalidad, pa- só a describir la comunidad cultural de gentes de una misma etnia con idioma pro- pio, aunque fueran súbditos de distintos Estados. Sobre esta base inicial se desarrolló luego la idea racista y fascista de nación, concibiéndola como proyecto voluntarista de una persona moral. De esta aberrante concepción participan todas las modalidades del nacionalismo, incluso las que se consideran a sí mismas como de- mocráticas. Sin dotar a la nación de perso- nalidad moral, el nacionalismo sería in- concebible. El filósofo Ortega y Gasset es el princi- pal responsable de que en la cultura polí- tica española, y en la mentalidad de los in- competentes redactores de la Constitución, siguiera dominando el concepto subjetivo y personalista de nación como proyecto, que había sido propagado por la enseñanza del Movimiento falangista. Lo cual presu- pone, por petición de principio, que la na- ción esté dotada de una voluntad orgánica capaz de sentir, ver, proyectar y perseguir su propio destino nacional. En esta creen- cia mítica está basado el sentimiento na- cionalista de las nacionalidades cultu- rales como naciones políticas sin Estado propio. La Constitución dice que la Nación es- pañola está integrada por nacionalidades y regiones. De esta forma descriptiva mete a las nacionalidades en el mismo género de naturaleza topográfica que las regiones. Así no las contrapone a la nación, sino que las diferencia esencialmente de las regio- nes. Nadie se ha ocupado de explicar en qué consiste tal diferencia territorial. Y co- mo la fórmula constitucional no es pres- criptiva, sino descriptiva, los nacionalistas catalanes proponen que se acepte su descripción de na- cionalidad como co- munidad cultural, di- ferenciada de las meras regiones por su lengua y su histo- ria, con derechos na- cionales de autogo- bierno, soberanía y autodeterminación. Sin saber cómo ni por qué, convierten un hecho cultural en un derecho a ser nación. Los nacionalistas vascos no siguen ese método descriptivo, por la simple razón de que ellos no aceptaron la Constitución ni consideran a Euskadi una nacionalidad. Tratan al País Vasco como nación a la que sólo falta un Estado propio. Los moderados buscan la Independen- cia al modo checo, con uso pacífico del derecho de separación; los radicales, al modo irlandés, con secesión lograda me- diante terrorismo. Pero el creador del con- cepto «checoslovaco», Jan Kollar, se con- sideraba a sí mismo húngaro. La Checoslovaquia binacional nació en 1918 de la derrota del Imperio multinacio- nal. Y el irlandismo responde a un movi- miento de unificación nacional. AAnnttoonniioo GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO avances conse- guidos en la clonación de embrio- nes por los científicos de la empresa ACT ha producido un enorme revuelo. Tanto por las esperanzas en que por esta línea se consigan producir «células ma- dres» capaces de tratar con eficacia graves en- fermedades, como por los ancestrales recelos de viejas éticas. Y el Sr. Bush, interrumpiendo momentáneamente su dirección de las cam- pañas bélicas, se ha sentido en la obligación de pronunciarse. Su posición era ya conoci- da, pero ahora se ha expresado de un modo rotundamente conmovedor: «No es lícito crear vida humana, para luego destruirla». Si tene- mos en cuenta el modo en que, bajo su man- do, la aviación de los EE UU está destruyen- do en Afganistán la vida de numerosos seres humanos, mujeres, hombres, niños que caen bajo las bombas o perecen en una huida ham- brienta y desamparada, tal como el espectá- culo de las pantallas de televisión nos revela, o pensamos en sus órdenes de asesinar a quienes se consideren peligrosos enemigos, no deja de sorprendernos este repentino amor a la vida en boca del presidente de los EE UU. Claro que si tomamos literalmente las pa- labras de Bush, lo condenable es crear vida «ENVIADOS ESPECIALES» D ura y flexible a la vez, fue sin duda la cintura política de Eduardo Zaplana la que le hizo salir airoso del «acoso» pa- ra que se pronunciara sobre su futuro político. Ocurrió en el madrileño Club Siglo XXI, foro de tantas noticias y encuentros durante años y que hoy sigue muy vivo de la mano de Paloma Segrelles. Hábil como un Raúl, rápido e inte- ligente como un Ferrero, Zaplana se zafó de fu- turibles con elegancia y calculada ambigüedad. Una suerte para él y agua fría para las expec- tativas de los demás, porque su presencia puso el Club a reventar. Contó con un ramillete de ministros de bandera, desde Rato que le pre- sentó, a Lucas o Piqué, además de la plena atención periodística y de una larga lista de al- tos representantes del mundo empresarial, cultu- ral y judicial, por no citar a los «desvelados» valen- cianos que vinieron ex profeso. Pues bien, aún así, lo más interesante no estuvo en quienes le acompañaron, sino en determinados ausentes, pues algunos de ellos, sabiéndose en la carre- ra de la sucesión, no pudieron resistirse y man- daron a sus «enviados especiales» para tener una «fotografía» de primera mano. Un marca- je la mar de significativo, desde luego. LLuuiissaa PPAALLMMAA REBOREDO Y SAÑUDO para luego destruirla, mas no destruir vidas ya creadas y que tran- quilamente campan por sus respetos. Tam- bién cabe pensar que para él, y para muchos otros, la única vida hu- mana auténtica –o la que se debe proteger y cuidar– es la de los embriones, no la de los nacidos. Y realmente es ésta una impresión que fácilmente nos asal- ta cuando contemplamos el contraste entre la solicitud de los antiabortistas porque no se pierda ningún embrión y su indiferencia ante el hambre en el mundo, la violencia, o su de- fensa, en numerosos casos, como el del mis- mo Bush de la pena de muerte, en cuyo nú- mero de aplicaciones es un campeón. Y sin que podamos olvidar los atentados cometidos por los más exaltados contra clínicas en que se practica el aborto. Ya en un artículo publi- cado hace tiempo y titulado «amor a los em- briones» comentaba por mi parte este singu- lar, patológico fenómeno. Al que ahora estamos asistiendo cuando se quiere bloquear en nombre de la integridad de los venerados embriones, congelados como santos inco- rruptos, un proceso de investigación que pue- de salvar o curar numerosas vidas adultas. ¿Por qué tal insistencia en dar rango de se- res humanos al conjunto de células que for- man una mórula o un blastodermo? ¿Al mis- mo huevo resultante de la fecundación? Aunque los que tal defienden protestan si en un restaurante piden un pollo y les es servido un huevo. Se dice que es vida humana en ra- zón de su potencialidad. Pero es una falacia confundir lo potencial con lo actual. Por esta vía podemos llegar a los mayores dislates. El niño como potencial adulto sería considera- do como tal, incluso como anciano. El hecho básico es que la reproducción hu- mana sigue presa de tabúes mágicos y cate- gorías patriarcales, en lugar de ser tratada con la racionalidad científica y laica con que nues- tro cuerpo es considerado en otras de sus fun- ciones. Por una parte, la reproducción en cuanto creación de la vida –aunque no se tra- te de una «creación de la nada»– sugiere an- cestralmente un mundo reservado a poderes divinos, que sólo bajo custodia estrictamente normada ha sido confiado a los humanos. Re- cordemos todos los mitos y fantasías, como la de la criatura de Frankenstein, que han tra- tado como perversos los esfuerzos humanos por penetrar en este recinto. Y, además, es un mundo en que la mujer se convierte en la gran protagonista. Una protagonista que desde la mentalidad patriarcal resulta muy peligrosa y hay que vigilar. La capacidad de alumbrar se- res humanos en la perspectiva masculina ha sido vista como un misterio y un poder de la mujer. Y todo lo que ocurre en el cuerpo de la gestante se rodea de una aureola mistérica. Tal ocurre con los embriones que lleva en su vientre, convertidos en intocables, aunque ahora se pueden conservar y manipular fuera del útero. Si conseguimos ahuyentar con la luz de la razón los fantasmas que gobiernan este mundo, podremos construir un futuro mejor, despojado de las angustias que han he- cho sufrir a la humanidad. Glosando el título del reciente libro de Javier Sádaba sobre bioé- tica: la vida estará en nuestras manos, CCaarrllooss PPAARRÍÍSS